Una vez que el “capitán araña” inoculó a Venezuela –en la anc– el detonante supositorio de pólvora consistente en la orden milica de convocar a elecciones presidenciales antes de finalizar el mes de abril, las consecuencias –dignas de todo supositorio– se hicieron sentir. Fundamentalmente en el amplio y disímil mundo opositor. No era para menos. La engañosa oferta coercitiva vislumbraba –con fecha cierta– la siempre inagotable posibilidad de acceder al mundo imperecedero de los eternos politicastros. Quienes asumen la actividad política como un simple acceso oportunista, una vía expedita para sumergirse en el ansiado mundo de la burocracia oficial. Generadora de prebendas y canonjías reñidas con el buen uso de todos los funcionarios. La obligación de acatar los preceptos éticos cuando se trata del manejo de la cosa pública.

Como era de esperarse, la reacción de las mayorías nacionales en lo general, y la de los partidos oposicionistas en particular, ha producido diversas interpretaciones. Consecuencialmente, puesto que no hay tiempo que perder, ya se vislumbran las alternativas. En efecto, grosso modo, las opciones se presentan bajo el dilema de participar o de no hacerlo. Es el sainete orquestado por el totalitarismo para garantizar el continuismo hasta 2024 (prima facie). En ambos casos, evidentemente, se forjan diversas opciones. Los que desean concurrir a todo evento en el fraudulento proceso (sin importarles un comino que esta decisión faculta al gobierno para pregonar a los cuatro vientos que disfrutamos de un ejemplar modelo democrático y republicano impoluto que produce elecciones como si se tratara de una sofisticada fábrica de chorizos). En esta incidencia se encuentran partidos que así lo han anunciado sin aspavientos: AP, MAS, CR, UNT entre otros. Próximamente conoceremos la resolución final de AD. Las organizaciones que han anunciado su negativa a participar: PJ, VP, Vente y ABP, de igual manera, así lo han hecho público.

El enunciado anterior se encuentra inconcluso. Luego de la pausa carnavalesca conoceremos con detalles los ajustes finales de ambas propuestas. Pareciera que confrontamos el eterno drama shakesperiano: “To be or not to be”. ¡La duda no es arbitraria! ¿Qué van a hacer los partidos con candidatura propia (única o diversa) la medianoche del 23 de abril cuando el ministerio de elecciones anuncie el triunfo espectacular de Maduro y su combo? (con nueva nomenclatura). ¿Cantarán, cándidamente: ¡Fraude!? O, por lo contrario, reconocerán el “inobjetable triunfo totalitario, anunciando un espaldarazo al nuevo régimen remozado. Aseverando que confían en que el reelecto rubicundo solucione de manera consensuada la emergencia nacional. Por ello, estarían dispuestos a brindarle su apoyo patriótico y ¿desinteresado? Por el bien de la patria… Así lo presumo y acontecerá sin duda alguna… ¡Todo es posible en la viña del Señor!

Las organizaciones que han decidido no prestarse a la consolidación de la infamia tampoco han anunciado la manera de implementar esta estrategia y las tácticas correlativas. ¿Aprovecharan la celebración de los segundos carnavales callejeros de este año para denunciar el fraude con manifestaciones de protesta?… ¿Explicarán que este gobierno no culminará jamás su perniciosa gestión mediante elecciones verdaderamente democráticas con árbitros probos e independientes y con poderes públicos legítimos? Los despojos supervivientes de la Constitución Nacional aún mantienen los inequívocos artículos 333 y 350. La vía idónea consiste en implementar las modalidades establecidas allí. No se trata de un adorno literario insignificante. O un “simple saludo a la bandera”. ¡Es un mandato constitucional!…  ¿Estaremos dispuestos a cruzar el Rubicón?

Sean cualesquiera que fueran las decisiones políticas concretas derivadas de la opción anterior. Es menester propiciar la consolidación de un liderazgo colectivo encargado de ajustar la estrategia y las tácticas a ser implementadas en los próximos días. Este liderazgo colectivo –a su vez– debe escoger a un dirigente como vocero oficial de la organización unitaria. El líder en cuestión debe estar claro –sin megalomanía– en el importante papel que le tocará desempeñar. Se trata de hacer viable a corto plazo el retorno a la constitucionalidad. Dirigir debidamente, una vez cumplida la premisa anterior, el necesario proceso de transición y de reajuste. Acorde con las circunstancias sobrevenidas. Esta transición debe estar sustentada en un plan de gobierno escueto y preciso para solucionar el estado de emergencia nacional. Formular y hacer públicas las proposiciones concretas que abarcan el conjunto de medidas de carácter económico, social y políticas necesarias para la reinstalación del republicanismo perdido con la superación de la crisis nacional.

El líder en cuestión no debe ser una persona que simplemente se dedique a “dar órdenes”, aunque se consagre hacerlo con mucha energía y con ademanes autoritarios. No se trata tampoco de estructurar un promedio de las intenciones de los subordinados. Jamás doblegar voluntades al mero estilo Jalisco. Debe educar, instruir y conducir al conglomerado social que conforma la nación venezolana. Debe guiar mediante la “obediencia voluntaria”. Debe inspirar confianza despertando entusiasmo. Estar conteste en que se puede comprar el tiempo de un hombre, su presencia física en actividades determinadas. Pero nunca podrá adquirir entusiasmo, lealtad, iniciativa, entrega de corazón, de espíritu y del alma. Estas virtudes habrán de ser conquistadas. Debe conocer a cabalidad su prolijo trabajo en esta encrucijada histórica. Por ello debe tener un completo dominio de todo lo que supervisa. Usará con preferencia su habilidad para dirigir y no su autoridad para mangonear impunemente. Las órdenes e instrucciones impartidas deben ser suficientemente claras, asegurando que han sido comprendidas. Debe conocer las actividades desplegadas sectorialmente y la de cada uno de los subordinados encargados de implementarlas. Asegurar que estas actividades sean cónsonas con la estrategia y tácticas establecidas. Cumplir las promesas lo antes posible y no prometer lo que no pueda dar. No debe tener prejuicios, salvo aquellos dictados por la ética. Dispuesto a oír las explicaciones de otros, con la disposición de comprender sus puntos de vista. Una orden no tiene valor si no se vigila su cumplimiento. Si una orden puede ser mal interpretada puede estar seguro de que será mal interpretada.

Los anteriores rasgos –muy escuetos por lo demás– señalados en apretada síntesis deben ser complementados y ajustados de manera armónica con la personalidad y formación del escogido. Sus virtudes y capacidades deben ser un compendio de atributos. Debe tener global formación ciudadana debidamente comprobada (política, intelectual y de la vida). Interactuar diestramente ante diversos públicos: con trabajadores (profesionales, obreros y campesinos). Con académicos, jóvenes y mujeres. Ascendencia en empinada proyección ante el mundo militar. En definitiva, debe inspirar plena confianza ante la opinión pública en la ardua y difícil tarea. Privando fundamentalmente en sus ejecutorias el interés nacional por sobre lo personal y subalterno.

Esta concatenación armónica es imprescindible en la actual coyuntura. No se trata de proyectar un virtuosismo intelectualoide adornado con ribetes de cierto hedonismo. Tampoco de proyectar demagógicamente perfiles de burdos indicios de populismo desenfrenado para ganar indulgencias con la “eventual plebe”Tal conducta constituye, además de un despropósito, un insulto a la inteligencia de las masas populares y del pueblo en general. Diríamos –redondeando– que debe tener los conocimientos y capacidad organizativa para dirigir y supervisar la novísima estructura a ser creada. Manejo diestro de la negociación y del análisis político para coadyuvar proactivamente en la creación e implementación de la precisa estrategia a ser aplicada a través de las tácticas concurrentes. Por último, debe poseer un ¡gran carácter! y valor cívico y personal incuestionable.

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