Millones de venezolanos andan por las veredas del planeta. Las razones son tan variadas como las que se tienen para vivir. Hasta hace 20 años irse tenía el mismo sabor a venirse. La familia de allá y de acá. Los estudios. El trabajo. La acogida venezolana. La vuelta a España, Italia, Portugal… Por un ratico, para volver. Luego el programa de becas de CAP. La exuberancia de una clase media que podía viajar. La Venezuela generosa y próspera; a veces atolondrada. Con sus ricos arrogantes. Siempre alegre y hospitalaria.

Sin embargo, con la pesadilla chavista, viajar es irse. Así se ha poblado el mundo de pequeñas o grandes Venezuela. Una migración las más de las veces educada, que se llevó en sus alforjas un inmenso capital humano, social y en muchos casos también económico y financiero. Tomás Páez, tal vez el más dedicado estudioso del tema, refiere que “más de 90 países y 300 ciudades cobijan a 3,8 millones de ciudadanos venezolanos, de acuerdo con el Observatorio de la Diáspora Venezolana (UCV). Más de 2 millones de ellos se concentran en Norte, Centro y Suramérica. Estas cifras continuarán creciendo con un ritmo trepidante, proporcional a la tragedia humana que profundiza el modelo del ‘socialismo del siglo XXI’ en Venezuela”.

Esta situación ha creado un nuevo país fuera de las fronteras, que sigue siendo Venezuela; la mayor parte de cuyos habitantes, dadas las razones de su salida y la cercanía que posibilitan las nuevas tecnologías de información y comunicación, son activos participantes del drama que los eyectó o que padecen como familiares y amigos de los que permanecen o que sobrellevan en ese durísimo camino de cambiar de patria y de paisajes, sin hacerlo realmente.

Cierto que no se padece lo mismo dentro y fuera del país, lo cual a veces lleva a algunos a cuestionar el derecho de opinar de los migrantes. Son penas distintas no equiparables, pero son penas. En todo caso, allí afuera hay una energía, una experiencia, una fuerza mayoritariamente joven, que será parte de la reconstrucción de Venezuela, sea que regrese o se mantenga en su papel de embajador de la patria que vendrá.

Comprendo y comparto que desde afuera no se pueden dar instrucciones a los que luchan dentro, aunque a veces se puede vocear con vigor lo que, internamente, tal vez lleve a la cárcel. Son papeles diferentes. Todos imprescindibles.

Hoy Venezuela es dolor desparramado por el mundo y también esperanza irremediable. Cada venezolano tiene un plan para cuando venga la libertad y cada uno de esos planes será parte del futuro.


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