Los trágicos sucesos que en la actualidad vivimos y sufrimos los ciudadanos venezolanos, para extraordinaria desgracia nuestra, son muy claros indicadores de la magnitud del proceso de destrucción que se continúa desarrollando en contra de la otrora República Democrática de Venezuela, aspecto esencial de las políticas públicas y “privadas”, explícitas y encubiertas que se elaboran y se ejecutan desde Miraflores.

Por enésima vez hago esta afirmación utilizando como argumento los hechos, las realizaciones, los resultados de los planes o iniciativas del gobierno central, del Ejecutivo: no utilizo supuestos, ni interpretaciones y mucho menos deseos o aspiraciones, el apagón nacional  del jueves 7 de marzo, absolutamente inesperado, puso en crisis las reservas energéticas de la nación, al fallar la opción alternativa al sistema principal caído como consecuencia de las insuficiencias de mantenimiento.

Sin embargo, eso no fue lo único que ocurrió, eso solo fue el comienzo de los dramáticos y muy trágicos efectos de la oscurana que durante aproximadamente 3 días (72 horas) puso patas arriba a la sociedad venezolana a lo largo y ancho del territorio nacional, porque en segundos regresamos al siglo XIX, al siglo de las carencias económicas y sociales vividas como consecuencia de nuestra pobreza.

En segundos, señalaba, las amas de casa quedaron jaqueadas porque el refrigerador dejó de funcionar, poniendo en crisis la conservación de los alimentos, laboriosamente acumulados como archiconocida consecuencia de la miseria económica en la cual nos encontramos, por lo que un poderoso grito de rabia y dolor se escuchó en la comunidad (maldito Maduro), condenando una vez más la antipopular gestión gubernamental.  

Pero las profundas heridas que la falla eléctrica ha ocasionado no se detuvieron en las neveras de millones de familias venezolanas, en forma simultánea afectó el sistema eléctrico de los hospitales nacionales dejándolos inutilizados, tanto públicos como privados, penetrando automáticamente en las unidades de servicios en las cuales el mágico y poderoso fluido  no puede, ni debe, detenerse, pabellones, unidades de cuidados intensivos, retenes pediátricos, salas de parto, emergencias, impacto cuyos mortales efectos aún no conocemos, pero responsablemente estamos a la espera de la información y explicaciones que nos debe el gobierno de Nicolás Maduro.

Y de ahí en adelante el fulminante golpe de la carencia eléctrica extendió sus dramáticos y negativos efectos de ausencia energética, también en forma simultánea al sistema productivo nacional, tanto en el amplio y muy aporreado sector público como al debilitado sector privado, situación extraordinariamente perjudicial en una nación en la cual existe una dramática crisis productiva, caracterizada por la debilidad del sector.

Creo que es muy obvio, estimado lector, que no hay otra respuesta frente a un riesgo de semejante importancia, que la presencia de una alternativa efectiva y confiable, las plantas termoeléctricas, que entren  en acción apenas la función principal se detiene, recurso sobre el cual se ha discurseado mucho, desde hace años ya en vida del presidente Chávez, medida para la cual creo que, incluso, además de los planes, se dispusieron recursos, ¿Qué se hizo con ellos, Nicolás?

¿Y cuál ha sido la función del ciudadano Motta Domínguez en la responsabilidad que le ha sido confiada?, en la cual tiene ya unos años y los resultados positivos no solo no se ven, sino que la situación eléctrica venezolana actual desdice mucho de su competencia, razón más que suficiente para ser relevado ahora, pero en su sustitución debe abrírsele paso un equipo técnico capaz, eficiente en su trabajo y que no sea ladrón, por favor.


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