En cada conversación que sostenemos en público o en privado, formal o informalmente, el contenido sustantivo que prevalece es la inaguantable situación que padece nuestro país.

Hay múltiples e invariables coincidencias que explayan las lamentaciones atribuibles a la crisis interna venezolana que nos asfixia como pueblo, nunca soportada en nuestra historia republicana.

Hay una pregunta común: ¿cómo pudimos haber llegado a tan ominosa situación?, nos preguntamos todos, de manera colectiva voz en eco, sin distinción ideológica, religiosa, confesional, socioeconómica o racial, porque, de veras, la ignominia que sufrimos no hace exclusiones.

Atravesamos esta inmerecida catástrofe humanitaria, esperanzados en las determinaciones inteligentes que tome el presidente interino, ingeniero Juan Guaidó, y su equipo de asesores, de ahora en adelante.

En nuestros diálogos resultan previsibles que surjan otras interrogantes, aunque tejidas permanentemente de incertidumbres. Preguntas como estas: ¿habrá posibilidad de desanudarnos tal martirio? En esta tamaña tarea nos necesitamos todos, con ánimos y buena voluntad.

Ya sabemos a quién corresponde y se está desarrollando en su debido momento (y esperemos que muy pronto) dar al traste, de una vez y para siempre, con tan inmerecido fatalismo.

Ya sabemos a quién le estamos encomendando la misión de limpiar la venezolanidad, cargada de inmundicia producto de las desacertadas políticas públicas del actual régimen, desde hace dos décadas.

Cabe recordar, a propósito del presente drama que sufrimos, aquel explícito relato contenido en la mitología griega, que da cuenta del ofrecimiento que el opulento rey Augías había hecho a Heracles (o Hércules, según la designación romana), en el sentido de que si lograba asear sus establos en un solo día, que en muchísimos años jamás se habían limpiado, le concedería parte de su rebaño y tendría la opción de la inmortalidad de los dioses.

Este extravagante y extraño desafío encubría la intención de humillarle y ridiculizarle, por cuanto era tal la cantidad de detritus acumulado en los establos que prácticamente resultaba imposible limpiarlos en un único día.

Heracles se impuso en esta hazaña que intentaba denigrarlo. ¿Cómo lo logró?…, con inteligencia. El astuto héroe cumplió su trabajo: desvió el cauce de los cercanos ríos Alfeo y Peneo; luego abrió un ancho canal que penetró los establos y arrastró y barrió, en cuestión de horas, la suciedad, las montañas de estiércol.

Sorprendido Augías por tan audaz modo de resolver, montó entonces en cólera y se negó a cumplir lo prometido, alegando que el trabajo lo habían realizado los ríos.

Y nosotros, ¿cómo engarzamos la anterior narrativa con lo que estamos padeciendo? Estábamos obligados a deslastrarnos, más temprano que tarde, la vergonzosa afrenta excremental que nos ha venido estigmatizando ante el mundo. Y así se ha comenzado a cumplir, desde este 23 de enero, con los propósitos democratizadores e integrativos de la ciudadanía venezolana.

En estas horas aciagas, cuando hordas ignaras habían secuestrado y descalabrado el presente y futuro del país, metaforizamos hoy la figura del presidente interino, reivindicador en el pueblo venezolano quien, al lado de sus hijos más preclaros, asumirá la honrosa tarea de reencauzar las vertientes con inteligentes salidas para limpiar nuestra nación de tamañas inmundicias.

La comunidad internacional, en su representación mayoritaria, ha expresado que, a pesar de que Venezuela, con la satrapía saliente había sumido a nuestro país en condición de Estado fallido y forajido, dichos Estados democráticos respaldan la nueva administración que se inicia, amparada en la constitucionalidad.

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