Cada vez que leo el nombre del ex presidente español José Luis Rodríguez Zapatero, Zapatero a secas, mi atención no se desvía.  Pero vuelvo a 1998, cuando advierto al Departamento de Estado –ya bajo influencias de Thomas Shannon– sobre la colusión que cocina Fidel Castro entre Hugo Chávez, candidato, y los entonces gobernantes árabes fundamentalistas de Libia e Irak. El propósito ya era claro: usar el petróleo venezolano para confrontar al imperio y provocar un cambio en el régimen democrático de partidos instalado desde 1958. Chávez calzaba como anillo al dedo para el experimento.

No contaban y subestimaban mis interlocutores la otra variable: el acuerdo en marcha entre el candidato-soldado a la presidencia de Venezuela y la narcoguerrilla colombiana, que se sella en agosto de 1999; lo que define el nacimiento de algo inédito en la región, a saber, la decisión combinada y compartida entre Cuba, el narcotráfico y el terrorismo islámico de asumir el control de la maquinaria de un Estado latinoamericano y sus poderes disponiéndolos para fines criminales globalizados.

No por azar, llegado el año 2001, son derrumbadas las Torres Gemelas de Nueva York y la reacción de Chávez es tibia. Es el último de los mandatarios en presentar sus condolencias. Pide a los venezolanos orar por las víctimas, pero también por sus victimarios, los terroristas. Se produce así la primera ruptura entre el mundo militar y la neoizquierda castrista nuestra, de factura narcomercaderil, que concluye en la deriva del “golpe de micrófonos” de 2002. José Vicente Rangel, titular de la Defensa, hace correr acusaciones de irregularidades administrativas en contra del general Lucas Rincón, quien se le adelanta a Chávez para expresar su respaldo a Estados Unidos luego de la citada acción terrorista del año anterior. Pero eso es historia, que refiero en mi libro El problema de Venezuela (2016).

Lo que importa destacar, a propósito de Zapatero, es que, casualmente, otra acción terrorista similar –las explosiones en la estación ferrocarrilera de Atocha, en Madrid, con más de un centenar de muertos– ocurre a tres días de las elecciones y lo catapultan como gobernante, en 2004. Casualmente, los analistas de su victoria –¿criminalmente fraguada?– afirman que fue el precio que paga José María Aznar por haber apoyado a George Bush y la guerra contra Irak, uno de los financistas de la primera elección del golpista venezolano.

Miguel Ángel Moratinos, canciller de Zapatero, al instante se ocupa de restablecer las congeladas relaciones con Cuba y de mejorar su mala imagen ante la Unión Europea, debida a la protesta que hace Aznar contra Fidel por encarcelar a 75 disidentes y condenar a otros 3 a la muerte. Oswaldo Payá, asesinado por los Castro, bien decía que “la actuación del gobierno español se ha adaptado ahora a las condiciones de exclusión que impone el régimen cubano a la disidencia”.

Lo que es más importante recordar es que Zapatero desafía a Bush apoyado por su ministro de Defensa, José Bono, cerrando una cuestionada operación de venta de equipo militar con el establecido narco-Estado mafioso venezolano y socio de las FARC, siendo la mayor pactada por España: doce aviones y ocho fragatas, entre otros pertrechos.

Razones tiene, pues, el líder opositor de Primero Justicia, Julio Borges, al responderle a Zapatero, quien dice haberle hecho favores: “No es verdad, él los cobra”. Y es que esa es, al término, la esencia del perverso bodrio del “socialismo progresista” de factura cubana en el presente siglo: todo tiene precio, como en el capitalismo, donde ceden las fronteras ideológicas.Tanto que este, luego, también le sirve a la derechista Fundación Bordaberry, del hijo del presidente de facto uruguayo de los años setenta, José María Bordaberry.

Los venezolanos tendremos este 20 de mayo unas elecciones tranquilas. Eso predice quien con sus acciones de gobernante y ahora como ex presidente, Zapatero, ha sumido a Venezuela –por acción y omisión deliberada– en un pozo de sangre y narcoviolencia, de miseria y migraciones. Alguno de sus amigotes en Caracas pudo leerle la crónica de nuestra primera elección en 1830: Hay “la más completa calma. No había controversia pública porque no existían partidos antagónicos en actividad”. Así de simple, como hoy.

Lo que cabe preguntarle a este Zapatero de risueña faz demoníaca y melifluos ademanes, es si ha declarado ante el fisco español –como se lo exigen a sus tácitos copartidarios de Podemos– el monto de sus ingresos por esas mediaciones suyas que reportan estabilidad al terrorismo y la narcocriminalidad de Estado instaladas en Venezuela; beneficios que alcanzan al “dependiente” Maradona, con quien el anterior, ya en 2005, celebra junto a Chávez y Lula da Silva, preso por corrupción, haber encontrado El Dorado en América. Lo importante es que, al menos, pague los impuestos.

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