Pocos días atrás Farhad Manjoo, articulista de The New York Times, publicó “Periodista, es momento de dejar Twitter”. Sus líneas iniciales fueron: “Amigos, reporteros, familiares: es hora de que todos los periodistas consideremos desligarnos de lo que sucede a diario en Twitter, la red social más nociva del mundo”. El autor hace una densa reflexión sobre el impacto negativo que esa red social ha tenido en el universo comunicacional. Sus palabras no son exorcizantes del pajarraco azul, sino que reconoce: “No tienes que renunciar a ella por completo, pues eso es imposible en el negocio actual de las noticias. Mejor publica menos e investiga más”.

En estos días cuando la opaca capa roja que cubre nuestro país se empeña en evitar la divulgación de lo que ocurre, la inmediatez del citado recurso le ha concedido lugar muy especial para informar. Y es así como el síndrome Raúl Amundaray se ha regado como la verdolaga entre algunos de sus usuarios. Más de uno, con tal de sentirse el Albertico Limonta o el Alejandro Magno Corona de las noticias, ha preferido mutar en delator antes que ser serio a la hora de transmitir información.

Fue patético el reciente desbarre de un economista y locutor que presumiendo de lo “bien relacionado e informado” que está anunció el inminente asilo en la nunciatura apostólica de Caracas de Maduro y cinco personas de su séquito. Por supuesto que la polvareda fue instantánea, y no faltaron quienes exigieron al difusor de la “buena nueva” que revelara los orígenes de su indagación. El “bien dateado” no aguantó diez improperios y publicó como prueba irrefutable la captura de pantalla de un supuesto diálogo que había sostenido con el cardenal Urosa Savino. En esa conversación su interlocutor le informaba de la supuesta petición de asilo y a la vez le rogaba que no divulgara su nombre. ¿Hay que abundar sobre la lamentable actitud de chivato?

Pocas horas más tarde la propia Arquidiócesis de Caracas desmontó todo el tinglado informativo del señor en cuestión. El melodrama tribal, como lo define Manjoo, se ha convertido en una vorágine de la que pocos logran escapar. Las redes son unas aliadas formidables, pero pueden ser un brioso caballo de Troya, al cual los rojos han sabido guiar a cabalidad todos estos años. Las reservas respecto a nuestra casta política no son óbice para reconocer en Guaidó la cabeza visible de la transición en curso.

Es bueno decir que no hay grupo más ansioso por el cambio de gobierno que el de los comunicadores; nuestra condición natural es estar en la oposición, al punto de ser oposición de ella misma ante los desaguisados cometidos. Poco importa que los chupacirios de costumbre traten de lincharlo a uno cada vez que hace las alertas del caso.

© Alfredo Cedeño

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