El mensaje que le transmito frecuentemente a mi familia, a mis trabajadores y relacionados, a todos los venezolanos, es que debemos mantener la esperanza como una llama encendida para tanta oscuridad que hay en el país. También les digo que no estamos solos en esta larga lucha contra la dictadura que destruye a nuestra Venezuela. Existe un gran eco internacional que nos respalda: Luis Almagro.

Con estas líneas deseo manifestar mi agradecimiento a Luis Almagro, secretario general de la Organización de Estados Americanos, por su compromiso y lucha incansable por rescatar la democracia en Venezuela.

Y es que son muchos los motivos para darle las gracias a Almagro, como por ejemplo, su permanente y coherente foco por Venezuela. Desempolvó la Carta Democrática y blandió los principios de defensa de la democracia de la organización a la cual representa.

Persistentemente hace este llamado: “Ningún país, ningún gobierno, ninguna organización internacional puede ser indiferente al sufrimiento del pueblo venezolano”.

Recuerdo cuando pronunció las siguientes palabras como respuesta a la propuesta de diálogo en Caracas: “Ofrezco mi cargo a cambio de la libertad de Venezuela, porque nunca vamos a renunciar hasta tener la libertad”.

Imagínense por un segundo que Maduro dijera: “Ofrezco mi cargo para frenar el sufrimiento de los venezolanos”. Alguien que ni siquiera se apiada de la hambruna que padece su país, tragedia única en la historia de América Latina. Alguien que no le interesa el colapso de la economía, solo el poder, para destruir; quien se ha convertido en un dictador cruel y despiadado, produciendo cada día más sufrimiento, más escasez, millares de desplazados. Realmente no le importa que la migración venezolana sea una de las más grandes del mundo.

Es una tragedia no solo para los venezolanos, sino para los países de la región, sobre todo para los que van a seguir recibiendo esta enorme masa migratoria. Ni con todo eso Maduro pondrá su cargo a la orden.

Con esto no pretendo comparar a dos personas tan diametralmente opuestas, ya que Almagro busca la libertad, el otro la cruel opresión.

Desde que el día que asumió el cargo de secretario general de la OEA, Luis Almagro ha demostrado un actualizado, amplísimo y profundo conocimiento sobre nuestro país. Los cuatro informes sobre Venezuela, así como los incomparables documentos sobre las violaciones de los derechos humanos y los delitos de lesa humanidad cometidos por el régimen, son los materiales más exhaustivos, rigurosos, amplios y estructurados que se hayan producido en los últimos años sobre el alarmante y triste estado de Venezuela. Ni la Asamblea Nacional, ni los partidos políticos allí representados, ni las comisiones permanentes, han contribuido con contenidos de modo tan estructurado. Tampoco el impacto de sus esfuerzos por difundir la realidad de Venezuela fuera de nuestras fronteras puede ser comparado con el efecto que ha conseguido Almagro a través de la disciplina, compromiso y voluntad con la que ha abordado la situación de los venezolanos. Pero el señalado, es apenas un capítulo entre muchos, de todo cuanto Almagro ha hecho para difundir masivamente la situación venezolana, para movilizar a multilaterales y a gobiernos con respecto a Venezuela, para denunciar las violaciones de los derechos humanos, para trabajar incansablemente por la libertad de nuestro país, de una manera abierta, recurrente y sin ambages.

Por ello, Almagro conoce bien toda la problemática de Venezuela para emitir una opinión sobre el país y su trayectoria. Esta opinión no está basada en declaraciones huecas, sino en acciones públicas y constatables, desde su elección en la OEA, en marzo de 2015.

Recientemente Luis Almagro, por momentos, detuvo su combativo Twitter y pasó al género epistolar. Fechada el 20 de agosto, dirige una carta a Omar Barboza, presidente de la Asamblea Nacional, en la que llama al organismo a cumplir con la sentencia dictada por el legítimo Tribunal Supremo de Justicia en el exilio, el pasado 15 de agosto en contra de Nicolás Maduro por delitos de corrupción y legitimación de capitales.

Recuerda Almagro tres cosas fundamentales: la primera, que el Tribunal Supremo de Justicia es legítimo, en tanto que fue designado por la propia Asamblea Nacional, también legítima. La segunda, que desconocer el contenido de esa sentencia significaría actuar como cómplice de la dictadura. La tercera, que, si bien la Asamblea Nacional debe atender a los formalismos, ello no excusa el deber de ejecutar la medida, para “una transición a la democracia en Venezuela”. La carta, y esto es importante, no habla de hechos consumados, sino que formula contundentes advertencias (en cualquier caso, dada la importancia de la misma, me permito sugerir a los lectores que busquen el texto completo de la carta, disponible en la cuenta de Twitter del propio Almagro, la lean y la valoren por sí mismos).

Tal como dicha carta anticipa, el núcleo de la respuesta de Barboza está anclado en un formalismo: tanto en el comunicado de la Asamblea Nacional como en sus declaraciones, el presidente de la Asamblea Nacional repitió que, salvo información contenida en una nota de prensa, hasta el 21 de agosto, ese organismo no había recibido la sentencia. Más allá del silencio de la Asamblea Nacional con respecto al tema –silencio que tiene potentes e innegables connotaciones, y que podría ser materia de un jugoso debate– , conviene detenerse en las afirmaciones con que Barboza rodeó su previsible formalismo.

La precaria respuesta de Barboza no ha logrado eludir la apelación al recurso conspirativo: Almagro sería parte de “maniobras para desacreditar” a la Asamblea Nacional, cuando se trata justo de lo contrario: una advertencia, muy a tiempo, de lo que ocurriría si la Asamblea Nacional no atiende, con la diligencia y la voluntad política que el caso exige, al dictamen del legítimo Tribunal Supremo de Justicia.

Si comparamos la carta de Almagro y la respuesta de Barboza (me refiero no solo a sus declaraciones sino también al material publicado en la página web de la Asamblea Nacional), una diferencia extrema salta a la comprensión de inmediato: mientras la del secretario general de la OEA se concreta en un texto claro e inequívoco, la reacción comunicacional de Barboza es sinuosa, cargada de elementos ajenos al planteamiento de Almagro y, peor todavía, portadora de una sugerencia que se propone vincularlo a un “pequeño” sector de la oposición.

El punto de partida de Almagro es el mismo de la inmensa mayoría de la comunidad internacional y de la también inmensa mayoría de los venezolanos: la Asamblea Nacional es un poder legítimo, que se origina en los millones de ciudadanos que votamos por ella. Esa reivindicación no le pertenece a ningún sector de la política, sino a la sociedad en su conjunto y a los demócratas del planeta. En la carta de Almagro hay una reivindicación que es legal y política a un mismo tiempo: la acción del Tribunal Supremo de Justicia debe ser seguida por la acción de la Asamblea Nacional. Es un requisito de la lucha por la democracia.

Los balbuceos de Barboza –son balbuceos: no termina de hablar claramente– según los cuales Almagro representaría solo a un sector de la oposición, o a unos exiliados, o a una minoría innominada, son falsedades de patas cortas, que no resisten análisis alguno ni, mucho menos, ser contrastados con los aportes, indiscutibles en mi criterio, que Almagro ha hecho a favor de Venezuela y los venezolanos.

Pero las míseras rencillas y afirmaciones turbias de Barboza no terminan en Almagro: se extienden hacia miembros del legítimo Tribunal Supremo de Justicia en el exilio. En el documento publicado en la web de la Asamblea Nacional se dice textualmente: “Aseguro que hay algunos que se ufanan de ser financistas y que controlan a los magistrados que la Asamblea Nacional designó y los ponen al servicio de intereses muy particulares. En ese sentido aclaro que la Asamblea Nacional no está al servicio de esos intereses”. Todo lo anterior estaría relacionado con que “Hay varios candidatos a ser presidentes en el exilio designados por los magistrados. Una lucha feroz por quién va a administrar la cosa”.

Esta última, en el fondo, es la verdad Barboza: su preocupación no es el presente, ni la devastación del país, ni el sufrimiento de las familias venezolanas, sino “quién va a administrar la cosa”. A tal extremo, que añade: “No debemos cambiar a un poder autocrático dictatorial, como el actual, por otro al servicio de unos intereses”. Hay que interrogar a Barboza: ¿a qué intereses se refiere? Hay que preguntarle a Barboza cuáles intereses son tan temibles, al punto de que es preferible que Maduro siga en el poder.

Insisto: los venezolanos tenemos derecho de entender, con absoluta claridad, qué es peor que el régimen actual y, bajo la hipótesis de una amenaza que desconocemos, cuál será el papel de la Asamblea Nacional en la lucha por el cambio político en Venezuela.

Almagro, hombre de ideales y acciones, amigo de Venezuela y de los demócratas, gracias. Continuaremos escribiendo la historia y esta lucha no será en vano.


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