No tiene sentido para una región que lo que quiere es cambio, progresar, mitigar la pobreza, aprovechar las ventajas comparativas de vivir en una zona de paz, que tengamos que cohabitar con las denuncias sobre corruptelas de la dirigencia política y funcionarios acusados y presos por  estar inmersos en actos de corrupción. Es como si fuera una maldición, la vocación de servicio es una farsa para estar en donde hay que estar, en el poder, para garantizar riqueza. Es lo material, no es la fuerza que se desprende del espíritu por la satisfacción de haber servido, haber ayudado al prójimo, haber hecho un buen gobierno; es la necesidad de aprovecharse de las arcas públicas. Me pregunto, Lula, ¿qué necesidad de estar acusado?, ¿no es suficiente honor haber sido presidente de una gran nación? Parece que no.

Es sin duda una desgracia para América Latina, para Venezuela y para millones de seres humanos, la triste historia de la corrupción que ha recorrido las venas de esta región y especialmente la ópera bufa que dirigió Odebrecht. Una transnacional que pudo ser una muestra para el mundo de la capacidad técnica de nuestras empresas, de su competitividad; pero, por el contrario, demostró los genes de la corrupción que recorren por igual al sector público y al privado, pero especialmente de quienes gobiernan.

Como bien lo dijo el reo Andrade, presidente de la empresa, él no fue el que corrompió a los políticos, ya ellos eran unos pillos. Qué vergüenza que el flagelo de la corrupción tocara las más altas esferas de la dirigencia del país. Por acción u omisión, un mínimo porcentaje de bandidos le ha impedido a sus nacionales progresar. Lo más triste de esta historia, con gradación carioca, es que solo es el ápice de múltiples corruptelas en distintos sectores. Está ya impregnada en la cultura nacional, va más allá del jefe del Estado, de ministros, se coló en la piel de muchos. Se aprendió que robar al Estado es un arte y da dividendos en un mundo de impunidad, la mayoría de las veces.

Aquí en Venezuela el caso es más que evidente. Millones perdidos, obras inconclusas y aún sin que alguien pague la tropelía. Produce mucha angustia ser testigos en estos tiempos de cómo se engaña a tantos por unos sinvergüenzas que algún día deben dar cuenta a la justicia por el daño que le han hecho a sus naciones.


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