El resultado de las elecciones del domingo 9 de diciembre, con su abstención de 73%, pese al ingente esfuerzo del gobierno que no escatimó en manejos de ninguna ralea para movilizar a su rebaño electoral, puso de manifiesto el avanzado grado de destrucción institucional, económica, política y social propinado al país por el chavismo, con premeditación o sin ella, por incapacidad ingénita para emprender cualquier fin distinto a la manipulación, el contubernio, el engaño, la intriga y la trampa.

Después de la llamada Revolución de Octubre de 1945, que dio inicio al sistema de votación universal, directa y secreta, hubo siempre un gran entusiasmo y una fuerte participación en los numerosos procesos que se llevaron a cabo en Venezuela hasta 2015, año en el que el chavismo perdió la mayoría de la que gozaba y decidió, por tanto, dinamitar el sistema electoral del país. Para ese cometido se sirvió de dos poderes públicos previamente secuestrados: el Consejo Nacional Electoral y el Tribunal Supremo de Justicia cuyos funcionarios, comprados y/o alienados por ideas totalitarias, se prestaron a esa vil acción contra la democracia, traicionando al país y al pueblo.

Las campañas abstencionistas de la izquierda radical de los años sesenta contra la “democracia formal”, nacida el 23 de enero de 1958 a la caída del dictador Marcos Pérez Jiménez, no tuvieron nunca ningún efecto sobre el electorado venezolano. Pero lo que no logró la conspiración prechavista de aquellos años, lo hicieron posible los demoledores chavistas del siglo XXI. ¡Que Dios y la patria se los demande!

A la acción demoledora de la economía, de la infraestructura física del país y del sistema de partidos políticos(ilegalización de partidos, inhabilitación, encarcelación y exilio de dirigentes de oposición, etc.), se unen la eliminación de los medios de comunicación social (periódicos, estaciones de radio, televisoras), de los organismos culturales (ateneos y demás) y la degradación profunda del transporte público, de la asistencia social, de la salubridad nacional, de las cadenas de distribución de medicamentos y alimentos, de las fábricas, de los fundos agrícolas y pecuarios, etc., etc. A todo ello se suma ahora la devastación del ejercicio del voto, columna vertebral del sistema democrático.

¿Qué queda en pie en la Venezuela chavista? Nada. La oposición ha sido desmantelada mediante maniobras divisionistas y golpes certeros propinados por la inteligencia del régimen, que para esos menesteres ha sido sumamente eficaz. Ahora el chavismo tiene todo el poder en sus manos: los Poderes Públicos sometidos al Ejecutivo, las gobernaciones, las alcaldías, los concejos municipales y las fuerzas armadas convertidas en guardia pretoriana. A todo ello hay que agregar la corrupción sin paralelo en Venezuela y el mundo, resultado del ejercicio de un poder omnímodo sin controles ni contrapesos y el ingreso de recursos en cantidades que superan el total de los ingresos petroleros habidos en todos los años anteriores, desde el inicio de esa actividad.

Y uno se pregunta: ¿para qué quieren tanto poder si el país se desmorona por los cuatro costados, si los venezolanos abandonan al país como si se tratara de una tierra infectada, si la industria petrolera se viene al suelo, si el país retrocede a niveles similares a los de la posguerra de los años cuarenta y si ya el amor del pueblo por el chavismo se ha trocado en odio profundo? Se trata de un triunfo pírrico, de un beneficio sin futuro condenado a convertirse, en algún momento, en una deuda muy gravosa que tendrán que pagar todos los que hoy se benefician de ese poder ilegítimo y corrompido.


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