La tesis principal que expone Miranda Fricker (Reino Unido, 1966) dice: hay un tipo de injusticia que es específicamente epistémica. Resulta del déficit de educación y de información. Ello origina una desventaja fundamental a las personas: carecen de los recursos necesarios para comprender sus experiencias sociales, sus intercambios con los demás. Así, información y educación son bienes epistémicos. Imprescindibles para actuar en el mundo.

La injusticia epistémica genera un menoscabo en la capacidad de interpretación: personas y capas de la sociedad que no disponen de los instrumentos necesarios –lenguaje, datos, conocimientos– para situar su lugar en el mundo. Puesto que hay una economía de la credibilidad, quien carezca de tales recursos de interpretación será víctima de prejuicios. Así como existen prácticas de discriminación originadas en lo racial, el género, la religión, la nacionalidad o el estatuto socio-económico, hay una que se origina en lo epistémico, dirigida hacia la persona como sujeto de conocimiento. De la Injusticia epistémica (Herder Editorial, España, 2017) provienen, de acuerdo con Fricker, dos formas de mal: uno, la injusticia testimonial; otro, la injusticia hermenéutica.

Los prejuicios cumplen un papel crucial: otorgan al hablante más credibilidad que a otro, o lo contrario: menos credibilidad que a otro. El color de piel, la marca de un acento al hablar, el aspecto físico, la timidez o el múltiple factor que nos ocupa: los modos de razonar, el uso del lenguaje, la fluidez de la expresión, el orden para exponer, el desconocimiento del lenguaje técnico. Estos elementos pueden crear ventajas o desventajas que, como ocurre tan menudo en tribunales, socavan la verdad y premian a la elocuencia. Se produce así una injusticia, originada en un déficit. De hecho, señala Fricker, lo esencial de la injusticia epistemológica es su déficit.

“Podríamos extraer de muy diferentes momentos de la historia infinidad de ejemplos lamentables de prejuicios a todas luces relevantes para el contexto del juicio de credibilidad, como la idea de que las mujeres son irracionales, los negros inferiores a los blancos desde el punto de vista intelectual, las clases trabajadoras moralmente inferiores a las clases altas, los judíos taimados, los asiáticos ladinos… y así hasta completar un nefasto catálogo de estereotipos más o menos susceptibles de insinuarse en los juicios de credibilidad de diferentes momentos de la historia”, escribe Fricker. En la cuestión racial, por ejemplo, existe un largo expediente de más de dos siglos, de cómo la verdad ha sido derrotada en innumerables ocasiones, por jurados en los que predominaban blancos.

De hecho, el que un hipotético acusado no logre razonar o expresarse de forma adecuada, no solo se erige como una dificultad real para defenderse, sino que esas limitaciones (titubeos, falta de ilación en el relato, silencios, imposibilidad de extraer conclusiones de su propia historia), adquiere el carácter de indicio de culpabilidad. La desventaja epistémica se torna una prueba, una evidencia que acusa.

Este mismo procedimiento opera en sentido contrario: el prejuicio protector o justificador, que legitima o exculpa o justifica a personas del mismo grupo, a quienes se concede un beneficio a priori, como resultado de procesos de identificación: pertenencia a una misma categoría socio-económica, una misma religión o una misma raza. Uno y otro, el prejuicio negativo o positivo, son culpables desde la perspectiva epistemológica, porque se resisten a las evidencias. Su fundamento es irracional.

Fricker proyecta en su pensamiento la afirmación de Judith Shklar (autora de Los rostros de la injusticia, también traducido por Herder Editorial), quien sostiene que la injusticia es la realidad habitual. Lo mismo ocurriría con la injusticia testimonial: es la situación predominante, recurrente. Además de ser fuente de situaciones que atacan la dignidad de las personas producen otro efecto: impiden el establecimiento de la confianza, requisito imprescindible para estabilizar y mantener el diálogo. Esa estabilidad no es otra cosa que el mutuo reconocimiento de las identidades respectivas.

El ejemplo del que parte Fricker para exponer la cuestión de la injusticia hermenéutica proviene del feminismo: las relaciones de poder que “constriñen la capacidad de las mujeres para comprender su propia experiencia”. Habla de lagunas hermenéuticas. La marginación no solo proviene del poder material, sino también de las asimetrías de comprensión, de la injusta distribución de los conocimientos.

Un centenar de páginas de Injusticia epistémica están dedicadas a explorar una posible contraparte virtuosa del prejuicio: una percepción empática, emocional y abierta al testimonio del otro, del distinto. Una sensibilidad del oyente, que reconozca el beneficio de escuchar y aprender, de forma permanente. Una sensibilidad de carácter ético, “antiprejuiciosa”, reflexiva, que no se sustente en ideologías de género, racial u otras.


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