Muchos en Estados Unidos abogan por políticas de inmigración «basadas en el mérito», diseñadas para favorecer a personas educadas y altamente capacitadas que buscan residir a largo plazo en este país. Salvadoreños, hondureños y guatemaltecos a menudo carecen de esas cualidades. En cambio, huyen de áreas que han sido identificadas como albergue de los peores conflictos armados del mundo.

Médicos sin Fronteras entrevistó a personas de estos países en su camino hacia Estados Unidos. La organización descubrió que 39% de los migrantes citó “ataques o amenazas a ellos mismos o a sus familias” como la principal razón para irse. Más de 40% tenía un familiar que fue asesinado en los últimos 2 años, mientras que 31% conocía a alguien que fue secuestrado.

Para ellos, el viaje a Estados Unidos es costoso y peligroso. Muchos venden todo lo que tienen en una apuesta desesperada para alcanzar la seguridad. Quienes huyen a menudo son víctimas de violencia sexual u otros crímenes durante el viaje. Sin embargo, arriesgan todo porque quedarse atrás es peor.

Según el general John Kelly, jefe de gabinete de la Casa Blanca, la violencia en la región está impulsada por la demanda descontrolada de drogas en Estados Unidos. Organizaciones criminales las transportan a través de Centroamérica, creando un vacío de seguridad.

Es legal buscar asilo. El gobierno de Estados Unidos argumenta que las personas que huyen de estas áreas no califican porque no se ajustan a la definición técnica de refugiado. Sin embargo, se ajustan al espíritu de la definición. La agencia de la ONU para los refugiados concluyó que “un porcentaje importante de los que huyen… pueden necesitar protección internacional, de acuerdo con la Convención de 1951 sobre el Estatuto de los Refugiados». Los gobiernos de Obama y Trump aumentaron las deportaciones a estos países, donde la gente ha sido asesinada después de ser devuelta.

¿Qué pasaría si se les permitiera quedarse? En 2016, el gobierno detuvo a 224.854 personas de El Salvador, Guatemala y Honduras, menos de la décima parte del 1% de la población del país. Incluso, si la tasa se mantuviera durante una década, la proporción de estos inmigrantes aún sería mucho menor en relación con la población estadounidense si se les compara con oleadas anteriores de inmigrantes, como irlandeses, italianos y judíos rusos. La gran mayoría de los detenidos en la frontera de estos países no son miembros de pandillas, sino personas inocentes que huyen de la violencia.

Defender que respetamos las normas para el tratamiento de los refugiados no es lo mismo que defender las fronteras abiertas. Las fronteras abiertas permitirían a cualquier persona venir, por cualquier razón. Conceder protección a personas que huyen de la violencia permite que aquellos que tienen un temor genuino por su seguridad estén a salvo, lo cual es consecuente con valores estadounidenses de larga data.

También es consistente con la seguridad fronteriza. Estudios demuestran que es poco probable que las políticas fronterizas más estrictas detengan el flujo de personas desesperadas que huyen para salvar sus vidas. En cambio, los lleva a los brazos de traficantes, aumentando el poder de estos grupos delictivos organizados y disminuyendo la capacidad del gobierno de Estados Unidos para gestionar el flujo de personas. Esto nos hace menos seguros, no más.

Olas de refugiados anteriores ayudaron a construir Estados Unidos, y no porque tuvieran títulos universitarios. Ellos hicieron que el país fuera grandioso porque tenían el impulso para salir adelante, el coraje para proporcionar un hogar seguro para sus hijos y la gratitud de trabajar por un país que les ofrecía seguridad. Estos son los méritos de “los cansados, los pobres, las masas acurrucadas” que anhelan respirar libremente; los méritos que llevaron a refugiados a ayudar a crear empresas como Comcast, Google, Intel, PayPal y WhatsApp, junto con cientos de miles de empleos en Estados Unidos. Estos son los méritos que poseen los centroamericanos que miran a Estados Unidos como el brillante faro en la colina.

La seguridad fue la excusa para no admitir a los que huían de Alemania antes y durante la Segunda Guerra Mundial. Un enfoque más compasivo para los solicitantes de asilo de hoy es consistente con los valores e intereses estadounidenses.


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