Una decisión del destino hizo coincidir la enorme represión ejercida por Daniel Ortega contra los nicaragüenses con la entrega del Premio Cervantes 2017 a Sergio Ramírez. Esta coincidencia es un anuncio de que la libertad toca la puerta en Nicaragua.

La imagen de libertad para los nicaragüenses sube de tono porque Sergio Ramírez dedicó el premio recibido “a la memoria de los nicaragüenses que en los últimos días han sido asesinados en las calles por reclamar justicia y democracia, y a los miles de jóvenes que siguen luchando, sin más armas que sus ideales”. El mensaje implícito en esta dedicatoria es un estímulo para que los nicaragüenses reclamen la libertad perdida, por culpa de la intolerancia del sandinista que se adueñó del poder para no dejarlo, como es inherente a los socialistas estalinistas de los siglos XX y XXI.

Recibir el Premio Cervantes es un compromiso con la libertad, puesto que la gran obra cervantina, El Quijote, es una invitación “al ejercicio de una facultad humana sin par, al ejercicio de la libertad”, como dice Pedro Salinas. Ello porque don Quijote y Sancho Panza son personajes que representan el espíritu libre: uno busca aventuras basadas en sus códigos morales caballerescos y el otro busca un beneficio económico con su trabajo, la esperanza de ser gobernador de una ínsula. Por eso la imagen de Sergio Ramírez, al dedicar su premio a quienes han dado sus vidas en busca de la libertad, está en armonía con la lección capital que irradia la obra magna de Cervantes.

Ya Sergio Ramírez en Adiós muchachos, su autobiografía, expone su desilusión en relación con la revolución sandinista, a partir de sus experiencias como rebelde en contra de la dictadura de Somoza, así como la frustración vivida desde el primer gobierno de Daniel Ortega, del cual Ramírez fue vicepresidente. El autor explica las políticas del gobierno de este al reproducir el modelo cubano. Las nacionalizaciones y expropiaciones desbordadas, la hiperinflación, así como la corrupción rampante y el nepotismo produjeron la desilusión de lo que para muchos fue inicialmente una utopía.

El proyecto del primer gobierno sandinista era, en la retórica, de contenido social, pero en la práctica no fue así. La revolución, finalmente, fracasó como era de esperarse, porque la aplicación del modelo cubano solo garantiza la pérdida de la libertad unida a hambre y miseria.

Luego de esto, Daniel Ortega perdió las elecciones de 1990 debido, según Ramírez, al movimiento de los contras que, junto con las sanciones impuestas por Estados Unidos, debilitó al sandinismo y abrió las puertas al triunfo de Violeta Chamorro. Pero el gobierno corrupto de Arnoldo Alemán tendió el puente para que el sandinismo regresara al poder, lo que ocurrió en 2006. Ortega fue reelegido en los años 2011 y 2016; se quedó mediante la manipulación electoral y el control totalitario de las instituciones. Ortega, como revolucionario, no piensa entregar el poder porque, como afirma Sergio Ramírez: “Una propuesta de cambio radical necesitaba de un poder radical”, para siempre.

El mensaje de libertad está implícito en El Quijote de Cervantes: “La libertad, Sancho, es uno de los más preciosos dones que a los hombres dieron los cielos; con ella no pueden igualarse los tesoros que encierra la tierra ni el mar encubre; por la libertad, así como por la honra se puede y debe aventurar la vida, y, por el contrario, el cautiverio es el mayor mal que puede venir a los hombres” (II, Capítulo 58).

Solo bajo el manto de la libertad es posible desarrollar el proyecto de vida de cada ciudadano y de entendernos en democracia. Lo contrario es vivir en cautiverio.


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