De los tantos retos que enfrenta en estos tiempos el profesional de la seguridad, probablemente ninguno tan complejo como pronosticar el futuro.

La seguridad se trata de identificar y administrar riesgos oportunamente. Siendo la mayoría de estos prevenibles, resulta entonces clave disponer de capacidades para colectar y analizar asertivamente información que sirva de puente para construir escenarios, pues de ellos se pueden derivar ahorros sustantivos de tiempo, evitar pérdidas materiales y salvar vidas.

Pero ¿Cómo aproximarse a un modelo que tenga cierto nivel de precisión y nos brinde algunas pistas sobre la dirección de los acontecimientos? Para tener una respuesta razonable   estamos prácticamente obligados a salir de los convencionalismos tradicionales y comenzar a reconocer los nuevos espacios por los que avanza el mundo; desde la inteligencia artificial hasta la política basada en fake news y post verdades.

El principal obstáculo para definir una futurología de la seguridad está en desvincular el análisis estático de la realidad, de la naturaleza dinámica y mutante de las amenazas. Para entenderlo más claro, no podemos abordar el porvenir pensando que mañana será igual a hoy.

Otro escollo de consideración para dibujar el futuro está en la deformación profesional de nuestra propia gente. Las responsabilidades del ejecutivo de la seguridad son de tal magnitud en la resolución de asuntos operativos, que simplemente no le queda tiempo ni energías para pensar en el mañana, al contrario, lo venidero lo atormenta y descuadra de sus comprometidos esquemas del presente.

Para adentrarnos entonces en estos nuevos espacios de la seguridad se requiere una dosis de amplitud de criterios que permita evolucionar a formas de pensamiento menos lineales, así como algunas habilidades para construir escenarios de los que se desprendan probables futuros.

Sólo por destacar algunas áreas de interés en las que muy pronto la seguridad estará íntimamente conectada, además de las que ya mencionamos, debemos considerar también: la exploración y explotación del Big Data, la dualidad desconfianza – transparencia presente hoy en la vida pública de las organizaciones, la polarización política y su consecuente inestabilidad, la mezcla complejidad – ambigüedad derivada del incremento de la interconectividad de las personas, las vulnerabilidades de los sistemas electorales y sus efectos peligrosos a la democracia, las criptomonedas como medio desregulado de pagos y los liderazgos emergentes construidos desde las redes sociales.

Es una gran red de alta trama que comienza a asomarse como la punta de un iceberg en un frío mar de incertidumbres que se expande aceleradamente, creando terrenos fértiles para riesgos sofisticados, algunos de ellos traducidos en nuevas modalidades del crimen.  

 Mientras tanto, en los campos de la seguridad avanzamos con lentitud miope hacia el mañana, confiando que las grandes inversiones tecnológicas serán suficientes para estar al día con la realidad. Sin embargo, el planeta y sus pobladores parecieran no haber construido suficientes defensas contra este panorama móvil, efímero e inmaterial pero que alberga un gran poder.

Ya Zygmunt Bauman en su obra Miedo Líquido lo afirmaba, que la mayor preocupación de la vida social e individual actual es cómo prevenir que las cosas se queden fijas, que sean tan sólidas que no puedan cambiar en el futuro. Es una especie de aversión a lo permanente y, simultáneamente, una adicción al cambio. Estos son tiempos en los que nada dura mucho, constantemente aparecen nuevas oportunidades que devalúan las existentes, no solo en lo material, también en las relaciones con los otros. Una veloz dinámica de lo temporal en la que desaparecen los asideros y las referencias se desvanecen en la brevedad.

@seguritips


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