El chavismo, como todo totalitarismo, hizo de la crueldad y el miedo a ella eficaces instrumentos de su permanencia en el poder. El chantaje implícito en la patriocarnetización es apenas una muestra de tan pernicioso ejercicio político, y tema masticado, ¡guácala!, en ocasiones anteriores. Démosle, pues, por visto y pasemos al menosprecio del Sr. Maduro hacia los más de dos millones y medio de venezolanos (7% de la población) aventados del país por el hambre, la inseguridad, la inflación y la falta de libertad. Fidel llamó gusanos a quienes tomaron las de Villa Diego al no más comenzar el enrojecimiento insular y la subsecuente pelazón. Esclavos, mendigos, lavapocetas y otros desdores de igual monta y poco ingenio arroja el mandamás vernáculo sobre sus compatriotas. Cinismo puro y duro. La diáspora ha sido provocada con perversa premeditación y feroz alevosía: se van, barrunta, quienes no le quieren, votan en su contra y rechazan el modo de dominación castrista, facilitándole así el control absoluto de una sociedad a su medida y sin oponentes significativos. Podría uno reír para no llorar (o viceversa) al escuchar a la vice mandona afirmar, en alusión a cifras suministradas por la ONU atinentes al fenómeno migratorio: “Han hecho valer como propios datos que aportan gobiernos de países enemigos”. ¿Enemigos de quién?, deberíamos preguntar, aunque no vale la pena seguir rayando el disco; sin embargo, el mandón se encargó de enmendarle la plana al ofrecer, con apoyo prostituyente, un puente aéreo a fin de repatriar a desplazados nostálgicos ¿Víctimas de la xenofobia? ¡No! Quintacolumnistas tarifados, conjeturo sin temor a equivocarme, mientras pienso en el poema de Pérez Bonalde “Vuelta a la patria”, usurpado en el nombre de un mal urdido culebrón propagandístico. Preparémonos para soportar un aluvión de testimonios, seguramente ya grabados, de “repatriados” besando el suelo, con “Alma llanera” de fondo, dando gracias a Maduro por haberles traído de vuelta al terruño, ¡ah palabreja cursi!, y, de esta guisa, pasar la página del éxodo cual si tal cosa.

¡Ojalá el ensañamiento fuese solo verbal o burocrático! Pero no: opera también en lo material y se hace patente, por ejemplo, en el desgaste físico y el daño psicológico ocasionados a los adultos mayores. Quienes, hace ya más de 20 años, cuando el siglo XX canturreaba agonizante “El manisero”, ¡Me voy, me voy!, creyeron ingenuamente –y eran muchos en esos días finiseculares– en los cantos de sirena de una legión de oportunistas de marca mayor y resentidos de toda laya que, tras un narcisista y sedicente alter ego del Libertador –o muñeco de ventrílocuo fungiendo de médium–, se hicieron del poder con la manifiesta intención de detentarlo para siempre –“Para siempre, lo nuestro será, para siempre, lo nuestro no tiene final”, vocalizaba entonces Ilan Chester sin relación alguna con el “proceso” en curso–, continuaron aferrados a su fe –¿y qué es la fe, preguntó alguien cuyas señas no retuve en mi memoria, sino creer en cosas sin ninguna verosimilitud?–, aguardando una pronta redención, envejecieron haciendo cola a las puertas del paraíso socialista del siglo XXI, sin poder retozar en las vivificantes aguas del mar de felicidad, ahora ofician de colistas en las antesalas de agencias bancarias con obsoletas plataformas tecnológicas para cobrar parte de una asignación cosméticamente aumentada, mediante el espejismo de la reconversión, para tísica alegría devenida en decepción y rabia mucho antes de lo previsto por la camarilla a cargo de la repartición de sobras y el raspado de ollas. ¡Ah!, pero de repente rejuvenecieron y se rebelaron corajudamente ante el engaño oficialista y el viacrucis que por estos días les esperaba. Y, ¡claro!, fueron reprimidos en el acto, negándoseles su derecho a la protesta. ¿Y dónde estaba la oposición? Como ya es costumbre, las organizaciones y líderes (¿?) de las fuerzas contrarias al régimen no pudieron sintonizar con un sector de la población sistemáticamente subyugado por la ordinaria dictadura militar civilmente enmascarada con Maduro en la proa. Se suceden con pasmosa frecuencia las manifestaciones de repudio al régimen y los reclamos por mejores condiciones de vida, y quienes están en la obligación de recoger el guante de esos desafíos, es decir, lo partidos y dirigentes que en busca de la unidad perdida no dan con pie con bola, dejan para después y a la buena de Dios a su razón de ser.

“Los de afuera y los de adentro” podría denominarse, parafraseando el clásico de la BBC Los de arriba y los de abajo, una serie televisual inspirada en las vicisitudes de desterrados y pensionados; la idea, archivada de momento en la carpeta de proyectos a concretar una vez liberados del chavismo, se nos ocurre porque, si no tuviésemos acceso a Internet y a la televisión por cable, lo hasta aquí someramente expuesto podría ser tenido por invención. Una fabulación (¿hiperrealista?) concebida en Bogotá, Miami, Lima o Buenos Aires por una suerte de internacional de las mentiras financiada por la CIA y forjada en paranoica fragua de teorías conspirativas –ases bajo la manga o trucos de bolsillo de un prestidigitador de feria– orientadas a soslayar el rigor investigativo de agencias noticiosas y cadenas informativas abocadas a desmontar engañifas improvisadas por fabricantes de embelecos al servicio del goebbeliano despacho de comunicaciones gestionado por el loquero vengador. En la cruda realidad, superior a cualquier ficción, las afrentas a la tercera edad y a los autoexiliados son difíciles de tragar y de imposible digestión; no obstante, si los de afuera, haciendo caso omiso de las injurias, se movilizan para no hacer de la liberación nacional una causa perdida u olvidada, y los de adentro siguen rejuveneciendo con sus justos y pertinentes reclamos, hay fundadas expectativas de (re)encontrar la Venezuela extraviada.

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