Por Olys Velásquez

En relación con las metas educativas 2021, la educación que queremos para la generación de los períodos bicentenarios, aprobada en Mar del Plata, Argentina, y planteada por las naciones iberoamericanas (2008), hace referencia a varios temas en los aspectos culturales, sociales, tecnológicos, económicos y educativos. Las nuevas estrategias para la reforma de la educación ponen en evidencia objetivos ambiciosos debido a las exigencias de los grandes desafíos existentes y por venir.

La apuesta por una sociedad educadora requiere en estos tiempos de una gestión escolar y amplia participación social. La educación concibe el desempeño de los actores como responsables del proceso de enseñanza y aprendizaje, permitiendo influir en la transformación social. Es importante señalar y a manera de reflexión que para que se produzcan transformaciones en el ámbito educativo deben existir al mismo tiempo iniciativas políticas, económicas y sociales que avancen en la misma dirección vinculadas con la realidad según el contexto, necesidades y características del Estado para la creación de una nueva república.

Hoy en día se requiere de nuevos aliados para formar equipos de trabajo y plantear desde la escuela el apoyo y colaboración de la familia, de los medios de comunicación, de entes públicos y privados así como de instituciones sociales y culturales, con el único fin de formar planes estratégicos que contribuyan a fortalecer el funcionamiento del sistema educativo.

En Venezuela, las políticas educativas han estado sujetas en la consecución de políticas públicas; es decir, pese a la introducción de planes, programas y proyectos, estos son ejecutados en el medio de estructuras burocráticas ineficientes y verticales. La praxis de la  gerencia desarrollada en las instituciones educativas promovidas por  quienes tienen la responsabilidad de dirección tanto a nivel central como regional, parece estar limitada en administrar y transmitir contenidos oficiales, en recibir información de un funcionario jerárquico, en procesar  datos formales, cuantitativos y administrativos sin sentir la obligación de rendir cuentas ante la sociedad de su gestión impartida junto al cuerpo de docentes en la renovación, sentido pedagógico y su vinculación con lo social y  comunitario.

En el mismo orden de ideas, y en relación con el estilo de gestión, en buena medida todavía impera en la práctica la concepción organizativa de la escuela como sistema cerrado, con funciones directivas centralizadas en la toma de decisiones. Las líneas de mando son verticales y el tipo de autoridad basado en el acatamiento. No existen espacios para la comunicación horizontal y colectiva ocasionando con ello, una excesiva individualización y contradiciendo lo que manifiesta en muchos casos la Constitución. Además, se evidencia la falta de cooperación-negociación como forma de elevar la efectividad del proceso de aprendizaje, debido a que la planificación está orientada hacia lo interno sin pensar en los beneficiarios externos, en algunos casos el símbolo del muro escolar sirve para ilustrar la separación de la escuela y la comunidad.

Sin duda alguna el director debe concientizar su rol de líder y buscar la mejora en las relaciones humanas en un ambiente social de trabajo, fortaleciendo las relaciones como promotor social en función de intereses y objetivos comunes. Es decir, lo que se pretende es que con la aparición de nuevos actores vinculados con la educación, la apertura de la escuela a la participación de las familias y la comunidad al quehacer escolar, abra el interior sobre otros actores, más allá de los docentes y los directivos.

En consecuencia, en la actualidad tenemos directores que demuestran desinterés y poca motivación de los acontecimientos y problemas que ocurren en el entorno escolar, sin detenerse por un momento a reflexionar que su gestión abarca la participación e integración de la comunidad para lograr el bienestar común, aunque no podemos obviar que la inmensa crisis política, económica y social que también sacude al sector de la educación, influye directamente en la escasa, por no decir nula, participación del directivo en sus funciones de gestión escolar.

Un contraste entre investigación, opinión y observación entre docentes, representantes e incluso organizaciones legítimamente constituidas en varios planteles ha permitido conocer que la relación y comunicación con la comunidad es escasa en la inmensa mayoría de instituciones oficiales.

La  ausencia de un liderazgo para compartir los compromisos de la gestión directiva no  involucra a la comunidad en la solución de problemas presentes dentro y fuera de la institución, lo cual se refleja una estructura vertical en la toma de decisiones, falta de herramientas y estrategias con la comunidad en el ámbito social, o sea,  un alto porcentaje coincide en la poca presencia  del  directivo en actividades culturales y sociales  realizadas  por la comunidad,  sin establecer comunicación permanente con los entes públicos y privados  que hacen vida en la comunidad, así como la poca participación en la conducción y orientación de grupos que permitan el fortalecimiento de los valores familiares e institucionales. Hay muchos retos pendientes en la nueva gestión escolar.

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