Raymond Aron escribe “Tucídides y el relato histórico” en 1961. Lo atiza una verificación: la historia de las guerras ya no está de moda (sería a partir de los años ochenta cuando comenzarían a publicarse los grandes estudios militares del siglo XX). El interés se concentra en la producción y la estructura social. Solo la economía parece ofrecer una síntesis o una visión integradora de la realidad. El siglo de las guerras es dejado atrás. Los historiadores depositan su confianza en la economía. A partir de ese preámbulo, Aron vuelve a Tucídides, para quien la realidad suprema de la política es la guerra.

El pensamiento de Tucídides es indisociable de la guerra. De la guerra y sus detalles. Dicho de modo más específico: le interesaba la acción humana. Narra, mantiene la continuidad, solo de forma excepcional interrumpe con intervenciones suyas, para enfatizar su condición de espectador, de desapego y equidad con el relato. No predomina una ideología sino la praxis de la dominación de unos sobre otros. El que haya un “destino”, una visión determinista, no debilita o erradica el constante vaivén de lo humano.

Si la política es constitutiva –escribe: “cada actividad colectiva implica una política, una forma de organización”–, cada régimen representa el modo de organizar la vida en común. La política surge del reconocimiento entre unos y otros. Así la guerra resulta, a un tiempo, la conclusión y la negación de la política. “El fin de la política es la vida conforme a la razón”. La guerra contradice a la política (y a la razón): desata el carácter animal de los hombres. Pero a un mismo tiempo, la guerra es cooperación y competición, afán de dominio, conquista, imposición del interés sobre el derecho o la justicia. “La guerra no sería supremamente humana si la fuerza no tuviese que violar el derecho para ir hasta el fondo de su fatalidad, hacia su propia ruina”.

La guerra es el apogeo de los opuestos. La política, pausa entre las confrontaciones, tiene su apogeo en la paz. La paz, por tanto, equivale a la superación de las contradicciones. La guerra, al contrario, es la incapacidad de “lograr el orden que concibe y al que tiende”.

La guerra perfecta

Propone Aron: para Tucídides, la guerra del Peloponeso es ideal. Su perfección consiste en que todas las potencialidades, las fuerzas contrarias se expanden y se hacen manifiestas. No solo. Además, porque hace posible –esto es importante– la estilización de sus elementos concretos y sus elementos abstractos.

Aron recuerda la frase tantas veces repetidas de que la causa de la guerra radica en el temor que Atenas provoca en Esparta y en otras ciudades, por su ascenso. Este enunciado determina la alteridad: da paso a nuevos argumentos para la confrontación: “Democracia contra oligarquía, mar contra tierra, audacia contra prudencia, aventura del espíritu contra sabiduría conservadora: nunca acabaríamos de enumerar las antítesis formuladas o sugeridas por el historiador griego”. La polaridad le sirve a Tucídides para racional y estilizar su relato. Los discursos de las partes, no solo portan el deseo de persuadir, sino que expresan la racionalidad del conflicto. Son reveladores de la acción humana.

La tarea de Tucídides consiste en hacer comprensible los combates, pero también, relacionar esos combates con las decisiones de los estrategas. Su esfuerzo alcanza a este extremo: hacer inteligibles los acontecimientos no previstos, producto del caos, la confusión o la intervención de los fenómenos naturales (la llegada de la noche, la violencia de una ráfaga de viento). Los ilumina “mediante el empleo de términos abstractos, sociológicos o psicológicos”.

La pregunta de cómo lo hace Tucídides inquieta a Aron: lo que podríamos llamar análisis sociológico, ¿es algo reflejado por la realidad o efecto de su arte narrativo? Es una pregunta compleja: mucho más aun, su posible respuesta. Muchos elementos podrían considerarse. Sin embargo, hay una cuestión esencial: si la guerra es inteligible, lo es “porque se ajusta a las necesidades de la lucha a muerte”. Más allá de las causas que pudieran ser listadas –racionalizadas–, hay una poderosa fuerza implícita: el carácter trágico de lo humano, “la humanidad y la inhumanidad del destino histórico”.

La superioridad

La pregunta debe ser entendida como una pregunta de método. Aron interroga: ¿había una tercera posibilidad, distinta a la toma de Atenas o la toma de Esparta? En Clausewitz hay una referencia sobre la naturaleza de la rivalidad: llegar hasta el límite de las posibilidades. Es el precepto de la guerra a muerte. En eso consiste la fuerza total de la guerra. La necesidad de reconocimiento de la superioridad a la que aspiran los hombres, los impulsa a combatir hasta la muerte. 

En el relato de la guerra, la política, la estrategia y la dimensión sicológica se imponen o eliminan las consideraciones económicas. Aunque el deseo de riqueza es tan “espontáneo y primitivo” como el deseo de dominación, ocurre que ambos se ponen al servicio del otro. La comprensión de los acontecimientos exige evocarlos en su tiempo y lugar. Pero los acontecimientos no pueden reducirse a su coyuntura. “El acontecimiento, intervención de una conciencia en un punto del espacio y del tiempo, no es característico de la política, sino de un aspecto del pasado humano, del orden de actividad que fuere”. Es en los acontecimientos donde radica la continuidad de una época, de un descubrimiento, de una conquista, de una invención.

En una frase que tiene el aire de un aforismo, dice Aron: “El acontecimiento singular sigue siendo más interesante que las abstracciones”. La historia basada en acontecimiento le habla a una sensibilidad, que está viva en nuestro tiempo. Contra la tendencia a la despersonalización de la historia, está una necesidad que no se extingue: la de conocer cómo pasaron los hechos, cómo era el lugar donde se tomaron las decisiones, quiénes estaban presentes, qué palabras fueron dichas, cuáles fueron las dudas y cuáles las certidumbres.

En ningún ámbito se hace tan patente la brecha entre intenciones y hechos: la confrontación acentúa el carácter dramático que tiene la historia. Casi al cierre de su ensayo, Aron recapitula tres razones por las que Historia de la guerra del Peloponeso nos cautiva: porque nos permite entender cómo pensaban, cómo gobernaban y cómo combatían. “La guerra, finalmente, tiene la grandeza de una tragedia cuyo fin conocemos sin cansarnos por ello de revivir sus peripecias”.

  •  “Tucídides y el relato histórico” forma parte de la recopilación de ensayos de Raymond Aron, Dimensiones de la conciencia histórica, publicado por la editorial Página Indómita (España, 2017), traducido por Luis González Castro.

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