(El presente texto es una versión resumida del que fue escrito para el catálogo de la muestra “Espejos de Inframundos” del escultor Javier Level. La exposición, que es también la expresión de los tiempos terribles que vivimos, se inauguró el 16 de abril en las instalaciones del Museo de Arte Contemporáneo de la siempre querida y admirada Sofía Ímber)

           

Hablar de Javier Level (Caracas, 1960) y de esta muestra (Espejos de Inframundos) es tarea harto difícil cuando hay tanto que decir para tener una visión cabal de lo que él y su obra representan para las artes plásticas de nuestro país.

Empezaré entonces por resaltar que toda creación es el resultado de conflictos y encuentros. Eso está más que ratificado en el trabajo artístico de Javier. Por ello, al inicio de su carrera, él afirmaba que su creación era absolutamente experimental y estaba dirigida a buscar nuevas posibilidades de lenguaje y expresión. Ha sido pues una lucha, una pelea, por alcanzar la experiencia y las formas que le son dadas al creador verdadero y maestro, algo que comienza a despuntar a temprana edad con piezas que irrumpen como organismos vivientes que buscan crecer en aparente desarmonía y en las que, mediante la yuxtaposición y el ensamblaje, hace uso de materiales nada nobles, tales como yeso, aserrín encolado, cemento, fibra de vidrio y madera. Es así como su acto creador se manifiesta con el mismo vigor del artista maduro, haciendo suya la expresión de William Blake: “Debo crear mi propio sistema o ser esclavo de otro hombre”.

La materialización del anterior aserto se produce a mediados del mes de julio de 1987, cuando realiza la tercera individual de su carrera (“Fruteros, Autorretratos y Roselias”) en este “su museo”, el Museo de Arte Contemporáneo, el centro artístico más emblemático de Venezuela y Latinoamérica, en ese momento. Sin que medien halagos de ocasión, Roberto Guevara, exigente crítico de la época, escribió:

“Level asume un lugar que nadie antes había intentado en la escultura venezolana, una aproximación naturalista por su propósito de representar los reinos vivientes que antes habían sido casi patrimonio exclusivo de la pintura (…) Cuando uno observa en conjunto la excelente exposición individual de Level en el MACC, una ráfaga de asombro y admiración brota con espontaneidad. Nos sentimos ante una noticia regocijante y entusiasta que da fe de la vigencia del medio y, lo que es todavía más importante, de su capacidad real para renovar los supuestos de la escultura en Venezuela (El Nacional, 28 de julio de 1987).

A partir de ahí, su camino ha sido de continuo y sostenido ascenso que se expresa en muestras capitales, “Selvas” para DanzaHoy (Sala de Exposiciones de Interalúmina, en la ciudad de Puerto Ordaz, y en la Galería El Muro, en Caracas, 1988); “Crucifixiones, Gárgolas y Ángeles” (Galería Astrid Paredes, Caracas, 1991); “La devoración de los ángeles y máscaras para un concilio” (Galería Leo Blasini, Caracas, 1993); y “Epifanías y otros devocionarios” (Museo de Arte Contemporáneo de Maracay Mario Abreu, 1994), muestras que ponen de manifiesto, desde una perspectiva contemporánea, la religiosidad ancestral y latinoamericana.

Viene después un período de silencio y reflexión que abarca cuatro años y medio. A partir de 1992 la calología de lo feo comienza a hacerse presente en su trabajo. En ese sentido, el artista capta a través del tiempo el mensaje que doscientos años antes envió Hegel:

“Lo que importa es que el contenido que tenemos delante despierte en nosotros sentimientos, inclinaciones y pasiones (…) Todas las pasiones, amor, alegría, cólera, odio, piedad, angustia, miedo (…), pueden invadir nuestra alma bajo la acción de las representaciones que recibimos del arte (…) Lo humano es tan rico en lo bueno como en lo malo (Hegel, Georg Wilhelm Friedrich, Introducción a la estética, Ediciones Península, Barcelona, 1990, p. 30)”.

La muerte de su padre, acaecida en 1994, será el elemento disparador de su nueva estética. En la instalación que hace para el II Salón Pirelli de Jóvenes Artistas, realizado en el MACSI, en 1995, encontraremos la alusión a la vida pero también una manifiesta referencia a la muerte. Árbol caníbal, de la serie “Árboles sagrados” (1999), será la más acabada representación de la nueva ruta emprendida. Se trata de un árbol elaborado en piedra artificial, ennegrecido y maltrecho, convertido en reservorio para el sacrificio, que en dos de sus ramas tiene incrustada (¿cómo su fruto?) la imagen de Cristo en su último momento vital y en sus demás partes está atravesado con enormes clavos, dos limas sin sus respectivos mangos y un machete viejo y oxidado, sin su empuñadura de madera. La flagelación de ese ser vegetal nos parece exagerada, pero es la forma que encuentra el artista de llamar la atención acerca de un hecho rutinario en el campo: la acción del campesino de traspasar con clavos o amarrar con piedras los troncos y ramas de los árboles para favorecer la gestación de sus frutos. Nuevamente Hegel viene en su ayuda: “Decir que el arte debe agradar, ser una fuente de placer, es asignarle un objetivo puramente accidental, que no puede ser el suyo (Hegel, Georg Wilhelm Friedrich, o. cit., p. 55)”.

La serie “Cortes de piel”, iniciada hacia el año 2000, algunas de cuyas obras se exponen en esta oportunidad en Espejos de Inframundos, fue un desarrollo importante en su nuevo camino. El proyecto surgió de la impresión que le causaron los dibujos anatómicos que realizó Leonardo Da Vinci, a partir de sucesivos cortes que hace de cadáveres para conocer las interioridades secretas del cuerpo humano. Javier empezó entonces a realizar esculturas de rostros a los cuales hizo cortes para mostrar la parte interna de los trabajos. De esa manera lo externo y lo interno toman igual protagonismo en su abordaje del tema de la muerte y el inframundo.

Hacia el 2003, el artista trabajó intensamente en un nuevo proyecto: “Los Híbridos”, son veinte obras de gran formato, elaboradas con tejidos y vaciados de resina, en las que se manifiestan con suma crudeza fantasmagorías terribles.

Entre el 2004 y el 2005, Javier hizo varios “bastones de mando”, antiguos emblemas de poder o de distinción que se supone fueron utilizados por el jefe de la tribu o por el hechicero. La serie lleva por nombre “Bastones híbridos” y se realizaron mediante ensamblajes incorporados a hermosísimas tallas de madera. Tres de estas ejecuciones podrán ser vistas en esta muestra expositiva.

A partir del año últimamente indicado interviene el espacio circundante a su taller, ubicado en el sector La Hoyadita, vía Turgua, en el Municipio El Hatillo, diseñando y creando pequeñas estructuras arquitectónicas (el Jardín Rosa Lunar, la Plaza de los Laberintos, la Cúpula Pecaya, La Capilla de Paso y El Templo de Luz), en las que el soplo espiritual y religioso se hace presente a través de formas fantásticas, adentrándose de esa manera en la misma ruta que inició Gaudí en España y practicó Juan Félix Sánchez, con la sabiduría ancestral del montañés, en El Tisure, humilde poblado de Mérida.

En el 2006, encontramos al artista trabajando en la serie Tabernáculos. La religiosidad de este proyecto se hace así manifiesta: en el sagrario se guarda el Santísimo Sacramento; también es el lugar donde los hebreos tenían colocada el arca del Testamento. Pero en los tabernáculos de Level se exhiben radiografías de un familiar cercano que había fallecido para esa época, junto con elementos disímiles (collares, reliquias de Barrancas, piedras, elementos marinos, etc.) que nos acercan a la religiosidad primitiva. La poética de este trabajo, que ahora se expone parcialmente, es hermosa y anonadante a la vez.

En el 2007 crea un espacio permanente, anexo a su taller, para la realización de exposiciones temáticas de su trabajo que ha llamado La Tierra Intermedia Galería, en la que hizo su última gran muestra, con mucha asistencia de público: IN MEMORIAM de ilustres híbridos y transgénicos (cuarenta y cinco obras que “se erigen como estandarte de un sincretismo fragmentado que en el fondo refleja y busca trasmutar nuestros miedos más profundos tanto individuales como colectivos”). En la nota crítica que se escribió se indica: “Estos bustos transgénicos son más bien manipulaciones genéticas del artista, constructos de laboratorio. El artista realiza una suerte de imitatio Dei, creando seres a partir de los cuales podría surgir toda una civilización” (La Tierra Intermedia Galería, febrero de 2015).

Hacia 2010 comienza la serie Bustos, distanciándose de la elemental representación de la parte superior del ser humano. De manera efectiva, son esperpentos surreales, figuras terroríficas de un mundo irracional. Curiosamente, cinco de esos bustos (Andrés con cabeza de venadoRoselia con plumasRoselia con CaracolesCrucifixión en homenaje a Mario Abreu y Escafandra con reliquias) se acercan a la belleza nada melosa que pudimos apreciar en “Fruteros, Autorretratos y Roselias”. Creo firmemente que es la vertiente de un trabajo, sin complacencia, que exige una más extensa elaboración en el futuro.

En el 2016 inicia la serie “Memorias”, un trabajo estrambóticamente surrealista, elaborado con resinas y materiales heteróclitos, como se evidencia del conjunto expuesto (Cuatro recuerdos).

Todo ese largo y productivo trayecto recorrido por Level tiene una fructífera coronación con esta portentosa muestra en el MAC. Sobre ella debió referirse enteramente este texto, pero he creído –en beneficio de los nuevos devotos que a partir de ahora se incorporarán a su religión creativa– que un resumen apretado de su siempre ascendente carrera sería una mejor forma de abrir las puertas a su mundo fantástico, el cual encuentra una clara ratificación en el trabajo que ha hecho en los últimos diecisiete años.

Sólo me queda un comentario final: Javier Level tiene ganado un lugar indiscutible entre los más prominentes escultores venezolanos y esta segunda exposición que presenta en el MAC es la convalidación de tan importante logro.


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