En la última etapa de vida de Hugo Chávez, un grupo de personas adoptamos una categoría para definir una posición divergente con la forma de hacer política de la conducción política de la que creíamos era aún una revolución rescatable. Así decidimos denominarnos “chavismo crítico” como una actitud irreverente ante la persecución y el acoso del que éramos objeto todos lo que asumíamos una posición crítica y, aunque el mismo Chávez reivindicaba la crítica como concepto, al final la aplastaba con el mal manejado concepto de “lealtad” confundida intencionalmente con sumisión.

Sin embargo, el chavismo crítico, como concepto, solo podía tener vigencia si de fondo se conservaba la esperanza de lograr revertir el proceso de deterioro engendrado desde las entrañas del monstruo. Al entrar en conciencia de la inviabilidad de regenerar todo el chavismo, nuevamente entramos en revisión de la categoría que nos podría acoger y definimos que había una profunda diferencia desde las bases de la mal llamada revolución entre la vocación autoritaria y la democrática, por lo que decidimos diferenciarnos con la denominación de “chavismo democrático”, para dejar claro que existía otro tipo de chavismo.

Esta nueva categoría, difícil de mantener, fue decantándose naturalmente por la imposibilidad histórica de justificar que el chavismo, desde su raíz, tenía una verdadera vocación democrática. Podemos reconocer que los conceptos de Poder Popular, democracia participativa, etc., fueron avances en los debates, pero todas las figuras derivadas de su supuesta práctica degeneraron en instrumentos de control social, tales como los consejos comunales, secuestrador al final por los CLAP.

El último esfuerzo fue lograr diferenciar al “madurismo” del chavismo como una versión actualizada de lo más intolerante y autoritario del chavismo, pero sin Chávez y, aunque esto sigue teniendo vigencia, la realidad es que ya difícilmente uno consigue a gente que puede sostener ser chavista, pero no madurista porque la gente ha decidido ser “ex chavista”, ya no como corriente sino como una condición de la realidad, para no seguir vinculado a todo la impronta de maldad y terrorismo de Estado que han generado los que Chávez dejó con la responsabilidad de gobernar.

El ex chavismo es toda la expresión de una gran mayoría de venezolanos que creímos y apostamos por pensar que en la “encarnación” de Hugo Chávez podíamos lograr los cambios necesarios y nos dimos cuenta, algunos más temprano que otros, de que esto era una farsa y vivimos la frustración de una revolución inviable por culpa de un personalismo político que aspiramos a que no vuelva a repetirse más nunca en nuestra historia: estoy hablando de más de 80% de la población que alguna vez, por cualquier causa, votó por Chávez o sus partidos.

El ex chavismo, diverso, silvestre y muy heterogéneo, pasa a ser mayoría no orgánica de la sociedad, y a su vez tiene como dos tipos de nicho: un sector minoritario que decidió en algún momento ser parte o apoyar a la oposición más clásica y hoy no milita, y otro sector mayoritario que desde un principio no militó en ninguna de las organizaciones que había confrontado cuando era chavista.

Me permito, en lo personal, asumirme como ex chavista, cansado de cargar con una responsabilidad que no es mía y asumiendo mis propias responsabilidades y, por ello, desde la organización en la que milito Movimiento por la Democracia y la Inclusión, tanto ex mudistas como ex chavistas tenemos espacio para la discusión de una verdadera alternativa política, no sin dejar de reconocer la necesidad de alianzas tácticas para salir de este neototalitarismo.

Incluso, más que ex chavista soy parte de una izquierda democrática venezolana en construcción, que se permite militar con gente que piensa distinto en el ámbito de paradigmas, pero que tienen como objetivo común construir una sociedad distinta, democrática de verdad y productiva.

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