En días pasados se realizó la reunión anual del Foro Económico de Davos, organizada en torno a una agenda amplia, escrita con los problemas que más ocupan y preocupan a la humanidad en estos tiempos. Como se sabe, este encuentro presenta una suerte de resumen sobre el estado del mundo, elaborado desde el punto de vista de empresarios y líderes políticos, cuyas opiniones y acciones pesan mucho, para bien y para mal, en el destino del planeta.

En el encuentro se pasó revista, así pues, a los desafíos asociados con la cuarta revolución industrial, tomando en cuenta, de acuerdo con lo declarado por Klaus Schwav su fundador, “el surgimiento de restricciones ecológicas, el advenimiento de un orden internacional cada vez más multipolar y una creciente desigualdad, asumiendo tales hechos como el comienzo de una nueva era de globalización, la 4.0, que debe ser más inclusiva, más justa y más sostenible”.

La moral 4.0

El presente escenario internacional está marcado por una situación de interdependencia, en particular, aunque no solo, respecto a la crisis ambiental, señaló Schwav. Dentro de este marco, la cooperación y la multilateralidad emergen como condiciones imprescindibles en la gestión de los gobiernos. Estos deben entender que no es el momento de hacer del ombligo nacional el asiento de la perspectiva para mirar las dificultades –y las oportunidades, desde luego–, que trazan la huella de la presente época.

Resulta evidente, sin embargo, que no se tienen las instituciones capaces de manejar un contexto de tan intensas y diversas interdependencias. Y no solo no se dispone de la estructura organizativa ni de las leyes necesarias para ello, sino que tampoco se cuenta con los códigos éticos e incluso políticos, que sirvan de brújula y permitan considerar qué efectos tiene sobre toda la humanidad y su futuro lo que se realiza en los espacios nacionales.

En ese afán que hoy nos agobia de digitalizar el lenguaje, en Davos se habló de la necesidad de una moral 4.0.

El “patriotismo económico”

Las elecciones en varios países han llevado al poder a personas que retan ideológicamente al enfoque multilateral como medio de resolución de los problemas que se afrontan. Donald Trump y Jair Bolsonaro pudieran ser considerados los representantes más conspicuos de un nacionalismo desfasado que se expande y pretende marcar distancias de los procesos de globalización, haciendo caso omiso del hecho de que no se puede gobernar cada país sin mirar el planeta y asomarse para vislumbrar cómo va a ser el mundo que viene.

Ambos, Trump y Bolsonaro, son igualmente ejemplo de la desatención, por decirlo de manera suave, con respecto al cambio climático asumido en los discursos de los participantes en Davos, como el mayor desafío de la actualidad. Desgraciadamente, en este renglón las tareas realizadas hasta ahora han sido insuficientes de acuerdo con lo que reportan todos los científicos, cuyo juicio algunos han tenido, por cierto, el tupé de ignorar y hasta de desmentir. No se ha estado, así pues, a la altura del que seguramente sea el problema más complejo de negociación al que se ha enfrentado la humanidad, vistos los varios asuntos que envuelve entre países y entre generaciones y, desde luego, por sus radicales consecuencias; todo, como dije antes, en medio de un enorme y peligroso déficit en cuanto al armado institucional que permita la gobernanza en clave global como única vía de solventar la crisis ambiental.

Los diversos informes elaborados por los expertos coinciden en señalar que solo se cuenta con alrededor de una década para tomar ciertas medidas imprescindibles con el propósito de evitar lo que califican como una catástrofe para la existencia de los seres humanos. Sin embargo, luce como si los terrícolas no se creyeran la gravedad problema. Así las cosas, el “patriotismo económico” toma visos de doctrina justificada en la consigna de que hay “recuperar el control nacional de las manos de las fuerzas globales”. Como diría alguien, se toma la opción del “autosuicidio”.


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