Mi experiencia literaria-filosófica-periodística ha sido la de un intelectual que lidia, sin pausa, a desquiciados. Leo, miro, escucho, deduzco y formulo para experimentar que nadie oye ni refuta de forma inteligible pero embiste. La realidad es interpretada más allá del juicio o razonamiento, porque la sabiduría es irrelevante cuando la prisa nos empuja hacia lo riesgoso desconocido.

Las transformaciones sociales inician con el minúsculo impacto de una expresión filosófica que nace, se desarrolla y alcanza su cénit mediante sistematizada intimidación. El iletrado aventaja al culto cuanto atreve expresar poco pero exhibir mucho. El segundo pavonea superioridad intelectual en recintos donde acude salido de una ducha, el otro hiede trasladándose en vehículos del colectivismo social donde los odoríficos también están presentes pero bajo sospecha.

La dimensión humanística de un ciudadano siempre será medida por su capacidad de pago y acomodo burocrático-institucional, pero quien no la tiene también atropella recordándole a los afortunados que aun cuando el miserable viste harapos no pierde su potencial peligrosidad. Un estadista asevera que solo la educación derrota la miseria, olvidándose que el estereotipo de explotación laboral nunca desaparecerá y consagra su solapada preponderancia tras distinguir a ciertos individuos por su formación académica o confiabilidad para los cenáculos. Los administradores de repúblicas eligen contratar a quienes demuestran méritos.

El libre mercado moviliza poblaciones. Quienes pretenden derrotarlo agitan a los perezosos convocándolos a practicar el saqueo e inocular miedo a emprendedores exitosos. Sin embargo, el capitalismo no es perfecto porque porta un veneno: el alza de precios fundamentado en oferta y demanda. Quien produce, intermedia y vende tiene la potestad de acaparar a su antojo cada vez que ansía abultar sus ganancias. Un adagio es igual máxima filosófica: investiga a comunidades, descubre qué carencias las vulnera y procede a estafarlas presentándote salvador.

El Homo sapiens logró domesticar al perro salvaje porque entre ellos hubo identificación. Cualquier animal feroz sucumbe ante la gratificación fortuita, el propenso a alimentarse en virtud de su esfuerzo de instintivo cazador agotará su determinación y [en sus momentos de inevitable descanso] mirará cómo la habilidad oportunista de otros le arrebata su presa.

Cuando el vividor no quiere trabajar para lograr sustento se instala en un lugar donde algunos lo miran con sorna, pero a otros inspira lástima. Un tercer sujeto se detiene frente al pedigüeño y vocifera que es víctima de la sociedad de consumoLogra audiencia, a veces asombrosa e inaudita, ante la que propaga el nada nuevo mensaje según el cual el rico existe porque ha empobrecido a muchos infortunados. Cada uno de nosotros lidiamos a molestosos desquiciados como podemos.


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