«Una bala en la cabeza de un opositor pasa rápido y suena hueco».

Roy Chaderton (9 de marzo de 2015).

José Guerra, Tulio Hernández y César Miguel Rondón, como Los tres mosqueteros, están unidos más que nunca por el alea (riesgo) político del país. Contra esa circunstancia van dirigidas sus luchas sin cuartel.

Guerra es un destacado economista que hizo una carrera meritoria en el Banco Central de Venezuela, donde alcanzó posición gerencial. Además, se ha desempeñado como profesor en la Facultad de Economía de la Universidad Central de Venezuela (UCV). Fue columnista por varios años en el diario Tal Cual, en el que destacó por sus agudas críticas a las políticas económicas de los gobiernos de Chávez y Maduro. En diciembre de 2015 fue electo diputado de la Asamblea Nacional, en el circuito de Caracas que comprende las parroquias del Valle, Coche y Santa Rosalía. Su victoria fue contundente: sacó casi 10 puntos de ventaja al candidato oficialista, dejándolo así con los crespos hechos.

Hernández es sociólogo egresado de la UCV. Ha sido docente de prestigiosas universidades nacionales y, por sus múltiples actividades en el sector de la cultura, ha sido invitado a dar cursos de postgrado en Gestión Cultural en la Universidad de Barcelona y en la Universidad de Girona, España. Es autor de innumerables artículos y ensayos que han sido publicados en libros y revistas especializados. Fue miembro del Comité Editorial del diario El Nacional y escribe una columna en la edición dominical de dicho periódico.

Rondón, el más mediático de los tres, es comunicador social, locutor, publicista, escritor, productor, director y ejecutivo de televisión. Realizó estudios de filosofía en la UCV y de comunicación social en la Universidad Católica Andrés Bello. Es autor de varios libros, entre ellos El libro de la salsa, crónica de la música del Caribe urbano (1979). Este trabajo es un verdadero clásico y tiene adicionalmente el mérito de haber sido publicado en inglés por University of North Caroline (2008) y, además incorporado al catálogo de libros de la Biblioteca del Congreso de Estados Unidos.

El perfil de personas cultas y librepensadoras que tienen los tres los hace, en tiempos de dictadura, individuos peligrosos cuyo destino no puede ser otro que la cárcel. De manera que no podemos dejar de recordar a Winston Smith, el personaje principal de la novela de George Orwell (Nineteen Eighty-Four), en el instante en que, después de oír la forma en que se expresa un compañero de trabajo en el Ministerio de la Verdad, llega a la siguiente conclusión: “Uno de estos días (…), Syme será vaporizado. Él es demasiado inteligente: ve todo con claridad y habla muy directamente. Al Partido no le gusta esta clase de gente. Un día desaparecerá. Eso está escrito en su cara”.

¿Qué han hecho entonces nuestros tres mosqueteros para merecer el sobrepeso completo de Nicolás Maduro? Todo se resume a muy poca cosa o carambolas del destino.

José se ha limitado a cumplir con su condición de excelente profesional llevando a cabo acciones críticas contra las políticas económicas del gobierno, las autoridades del Banco Central de Venezuela y Pdvsa que son las responsables directas de los altos niveles de inflación que padecemos en Venezuela. Asimismo, como presidente de la Comisión de Finanzas de la Asamblea Nacional, impulsó la decisión que esa instancia adoptó en el sentido de declarar nula cualquier emisión de deuda que no haya sido autorizada por el parlamento venezolano. Esto y el triunfo holgado que consiguió para incorporarse como diputado de la Asamblea Nacional es lo que escuece a Nicolás, al punto de acusarlo públicamente de «contratar sicarios y asesinos para agredir a su propia gente». Quienes conocemos las orwellianas acusaciones del Gran Hermano sabemos que las pruebas que dice tener, al igual que “los zapatos de Manacho, son de cartón”. Veremos entonces qué hará el Tribunal Militar Tercero de Control, a cargo del Capitán Mickel Amézquita, quien tiene el expediente que involucra al diputado Guerra (el cual goza de inmunidad parlamentaria) con supuestos actos vandálicos y actividades delictivas paridos por el cerebro del Hermano Mayor.

Por su parte, Tulio tuvo la mala fortuna de amanecer ofuscado un día por tanta sinrazón y atropellos de la dictadura y sus cuerpos paramilitares. Molesto hasta más no poder escribió un tuit en su cuenta y lo envió a sus seguidores. Ahí informaba que participaría en la marcha que la MUD convocó para el día siguiente (19 de abril) y sugería neutralizar desde sus hogares con cualquier cosa, incluso con un matero, la acción criminal y vandálica de los colectivos armados. La mala suerte lo siguió e hizo que al siguiente día, como consecuencia del impacto de una botella de agua congelada que fue lanzada desde un edificio, resultara herida gravemente una transeúnte que tuvo la mala suerte de transitar por el mismo lugar donde se llevaba a cabo una marcha de adeptos al gobierno, la cual falleció poco después. Inmediatamente el ave carroñera se abalanzó sobre la presa indefensa. Nos referimos al Banco Occidental de Descuento (BOD), aristocrática institución que está dispuesta a todo para que sus negocios con el gobierno y los patriotas cooperantes del mismo no se vean afectados. En un remitido vergonzoso la entidad hizo constar que el tuit de Hernández, “Vicepresidente de Asuntos Públicos del BOD”, lo comprometen solamente a él. ¡Obvio mi querido Watson! Y lo más insólito en cuanto a la coherencia y buena redacción, el infeliz escribidor del texto dejó expreso testimonio de que el mencionado “Vicepresidente de Asuntos Públicos del BOD ya no presta servicios en la institución”. O sea, en palabras que nos acercan al famoso “to be or not to be” shakespeariano, como fue despedido ya no es Vicepresidente. ¿Entienden? Por si fuera poco el chaparrón, en el turno siguió el Líder Supremo quien escuetamente se limitó a decir que Tulio debería ir a la cárcel por “promover la matanza y el odio”. La verdad es que no comprendo por qué la oposición se empeña en llamar autoritario al máximo conductor de la patria.

En cuanto a César Miguel, la lluvia ácida se le vino encima por no escribir bien. De nada le sirvieron sus estudios ni su largo oficio de escritor y comunicador. Su gran crimen es no haberse hecho entender por el Señor Presidente. El resto de nosotros comprendió perfectamente lo que dijo en su tuit sobre el escrache, un término utilizado mayormente en Argentina y Uruguay para referirse a la acción intimidatoria que realizan los ciudadanos contra personas del ámbito político, administrativo o militar, que consiste en dar difusión, ante los domicilios particulares de estas o en cualquier lugar público donde se las identifique, a los abusos cometidos durante su gestión. El tuit de marras decía así: “¿Cómo se siente ser escupido en todo el planeta? ¿Que no haya sitio dónde esconderte, avión dónde volar? ¿Que ya no tengas paz?” Son tres preguntas en las que no había condena alguna. Lamentablemente hay que entender que las grandes marchas a lo largo y ancho del país le ponen la piel de gallina a muchos. En cualquier caso no hay que olvidar que fue Hugo Chávez el que empezó por decir que si era electo presidente freiría en aceite la cabeza de los adecos. Junto con eso vino lo de “oligarcas, apátridas y pitiyanquis”. Luego fue la lista Tascón y los despidos en Pdvsa, seguido de la emigración de casi dos millones de venezolanos Y más recientemente llamar “mariposón” al oponente político. Lo podemos dejar así para no abrumar pero sin dejar de mencionar el peso que tiene sobre los jueces revolucionarios que el Presidente declare: “Lo que César Miguel Rondón y Tulio Hernández han promovido a través de sus cuentas de Twitter es para que estuvieran presos, así lo digo como jefe de Estado. Ya deberían estar acusados judicialmente”. Lo de anular los pasaportes del experto de la salsa y su señora esposa es entonces una nimiedad. ¿No es así excelentísimo presidente Maduro?

Félix Seijas lo expresó muy bien cuando en un artículo reciente escribió: “…al chavismo lo alcanzó la fractura social y el odio que con vehemencia él mismo alentó”. No olvidemos entonces el principio del do ut des: uno da para que le den. Así de simple.


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