Espero que el presente artículo sea tomado como un llamado indeclinable a continuar la lucha por la libertad de Venezuela contra los miserables que la secuestran. Va dedicado a las generaciones por venir; que seguramente apreciarán, como lo hacemos indubitablemente ahora la gran mayoría de venezolanos, el valor de las libertades y la democracia perdidas.

Este último complejo trimestre de 2018 completará los cambios de gobierno en tres muy importantes países latinoamericanos. Dos fronterizos y de determinante influencia  para Venezuela: Colombia y Brasil. Además del ya electo y pendiente de asumir el cargo nuevo presidente de México, Andrés Manuel López Obrador. Este domingo se va a primera vuelta para elegir al presidente de Brasil.

La hermana república de Colombia pasó la prueba de una conjunción de factores que amenazaban con producir una catástrofe política, de avanzar Petro más allá de la segunda vuelta y alzarse con el derecho de ocupar la Casa de Nariño. La oportuna alianza Uribe-Pastrana dio al traste con tal pretensión, no sin antes dejar por cuenta de la polarización ocurrida unos 8 millones de colombianos que se manifestaron por tal presupuesto de cambio de paradigma político hacia la izquierda colombiana.

Este domingo en Brasil se disputan en primera vuelta dos opciones que muestran el grado de deterioro del sistema político de este país. Lula da Silva no pudo ser candidato. Protagonista, junto con Odebrecht, de operaciones de corrupción e imbricación con manejo de poder económico y de gobiernos, de la mayor envergadura internacional que se haya conocido en el hemisferio, tuvo que conformarse con ver desde la cárcel la elección, al prohibírsele, como corresponde a un lógico Estado de Derecho, su participación directa al estar condenado por corrupto. Escogió personalmente, eso sí, según se afirma, al candidato de su partido Fernando Haddad; con ello se evidencia la perversión política de esa organización, incapaz de escoger libremente a su propio abanderado.

La ausencia de modernización del sistema de partidos, y la falta en la elaboración de planes económicos liberales que permitan la inversión internacional y el desarrollo de mercados regionales, más allá de monopolios en estos países ha sido utilizada por los enemigos de la democracia para minarla, manipularla y destruirla. El auténtico desarrollo de nuestra región deberá lucharse a partir de la comprensión de la necesidad de crear alianzas para la libertad económica, la libertad política y la democracia en toda la región.

La campanada antes colombiana, y ahora brasileña, es más que una alerta. Es una real emergencia democrática en que se encuentra la región. Las debilidades del sistema democrático latinoamericano, por sus corruptelas e incapacidades para desarrollar mecanismos de autocontrol y transparencia de gestión, amenazan la libertad y la democracia en nuestros países.

El candidato a la Presidencia de Brasil Jair Bolsonaro, de otra mano, es visto como un hombre del conservadurismo y no de un pensamiento avanzado, modernizador y de esperanza de progreso económico-social para Brasil. El empuje, para el rescate del sendero de progreso y de la sociedad brasileña, tendrá que venir de la juventud más preparada que exija el establecimiento de planes y programas a la altura de las circunstancias de cambio para el progreso que se requieren.

Por ahora, solo nos resta desear lo mejor de lo posible a la nación hermana. Estamos prestos a unir nuestros esfuerzos en la lucha democrática conjunta para salvar nuestros países de la demagogia de los agentes que, como los del Foro de Sao Paulo, han hundido nuestras naciones en el mar de la infelicidad del socialismo del siglo XXI.

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