El diálogo volverá a fracasar. Con efectos irreparables: profundizar el desprecio y el desprestigio en que ha caído la oposición venezolana ante la comunidad internacional y darle tiempo a la dictadura para que continúe su trabajo de devastación de lo que resta de Venezuela. Salvo que se constituya al más breve plazo un modelo unitario diametralmente distinto al de la MUD: un Frente Amplio de Unidad y Resistencia, que conduzca las luchas finales del pueblo venezolano contra la tiranía.

Son los Idus de septiembre. La suerte está echada.

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Al fragor de la conmoción y las graves consecuencias de la derrota histórica de la sociedad civil el 11 de abril de 2002, causada por la intervención de las fuerzas armadas bajo control de uno y otro bando y la actuación de políticos inexpertos, escribí unas reflexiones que titulé Dictadura o democracia, Venezuela en la encrucijada. Pretendí esclarecer el contexto de dicho fracaso: la profunda decadencia y crisis del establecimiento puntofijista, el asalto de la barbarie que venía a llenar el vacío dejado por la claudicación de las élites democráticas y la emergencia de la dictadura, cuya entronización me parecía inevitable y que supuse apuntaba al establecimiento de un régimen totalitario de sesgo castrocomunista. El objetivo estratégico que entonces me parecía impostergable no iba más allá de afianzar y profundizar la lucha asumida en solitario y sin el concurso de los partidos políticos del viejo establecimiento por la sociedad civil venezolana tras el restablecimiento de la democracia. Aquella democracia que se dejara arrasar por la barbarie y ya no sobrevivía en los partidos, prácticamente desahuciados, sino en una pujante e insurgente sociedad civil. Hasta el día de hoy: única reserva estrategia de nuestros afanes libertarios. Todavía creía posible restaurar el antiguo régimen y volver a la vida del pasado perdido.

La misma noche del 15 de agosto de 2004, fecha del monumental fraude cometido por un gobierno que ya se había entregado de rodillas al dominio cubano, encargado de montar toda la operación de lo que Petkoff llamara “un fraude continuado” –desnaturalizar el referéndum revocatorio, postergar su realización y montar las misiones para recuperar el perdido respaldo ciudadano– , enfilado hacia una dictadura totalitaria, comprendí súbitamente que la restauración del pasado era un objetivo equivocado, amén de imposible. La crisis del viejo liderazgo, entonces a cargo de la llamada Coordinadora Democrática, estalló esa noche en presencia del viejo liderazgo opositor en una manifestación de impotencia irremediable. Esa madrugada me quedó claro que la democracia de Puntofijo había muerto y lo que sobrevivía era un simulacro opositor y su peor herencia: el chavismo. Un proceso de claudicación en toda la línea que a partir de las elecciones presidenciales de 2006 y la candidatura de Manuel Rosales, bajo el patronato del mismo Petkoff y Julio Borges, apartó a la sociedad civil de todo protagonismo y dejó el proceso de transición compartido con el régimen en manos de los nuevos y viejos partidos políticos. De esa extraña simbiosis nació la MUD. Y de la muerte de Chávez, el madurismo. Ese monstruo de dos espaldas que ha precipitado a Venezuela en los abismos de su devastación.

De hecho y más allá de la conciencia de sus protagonistas, desde entonces se instauró una transición hacia el totalitarismo soportado por una extraña alianza jamás declarada del chavismo con la llamada oposición democrática puntofijista. Un compartimiento de espacios recíprocamente tolerados, afianzado por los altos precios del petróleo y la magia seductora del encantador de multitudes. Incrustada en esa alianza contra natura, a la que muy pronto junto a AD y Copei se incorporó Primero Justicia, en primer lugar, y Voluntad Popular y Vente Venezuela, después. Esa oposición estructurada desde 2009 en la llamada Mesa de Unidad Democrática jamás se planteó el desalojo del gobierno que, tras la sumisión de Hugo Chávez a Fidel Castro ya se había convertido en un régimen militar cívico dictatorial  con claras tendencias totalitarias, como fuera definido en su momento por Pompeyo Márquez. Y que sólidamente aliado a las fuerzas armadas terminara por consolidar dicha transición hasta alcanzar el clímax de la crisis humanitaria y la insurrección popular que vivimos hoy.

Imposible desconocer la voluntad antidictatorial inmensamente mayoritaria de la sociedad civil, que rechaza todo contubernio con el régimen, respalda con todas sus fuerzas las acciones de la Resistencia, desconoce el supuesto liderazgo de la MUD y apuesta por el desalojo del régimen y el inicio de una transición hacia la Nueva Venezuela. Tres fechas recientes marcan el fin del pasado entendimiento de la sociedad civil y la resistencia con la MUD y demarcan un cambio profundo en el escenario político venezolano. El 9 de julio, cuando sorpresivamente e iniciando un cambio de 180 grados en el comportamiento político de Leopoldo López y su partido Voluntad Popular los hermanos Jorge y Delcy Rodríguez trasladaran al preso más emblemático de la dictadura a su casa; el 16 de julio, cuando 7.700.000 ciudadanos acordaran mediante un referéndum las líneas maestras que debía seguir la oposición, resumidas en 1) la búsqueda del desalojo inmediato del régimen; 2) el desconocimiento de la llamada Asamblea Nacional Constituyente y 3) la conformación de un gobierno de transición. Y el 10 de  septiembre, cuando el respaldo opositor a los partidos opositores de la MUD descendiera hasta menos del millón de votos y la sociedad civil le diera definitivamente la espalda a quienes se subordinaran y acordaran con el régimen la participación a unas elecciones regionales que no sólo apartan de un manotazo el objetivo del desalojo sino que violentan y violan el acuerdo referendario del 16 de julio.

Contrariando esa implícita voluntad mayoritaria de no volver a caer en la celada del diálogo, compartida por las altas autoridades de la Iglesia, según dejara constancia el cardenal Urosa Savino en sus declaraciones al salir de reunirse en Bogotá con el papa Francisco – “no se dialoga con una dictadura totalitaria”–, la MUD ha aceptado reiniciar una vez más el diálogo con el régimen. Sin otro objetivo que satisfacer la voluntad de quienes supeditan los intereses de la Nación –desalojar al régimen e iniciar el proceso de transición, como fuera ratificado el 16 de julio– a sus propios intereses particulares, permitir la sobrevivencia del régimen a cambio de garantizar las elecciones presidenciales en diciembre de 2018 y sucumbir al espejismo de la candidatura presidencial de Henry Ramos Allup o Julio Borges. No es otro el objetivo del encuentro, una vez más en República Dominicana, una vez más bajo el patrocinio de José Luis Rodríguez Zapatero, una vez más con un presidente dominicano, una vez más con Timoteo Zambrano: el mismo caldo con las mismas presas. Y la participación de AD, PJ, UNT y VP. ¿A qué milagro esperan los mismos protagonistas con los mismos argumentos, que no darle tiempo a Nicolás Maduro, terminar por desgastar el espíritu de resistencia, ahora sin su preso emblemático, y extender la vigencia del régimen dictatorial formalmente hasta el 2019, que de facto podría alcanzar hasta 2050, de seguirse el modelo castrocomunista que se ha impuesto y busca entronizarse mediante estos subterfugios tolerados por la oposición oficialista? ¿Qué se opone al logro de la definitiva catalepsia de la voluntad del pueblo venezolano, si su liderazgo desconoce de manera abusiva, irrespetuosa y flagrante el mandato que él mismo solicitara y le fuera concedido el 16 de julio? 

Ese diálogo volverá a fracasar. Con efectos irreparables: profundizar el desprecio y el desprestigio en que ha caído la oposición venezolana ante la comunidad internacional por sus vaivenes y veleidades incomprensibles, y  darle tiempo a la dictadura para que continúe su trabajo de devastación de lo que resta de Venezuela. En cualquier caso, y si se lo permitimos, impedirá el desalojo, derrotará a la resistencia, le cerrará las puertas a la Nueva Venezuela y dejará incumplido el principal anhelo de las mayorías venezolanas: salir de Maduro al más corto plazo, llevar a los principales culpables de la inmensa tragedia que ha azotado a Venezuela desde el asalto al poder del chavismo a los tribunales internacionales, permitir una transición de los mejores y terminar por erradicar de cuajo el castrocomunismo militarista y narcoterrorista reinante. Salvo que se constituya al más breve plazo un modelo unitario diametralmente distinto al de la MUD: un Frente Amplio de Unidad y Resistencia, que conduzca las luchas finales del pueblo contra la tiranía.

Son los Idus de septiembre. La suerte está echada.


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