Los sufragios continuos en tiranía militarista remontan a un episodio muy trágico de la historia judía durante el nazismo. La cúpula hitlerista comisionó agentes expertos en actuación teatral para simular arreglos, negociaciones, diálogos, con las autoridades administrativas de guetos en los territorios ocupados. Se consultó a las múltiples dirigencias de aquellos autogobiernos centenarios, hubo desconfiados que se abstuvieron, pero prevaleció el criterio de religiosos y votistas, gentes de fe, diestra en pactos de supervivencia comunitaria basada en su experiencia de siglos para conservar una tradición de larga historia sin tierra propia y mucha geografía ajena hasta la refundación de Israel, pronto harán setenta años. Los actores nazis pidieron datos, información minuciosa sobre la población judía en sus respectivas comunidades a fin de ubicarlos en puestos de trabajo seguros. Eso prometieron. A cambio de esa entrega serían protegidos por el Reich. Al final de aquella noche larga, todos fueron ceniza del Holocausto. El fascismo en todas sus máscaras es ideología de odiantes que simulan odiar el odio mientras lo practican.

Este episodio de colaboración, inocente o culpable, es uno de los más complejos, polémicos y dolorosos del judaísmo y, por desgracia, puede servir de ejemplo en la actualidad fascista mundial. Algunos pretenden silenciarlo por vergüenza, pero no puede, no debe olvidarse, así lo explicó en su momento Hannah Arendt con precisión analítica y profundo pesar en Los orígenes del totalitarismo (1951).

Marianne Kohn de Beker (Z’L, bendito su recuerdo) venezolana, filósofa por título de la UCV, discípula de Juan David García Bacca, humanista cotidiana, promotora de talleres, seminarios, fundaciones, cursos, congresos, dedicó su sabiduría vital a explicar cómo el fascio, pulpo siempre vivo, toca hoy día, envenena y despersonaliza países, regiones, sistemas, imperios, por paradoja con liderazgos ultrapersonalistas, filtrándose por entre los eventos más domésticos, en apariencia muy lógicos, convirtiendo el engaño populista, la mentira diaria, en método seductor que forja sumisión, error, trampas necesarias para crear y conservar la criminalidad con etiquetas de revolución, neodemocracia, independentismos.

El régimen chavista, fascio-totalitario, ya en su ciclo de cierre teatral, inicia el de la tiranía constituyente sin disfraz para eliminar a la Venezuela republicana constitucional y convertirla en colonia del imperio neoestalinista-castro-putinesco. Se valió mucho tiempo de los José Vicente Rangel, pero, ya perfeccionada, recurren a los electoralistas de oficio, cresta de una oposición formalista que pide, ruega, exige votar a los hambreados y enfermos, mental y físicamente debilitados. Votar cuando, como y donde lo ordena la dictadura: hoy sí, mañana quizá, ya no, veremos, pasado mañana sin falta, siempre votistas por inercia, incompetencia o conveniencia. Ojo, pero cuidado con una radical diferencia del Judenrat, el suicida experimento citado al principio de esta nota, pues aquellos cayeron del casi todo por inocentes. A estos les importa un rábano las evidencias del siglo XX y menos las locales, reinciden a sabiendas del resultado, sus egos grandes, manipulados y hasta gratificados consolidan el venefascismo. Antes bananero y cafetero, luego petrolero, ahora del arco minero.

La extinta MUD, sin el aval popular mínimo que exige lo racional, insiste en el diálogo con los odiantes constituyentes y sus delegados que la han desconocido de facto. Si pretende sobrevivir a través de ese disparate por demás repetido, revela que perdió no solo la sensatez, también la vergüenza.

“La historia me absolverá” es una frase de Hitler que plagió Fidel Castro. Queda por ver cuántos pueden olvidar a los 300.000 venezolanos en 20 años asesinados por balas, desnutrición y enfermedad, mientras los votistas absuelven al social-fascismo, se autoperdonan y promueven el voto que no elige.

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