La última película del Universo Extendido de la casa DC Comics es, sin duda, mucho más simple en su historia y desarrollo que la mayoría de sus entregas previas, en especial si se la compara con Batman versus SupermanMujer MaravillaEl Caballero de la Noche o El Hombre de Acero. No hay mayor complejidad ni oscuridad en las conductas y conflictos de sus protagonistas –los más famosos superhéroes de esta corporación–, y no obstante todo ello, mal se la puede considerar una mera película de efectos especiales, fantasía, poderes sobrehumanos y extraterrestres con capacidad de destruir la Tierra. Como toda buena historia clásica de Cómics, re-presenta mucho más.

Por ello, es ya tediosa la recurrente crítica de cine hacia las películas de DC por intentar hacer reflexionar a las audiencias más allá de divertirlas. Esa crítica, antes de pedir que se ofrezcan productos más superficiales y carentes de sustancia, debería aplaudir que los negocios se interesen por hacer más críticas a las personas, y no solo en sus ganancias, por demás legítimas. Pero quizá sea mucho pedir a la mayoría de los críticos.

Por otro lado, es banalidad y mediocridad lo que se esconde tras el hipócrita elogio de parte de esa misma crítica hacia las películas de Estudios Marvel, por supuestamente limitarse solo a entretener y renunciar a tramas más complejas, y con personajes conflictivos. Pues es falso que las historias y personajes de esa compañía solo hagan reír y evadan a las audiencias de asuntos más serios y reales, ya que también, aunque a su modo, introduce reflexiones éticas, políticas, morales y económicas.

Luce, en todo caso, falaz y peligroso plantear el dilema de entretener o hacer reflexionar en el cine, como si este arte solo debe limitarse a divertir embruteciendo, en lugar de recrear cultivando, desde luego, sin pretensiones desmedidas. ¿Es capaz el cine de Cómics de lograr esto último? Varios ejemplos confirman que sí. Allí están, por mencionar algunas, El Caballero de la Noche, Iron ManDr. Strange y Mujer Maravilla, por no hablar de Los Vigilantes y en formato de TV de Daredevil.

Sin embargo, con la Liga de la Justicia ha vuelto ese falso dilema y la inefable crítica, más interesada en sí misma que en aportar una visión para los espectadores y fanáticos, insiste en que no solo es un desastre en cuestiones técnicas, estrictamente cinematográficas, sino también por la historia, los personajes y los villanos. Iniciemos con esto último.

Ya en el Batman de Chris Nolan vimos a un héroe luchando contra criminales tomados de la realidad: mafiosos, traficantes, anarquistas, terroristas y revolucionarios. Pedir algo similar cuando se trata ya de películas en que se reúnen superpoderosos, como Los Vengadores o Liga de la Justicia, puede ser más complicado, así como alejado de lo que los fanáticos esperan tomando en cuenta lo que ya ha sido narrado en los cómics propiamente tal, en los que son extraterrestres o seres mitológicos los que amenazan al mundo, en lugar de los seres humanos dedicados al negocio de la opresión y el crimen.

Ahora bien, visto con más detalle, cabe concluir que los villanos de los cómics son, en general, “niños en pañales” en comparación con los villanos reales. En efecto, tenemos muy claro que personajes como Steppenwolf y sus Parademonios son irreales, invención de la imaginación humana. Pero en nuestro mundo existen muchos individuos y organizaciones, en control de regímenes autoritarios y mafias criminales, con ideas y planes similares a las de esos personajes irreales, y están dispuestos a cumplirlos, por cierto.

En un artículo publicado en El País, el 27 de febrero de 2017, Garry Kasparov y Thor Halvorssen, miembros de Human Rights Foundation, señalaron: “…en la actualidad, el negocio del autoritarismo está en auge. Según la investigación de HRF, los ciudadanos de 94 países sufren bajo regímenes no democráticos, lo que significa que 3,97 mil millones de personas están actualmente controladas por tiranos, monarcas absolutos, juntas militares o regímenes autoritarios competitivos. Esto es 53% de la población mundial. Estadísticamente, entonces, el autoritarismo es uno de los mayores –si no el mayor– desafío que enfrenta la humanidad” (ver: https://goo.gl/udxcuu ).

Jinping, Putin, Maduro, Endorgan, Kim Jong Un, Castro, Lukashenko y Orbán no son aliens, ni pesadillas ni personajes tomados de la fantasía. Tampoco lo son los tiranos que siembran el terror en Siria, Bahréin, Kazajistán, Egipto, Sudán o Guinea Ecuatorial. Menos aún los que están al frente de organizaciones terroristas y criminales internacionales y regionales, como el Estado Islámico, los carteles de la droga, las organizaciones dedicadas a la trata de personas y las redes que operan en los llamados por Moises Naím “agujeros negros geopolíticos”.

¿Ejemplos de esos agujeros negros geopolíticos? “La situación en algunas zonas de Colombia, Rusia, Afganistán, México, Laos y numerosos lugares de África y Asia encaja con la definición. Los agujeros negros pueden ser regiones sin ley –es decir, anárquicas– dentro de un país, como ocurre con el Transdniéster en Moldavia, el corazón montañoso de Córcega o los estados mexicanos que constituyen la frontera con Estados Unidos. Pueden ser regiones fronterizas que abarcan países vecinos, como el Triángulo de Oro del sureste asiático o la Triple Frontera de Paraguay, Brasil y Argentina. Pueden ser cadenas de barrios y pueblos como las comunidades libanesas repartidas por las capitales de África occidental. Y son, cada vez más, un espacio incorpóreo en Internet. El hecho de que sea difícil o imposible localizarlos en un mapa no quiere decir que no existan” (ver: https://goo.gl/wrMJ62 ).

Ni qué decir sobre los neoautoritarismos y conflictos de toda índole que han surgido en el mundo árabe y oriente medio, luego de la, en general fallida, Primavera árabe (ver:https://goo.gl/hGpwRW ).

No es entretenido lo que sucede en estas partes de nuestro mundo. Mucho menos el dolor y sufrimiento que experimentan millones de seres humanos víctimas de la maldad que en ellos se despliega. Tampoco lo es, por cierto, el daño que genera la pulsión populista y su indefectible tentación autoritaria, que anida en toda sociedad abierta, esperando una caída en el ánimo de la mayoría de su población, para manipularlos, asaltar el poder y acabar con las instituciones que hacen posible que la vida sea más vivible y digna.

Lo que sí no tenemos en la realidad, para bien o para mal, son individuos con superpoderes. Solo nos tenemos a nosotros, seres humanos de carne y hueso, con nuestras imperfecciones, intereses, creencias y limitaciones. Pero tal vez seamos suficientes para al menos conjurar las variadas formas de maldad y destrucción que nosotros mismos generamos. De combatir, con relativo éxito, la sombra que hay siempre en nosotros y en el inconsciente colectivo de toda sociedad.

Es esa visión, simple y a la vez poderosa de lo que podemos ser, la que justamente muestran los cómics, a través de arquetipos, mitos o símbolos “encarnados” en SupermanBatmanMujer MaravillaWolverine o Spiderman, y convendría asumirlos como un recurso útil, si no indispensable, para no solo tener el estímulo de intentarlo –combatir con éxito nuestras zonas oscuras–, sino también de lograrlo, teniendo muy presente lo declarado recientemente por Steven Pinker, y que estos personajes de ficción, tanto de DC Comics como de Estudios Marvel tienen muy presente, al parecer más que muchos seres humanos reales: “Damos por hecho comodidades del presente como si fueran inevitables. No lo son” (ver la entrevista completa en https://goo.gl/jZyns3 ).

A pesar de las críticas que quepa hacerle, como a toda película, a nivel técnico, de narrativa, efectos especiales, duración, etc., Liga de la Justicia aporta, y no poco, a esa función ética, moral y política de los cómics, en una época decadente a nivel mundial, justo en esos ámbitos, especialmente en el caso de Occidente, alejado desde hace largo tiempo de sus mejores valores.

Se puede asumir como hilo conductor de la historia de la Liga los peligros de un mundo sin ideales, sin visión, melancólico, deprimido, preso de los complejos, la corrección política y la inconformidad no creativa, sino nietzchana, y esa tendencia patética a sentirse muy intelectual y filósofo por mostrar desacuerdo con todo lo que existe, sin aportar nada para al menos logra una mejor comprensión de lo que nos desagrada. Ese es, en gran medida el mundo en que vivimos, uno en el que ni las creencias religiosas, los ideales políticos o las virtudes éticas parecen ser suficientes para las personas en las sociedades abiertas, en las que todavía es posible elegir, sobre todo para las nuevas generaciones, como la llamada “millennial” y posteriores a esta, las cuales, debido a terribles fallas educativas en familias, colegios, sociedad civil y mercados, oscilan ante los problemas públicos entre el nihilismo, el progresismo populista y la idiotez política. Estas generaciones no necesitan más evasión sino inspiración, referentes, avanzar hacia una suerte de “reencantamiento” del mundo.

Y ante el peligro de ese estado de ánimo colectivo es que irrumpe la decisión de Bruce en la película, de brindar a las personas, de nuevo, una visión inspiradora (virtudes, ideas, emociones, proyectos compartidos), partiendo de reconocer, por ejemplo, que “Superman… era un faro para el mundo. No solo salvaba personas, les hacía notar lo mejor de ellos mismos”. No es forzado suponer que muchas personas cercanas a ellos habrían dicho cosas similares de Vaclav Havel, Nelson Mandela o José María Vargas, por ejemplo.

Varias ideas en esa dirección se detectan conforme avanzan los hechos. Por ejemplo, la determinación ética y la confianza en sí mismas para asumir liderazgos, en el caso de las mujeres, que observamos cuando Bruce le dice a Diana: “No sigas ocultándote, tienes capacidad para liderar, ¡hazlo!” –en nuestro mundo, mujeres como Ayaan Hirsi Ali y Malala Yousafzai han atendido a ese llamado–; o esa noción básica y muy certera de lo que es ser humano, cuando el mismo Wayne reconoce ante Alfred, refiriéndose a Kal El: “Él fue más ser humano que yo. Teniendo todo ese poder, trabajó, se comprometió, se enamoró”; el encontrar inspiración y renovación en la amistad, en la cooperación con otros, como se aprecia en la relación de Barry Allen con el grupo (un tema similar se plantea también en la reciente adaptación al cine de la novela It, en la que un grupo de niños descubre que solo unidos podrían salvarse a sí mismos, y con ello, tal vez, también al mundo).

Nada de lo anterior es extraterrestre, mítico, superhumano o irreal. Lo que sí puede suceder es que en las escuelas, familias, universidades y demás centros de educación ello se haya olvidado, extraviado, y en su lugar, la tecnología, el utilitarismo económico o la banalidad promovida por las incontables nuevas tecnologías pretendan atrofiar o sustituir lo que está en la base de nuestra constitución moral, muy bien descrita por Adam Smith en La teoría de los sentimientos morales.

Como lo explica un experto en materia de cómics, Grant Morrison: “Las historias de superhéroes se destilan en los niveles supuestamente más bajos de nuestra cultura, pero, al igual que la base de un holograma, contienen en su interior todos los sueños y miedos de generaciones enteras, en forma de intensas miniaturas. (…) Nos dicen dónde hemos estado, qué temimos y qué deseamos, y hoy en día son más populares y están más generalizadas que nunca, pues siguen hablándonos de lo que de verdad queremos ser” (ver un análisis más amplio en: https://goo.gl/5XG7bc ).

La historia nos muestra que, al final, no son los armamentos, las guerras, la OTAN, las invasiones o las tonterías de la corrección política progresista las que harán que los villanos que sostienen regímenes autoritarios u organizaciones criminales, muy reales y crueles, cada día con más poder de destrucción, desaparezcan de nuestro planeta, y lo que impedirá de forma sostenida que los actuales sean sustituidos por otros iguales o peores a futuro.

Sin perjuicio de casos en que el uso de la fuerza es inevitable y justo (como en la Segunda Guerra Mundial ante la expansión nacionalsocialista, en la guerra de Kosovo, etc.), serán siempre, más bien, los valores, virtudes, acciones y compromisos de la gente común de los individuos, coordinados y cooperando entre sí, según ideales de tolerancia, dignidad humana y respetuosos de la institucionalidad liberal –la única que responde lo mejor posible a la luz y la oscuridad que llevamos dentro de sí los seres humanos–, lo que –no de golpe pero sí de forma sostenida– contribuirá en todas las sociedades de nuestro amplio mundo a expandir el poder de las ideas de libertad, justicia, desarrollo, cooperación y paz en políticos, gobernantes, empresarios, padres, trabajadores, jueces, policías, militares, docentes, funcionarios, organizaciones civiles, periodistas, jóvenes y credos, y a restringir con eficacia el reino de la oscuridad que genera opresión, injusticia, pobreza y violencia, tal como Gandalf se lo confió a Galadriel en El hobbit, cuando respondió a su pregunta de por qué eligió como guía para los enanos a Bilbo Bolsón: “¿Por qué Bilbo Bolsón? Tal vez porque tengo miedo… y él me infunde coraje”. Lo demás es cuento para niños que se asustan con monstruos.


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