En su desesperación por estabilizar la situación de la sociedad venezolana, impresiona que el presidente definitivamente no ha remontado las deformaciones que en materia de políticas públicas devoraron progresivamente las experiencias soviéticas, chinas y cubanas, proceso histórico que llegó a su final con el derrumbe del Muro de Berlín (1989), acontecimiento que marca el final de la rivalidad conceptual y política entre el Este estatista y autoritario y el Oeste liberal y democrático.

Suceso de extraordinaria importancia en la geopolítica del poder mundial  de su época, pero que además simbolizó e identifica aún toda una experiencia conflictiva en la conducción de un Estado, porque el estatismo chino-soviético y cubano se caracterizó por la conducción política hegemónica y autoritaria, la centralización burocrática de la economía y del Estado, la colectivización forzosa,  el desprecio por la iniciativa individual y la pretensión liquidadora de la propiedad privada, con resultados catastróficos.

Y si ese sigue siendo el modelo en el cual el presidente Maduro y sus ministros se ven a cada rato, recetas tomadas del fracaso cubano-soviético, no solo no saldremos del barranco en el cual nos encontramos, sino que seguiremos hundiéndonos y empobreciéndonos, dejando en el camino además nuestro patrimonio minero, utilizado discrecionalmente para afianzar los préstamos que se hacen, consumidos en la mayoría de los casos por la corrupción gubernamental.


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