Declara Juan Cruz en el prólogo de Literatura que cuenta. Entrevistas con grandes cronistas de América Latina y España (Adriana Hidalgo Editora, España, 2016) sus propósitos: le interesa indagar en la peculiaridad de cada mirada; en el modo en que cada uno utiliza los recursos de la narrativa; en las diferencias que existen entre el periodismo diario y la tarea más honda y lenta de los cronistas. Es, por encima de todo, la aproximación de un periodista y escritor a sus colegas. Una colección de intercambios entre pájaros de la misma especie.

El cartel es, cuando menos, notable y diverso. Están las figuras consagradas de la crónica y el periodismo narrativo: Martín Caparrós, Juan Villoro, Jorge Fernández Díaz, Leila Guerriero, Alberto Salcedo Ramos, Juan José Millás y Manuel Vicent. Además, Héctor Abad Faciolince, celebrado autor de El olvido que seremos, y la más joven de la selección, Josefina Lícitra (1975), de quien se repite: la más estimulante profesional del periodismo de Argentina.

La veterana habilidad de Cruz para dialogar/interrogar es pródiga en lo que cosecha: el libro no solo arroja una aproximación a la especificidad de las visiones profesionales y técnicas de cada cronista, sino también una posible caracterología: conceptos, inquietudes y relatos que tienden a ser comunes entre unos y otros.

Periodismo: oficio de curiosos

El cronista o periodista narrativo es un profesional que se desplaza, visita una y otra vez, viaja centenares o miles de kilómetros, invierte muchas horas en ver, escuchar, tomar notas, acumular materiales. Antes de escribir, realiza una inmersión en el tema. Toma el control del asunto que lo ocupa.

Su oficio, como el de todo escritor, es el del tiempo y el espacio. De esa acumulación de información y percepciones es que proviene la conciencia del instante, del momentum narrativo que engancha y gratifica a los lectores. Es en la expresión escrita donde, me parece, las diferencias son más patentes: va desde la magra perfección que es el signo de Leila Guerriero, hasta la ampulosidad metafórica de Alberto Salcedo Ramos, capaz de redimensionar sus ideas de este modo: “En el Caribe colombiano, todas las calamidades, tarde o temprano, se vuelven un asunto bailable. Bailamos, pero en el fondo algo nos duele mientras movemos el esqueleto”.

En todos, sin excepción, hay tensiones comunes: aproximación y distancia a los protagonistas; un constante preguntarse por la justicia con que se aborda un tema; una reivindicación de las realidades “menudas y dramáticas”, en las palabras de Jorge Fernández Díaz. Si me preguntaran si estos cronistas tienen un panteón común, no dudaría en responder que sí: en ese panteón predomina el imaginario, la búsqueda del hombre común. Como si la gran vocación política y sensible del periodismo narrativo fuese relatar, fijar la existencia del ser humano corriente.

El debate sin fin: los límites

Literatura que cuenta vuelve, de manera recurrente, al debate de fondo: si la crónica o el periodismo narrativo, especialmente cuando se realizan con prosa virtuosa, pueden considerarse literatura. “La literatura del siglo XXI”, tal como afirma Manuel Vicent.

Leamos algunas de esas vertientes. Dice Juan Villoro: “Jugando con la idea de Alfonzo Reyes cuando dijo que el ensayo era el centauro de los géneros porque era un animal híbrido que se beneficiaba de la narración y de la argumentación, yo dije que la crónica era el ornitorrinco de la prosa porque podía ser muchos animales a condición de no ser realmente ninguno de ellos”. Jorge Díaz Fernández: “Para mí el periodismo y la literatura son el mismo oficio, cuando hablamos de periodismo narrativo al menos”.

Leila Guerriero pone su atención en las fronteras entre ficción y no ficción, otra de las cuestiones clave en este generoso libro de Juan Cruz: “Como decía Caparrós: el tema es el pacto con el lector. Cuando le das al lector una obra de no ficción, el tipo asume que todo lo que pasó, pasó realmente, que no te lo inventaste. Para mí el límite es ese, no inventárselo. Otro límite que me parece importante es que cuando uno especula, cuando uno dice: esto podría haber sido así, que se note esa especulación”.

Y, entre las cosas que este libro de Juan Cruz somete a pruebas, quizás ninguna sea tan decisiva -tan obligante-, como la del deber del periodista de dejar siempre en claro, dónde están los límites entre los hechos y la imaginación.


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