Mientras  todos esperamos la fecha en que definitivamente puedan ocurrir acontecimientos definitorios de la crisis política que vivimos, el Parlamento, el presidente (e)  Guaidó y su equipo vienen tomando medidas que son y serán necesarias para el momento en que comience la transición efectiva.

La influencia determinante que ha tenido la presión internacional para acercarnos al desenlace que se espera, es el que seguramente ha privado en Guaidó & Cía para considerar como muy importante la designación de embajadores que puedan de una vez asumir el papel de interlocutores con los gobiernos de aquellos países que lo reconocen a él como representante legítimo de Venezuela. A la fecha se han nombrado ya diecisiete representantes diplomáticos, la mayoría de ellos jóvenes, comprometidos con la causa de la democracia y la restitución del Estado de Derecho para nuestro país. A muchos los conocemos bastante bien, varios han sido alumnos nuestros en la disciplina del Derecho Internacional que hemos enseñado por décadas tanto en la UCAB (pregrado) como en la UCV (posgrado). Con varios hemos conversado ya y  a todos los respetamos depositando en ellos nuestra esperanza de que hagan un buen trabajo. El éxito de ellos será el éxito de la patria que queremos.

En esta Venezuela donde la degradación de las circunstancias nos han llevado a creer que todo tiene que ver con “enchufarse” a la ubre gubernamental  vale la  pena puntualizar que los designados no percibirán por el momento ingreso alguno por cuanto no existe la disponibilidad de recursos al alcance del presidente (e). Algunos de los designados residen en el país ante el cual desempeñarán sus funciones, otros no. A ninguno se le facilita alojamiento ni movilidad ni seguridad personal ni viáticos ni pasajes para desplazarse si el mismo es distinto al de su residencia habitual. Quienes han aceptado el encargo con nulo apoyo material son verdaderos patriotas, tanto más cuanto que nos consta  personalmente que varios de ellos viven en condición económica precaria. Entendemos que hasta ahora  casi ninguno ha podido instalarse en las oficinas y/o residencias oficiales, las que –de paso– adeudan arrendamiento y gastos en casi todos los casos. Suponemos que una vez que el gobierno legítimo pueda tomar posesión y control de los recursos económicos de la nación esas carencias puedan ser  superadas.

Aun con la confianza que acabamos de expresar es conveniente recordar que casi ninguno de los embajadores designados hasta el momento tiene experiencia diplomática previa. En nuestra opinión ello no es determinante para esta etapa inicial en la cual el entusiasmo, el trabajo político y la justicia de la causa contribuirán decididamente al éxito de las respectivas gestiones, pero también es conveniente tener en cuenta que a medida en que las cargas se vayan enderezando se hará necesario retomar los canales formales que son indispensables para encausar de manera segura el rumbo de las relaciones internacionales. Ello nos lleva al tema de la profesionalización del servicio exterior de la República que, a la fecha, ha sido totalmente abandonada siendo sustituida –oficialmente– por la adhesión incondicional   a la ideología del grupo que domina el poder en lugar del compromiso con los intereses permanentes del país. El servicio exterior venezolano se convirtió en el brazo “diplomático” de la revolución bolivariana y no en la requerida representación de los intereses trascendentes de la nación.  Ejemplos sobran, pero el más evidente es el del abandono negligente de la reclamación del Esequibo a cambio del apoyo de unos “aliados” que a la hora de la verdad no resultaron tan aliados, sino meros chulos del manirrotismo “rojo rojito”.

No será el primer día, pero tampoco podrá esperarse demasiado para situar en las representaciones del país en el exterior y en las oficinas de nuestra Cancillería a quienes tengan conocimiento profesional del tema de las relaciones internacionales. Países latinoamericanos que mucho se asemejan al nuestro tienen cancillerías casi absolutamente profesionales (Perú, Brasil, Chile, etc.), la mayoría de cuyos integrantes provienen de institutos de formación y de exigentes concursos para el ingreso, todo lo cual fue abandonado en estos últimos años de desafuero chavista. Tampoco es que antes de 1999 estábamos viviendo la Cancillería impoluta de Itamaraty o de Torre-Tagle (Brasil y Perú). Aquellos polvos trajeron estos lodos. Es la oportunidad de volver a empezar haciéndolo bien.

Para institucionalizar la profesionalización que promovemos habrá que hacer cambios legales importantes, lo cual seguramente tomará más tiempo que el deseable. En el interín, habrá que tener la creatividad y flexibilidad  necesarias  para arrancar con buen pie y no repetir los errores anteriores.

Entretanto habrá que pensar en la rama consular, que no puede esperar mejores tiempos por cuanto hay varios millones de compatriotas que requieren servicios y apoyo con carácter urgente, tal como pasaportes, fe de vida y –muy importante– inscripción en el REP, toda vez que el dramático numero de la diáspora representará un componente importante a la hora de contar los votos en una futura elección que haya de ser transparente, y no “cuadrada” en una tal “sala de totalización” como nos tienen acostumbrados las señoras que hasta ahora  manejan ese antro de fraudes y sorpresas.

Esperemos con fe.


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