Los cristianos conocimos los orígenes de la luz a través del Antiguo Testamento. A muy temprana edad no podíamos evitar el asombro que nos generaba el relato de la creación del universo: “Al principio creó Dios los cielos y la tierra. Pero la tierra estaba confusa y vacía, y las tinieblas cubrían la haz del abismo (…) Dios dijo ‘Haya luz’; y hubo luz, y la separó de las tinieblas”. Así, pues, aunque desde el mismo inicio de la creación hubo luz, la misma no fue permanente. Las tinieblas también ocuparon su espacio.

Con el paso de los años, y al adentrarnos en el conocimiento de las ciencias y la historia de los seres humanos, aprendimos que el manejo y control del fuego por los primeros homínidos fue fundamental para su mejor desarrollo físico, como consecuencia de una práctica fundamental: la cocción de los alimentos. Junto con este relevante avance pudieron llevarse a cabo otras actividades durante las noches y además se consiguió una protección adicional ante los animales salvajes o depredadores. Existen evidencias de que el “homo erectus” llegó a controlar el fuego hace 1,7 millones de años. Sin embargo, hasta el neolítico (el 7000 a. C.), el hombre no fue capaz de adquirir técnicas seguras para su obtención y manipulación.

Fueron muchas las culturas que consideraron el fuego como un preciado tesoro, a tal punto que las religiones lo adoptaron como objeto de adoración, como símbolo y hasta como elemento purificador.

El inevitable proceso evolutivo condujo a la invención de la vela, entre los siglos XIII y XIV a. C., por los egipcios, quienes las fabricaban con ramas a las que untaban sebo de bueyes o corderos que emanaban un olor particularmente desagradable. Con el correr del tiempo se usaron otros elementos, tales como cera de abejas y grasa de ballenas, sin olores desagradables.

Los romanos, por su lado, introdujeron el uso del aceite de oliva como combustible de las lámparas de aceite. Pero con la caída del Imperio Romano se hizo más generalizado el uso de la vela, en cuya elaboración se utilizó principalmente sebo, grasa de vacas u ovejas. Es a partir del descubrimiento del petróleo, en 1850, cuando las velas comenzaron a fabricarse con parafina.

La lenta y larga evolución anterior sufrió un replanteamiento total con la invención de la iluminación eléctrica. El autor de tan singular hecho fue Thomas Alva Edison, quien en 1870 construyó la primera lámpara incandescente con un filamento de bambú carbonizado, lo que derivó en una auténtica revolución en la concepción del alumbrado. Detrás de este invento vino la construcción de la primera central hidroeléctrica, que ejecutó en las cataratas del Niágara en 1879. A partir de entonces las velas comenzaron a comercializarse como un artículo mayormente decorativo.

Con la construcción de la represa del Guri, generadora de electricidad para una importante porción del país, Venezuela alcanzó la modernidad en ese campo. Eso ocurrió en 1968 (89 años después de la de Niágara). Para darle permanencia en el tiempo a tan importante logro, ahí se construyó también la Central Hidroeléctrica Raúl Leoni, que fue concluida en 1974. La energía que allí se origina es consumida por gran parte del país, y una fracción de la misma se vende (o se vendía hasta hace poco) a Brasil a través de la línea Guri-Boa Vista (estado de Roraima). Dicha Central, a la que Hugo Chávez Frías cambió el nombre por el de “Simón Bolívar”, es la cuarta más grande del mundo con sus 10.235 MW de capacidad total instalada.​

Después de tan importante logro, la corrompida revolución venezolana puso todo el empeño en hacer desaparecer la claridad que nos envolvía y sustituirla por la oscuridad del mismo infierno que es la que ellos realmente disfrutan. Hoy Venezuela es un verdadero agujero negro; esto es una región del espacio en cuyo interior existe una concentración de masa lo suficientemente elevada y densa como para generar un campo gravitatorio tal, que ninguna partícula material ni la oscuridad absoluta, pueden escapar de ella.


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