“A real education is the architecture of the soul”

(William J. Bennett).

Lo normal suele ser leer un libro y comentarlo después. No sucede casi nunca al revés, es decir, a nadie se le ocurre hablar de un libro antes de haberlo leído. Sin embargo, esta vez no puedo evitar escribir acerca de una obra que quiero conocer.

Un día cualquiera de una semana del mes de mayo regresaba yo a casa de una jornada de trabajo. Subí al tranvía en la plaza Redonda para un trayecto corto. Al bajarme en mi parada llegaba otro tren. Esperé el permiso del semáforo –estaba la luz roja– para cruzar la vía no sin girarme antes para echar un vistazo a la publicidad pegada en las ventanas del vagón recién llegado. Me llamaron la atención los colores azul, oro y gules del escudo de un colegio extranjero y, sobre todo, el mensaje escrito en una tira de tela a los pies del mismo «honesty, faith, courage». Me repetí en voz baja este lema para recordarlo («honesty, faith, courage», «honesty, faith, courage») y supe que había caído cautivo de inmediato. Con tres palabras. Esas tres palabras me parecieron ideales: honestidad, fe y valentía. Pensé que no se me ocurría nada mejor para una escuela. Imaginé situaciones para cada uno de estos tres principios. Me dije a mí mismo que estos valores morales tendrían que grabarse a fuego en todas las escuelas.

Una vez en casa tecleé en Google las palabras mágicas. Aparecieron enlaces relacionados con los tres valores en muchas páginas. Salió, lógicamente, el colegio anunciado en el tranvía y el nombre de un autor americano. Este autor había escrito varios libros sobre educación moral. Seguí ojeando porque quise saber más. Sapere aude. Entré en varios sitios hasta llegar a una puerta en la que leí El libro de los valores de William J. Bennett. Empujé despacio y entré. El autor del libro había recopilado cuentos infantiles, poemas, versos, citas latinas y griegas, refranes y fragmentos de textos literarios para revelar el peso de la moral, la fuerza de la educación y la importancia de ciertos valores. La obra incluía los comentarios de Bennett. Sin salir de la red en la que estaba atrapado tecleé la dirección de mi biblioteca virtual, y en el catálogo encontré el manual que buscaba. Más tarde fui a recoger un ejemplar. Leí la introducción del autor y estuve hojeándolo un buen rato. Allí estaban los capítulos sobre autodisciplina, perseverancia, compasión, fe, coraje, etcétera. Mientras hojeaba el grueso volumen vislumbré citas de Aristóteles y Platón, cuentos de Andersen y Grimm, versos de Robert Frost, Emily Dickinson y Shelley, extractos de Shakespeare y Ralph Waldo Emerson…

No aguanté más. Devolví el libro a la biblioteca y me dije que aquí había un libro imprescindible en mi biblioteca personal. Compré el manual de Bennett. Ya lo tengo. He empezado a hablar de él sin haberlo acabado.

Sé que me va a gustar. Lo he marcado con mi exlibris.


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