El argumento fundamental de los propiciadores de la candidatura presidencial seudo opositora consiste en que los venezolanos estamos consustanciados irrevocablemente con la cultura del ejercicio del voto como único medio para propiciar los cambios de gobierno. El concepto pareciera ser casi de Perogrullo. Pero no es así. Muchos ciudadanos –entre los que me cuento– han afirmado que el voto es lo idóneo para solventar los desencuentros. Sin embargo –toda regla tiene su excepción–, cuando las condiciones fácticas imperantes: léase un régimen totalitario donde las garantías fundamentales del republicanismo y de la democracia han sido soslayadas exprofeso mediante argucias leguleyas coercitivas provenientes de la manipulación sistemática y reiterada de la Constitución Nacional por intermedio de dudosas interpretaciones emanadas de la Sala Constitucional del Tribunal Supremo de Justicia. Este prototipo de régimen requiere ser confrontado y enfrentado resueltamente –en principio– con las propias normas establecidas de salvaguarda del texto constitucional instituidas en los artículos 333 y 350.

El jefe de campaña de Henri Falcón se pregunta: ¿No entiendo que se gana absteniéndose? El jefe del equipo económico señala, por su parte, que se liquidará definitivamente el bolívar como signo monetario y se establecerá un salario mínimo de 75 dólares. En el ínterin, se les regalará a los venezolanos bonos de 25 y de 10 billetes verdes de acuerdo con la edad de los receptores del apetitoso obsequio. Para ello continuarán –seguramente– con el uso del carnet de la patria implementado por Maduro y su combo. Ambos aspirantes van “cabeza a cabeza” en la carrera desbocada de ofrecimientos demagogos en que se ha convertido el actual carnaval electorero.

El parecido entre las estrategias acogidas por ambos equipos guarda una similitud que vale la pena comentar. No se trata de una mera coincidencia producto de análisis políticos medulosos. Es la escogencia a consciencia de modalidades ya conocidas y establecidas por los denominados políticos de gabinete. Los personeros encargados de hacerlas viables han superado con creces los antiguos límites tradicionales establecidos por las ideologías. En la antigüedad se era monárquico o republicano. Luego la dicotomía se encuadraba en ser liberal o conservador. En partidarios de sistemas de gobierno centralistas o federales. Al final surgieron alternativas disímiles: socialistas, comunistas, socialdemócratas, liberales, demócratas cristianos y hasta ecologistas. Estas permitían cobijarse para identificarse debidamente de manera grupal… ¡Ahora no hay disimulo!

La tendencia mundial imperante en la actualidad consiste en un reacomodo singular donde muchas de las antiguas limitaciones establecidas ideológicamente han sido superadas. En muchos países se han observado renacer conductas que responden más a la personalidad intrínseca del líder emergente, que a la sana interrelación expresiva de los diversos colectivos como modalidad de trabajo gregario. Lo que en Venezuela conocemos como “caudillismo”; espécimen este recurrente (con intervalos largos, medianos o cortos) a partir de 1810 hasta nuestros días.

Cuando Venezuela irrumpió al siglo XX en 1935 y surgieron los partidos políticos modernos revestidos de incipientes ideologías; estas organizaciones se vieron mediatizadas por la personalidad de los líderes que la iniciaron. Los comunistas no confrontaron problema alguno por su subordinación plena a la tercera internacional estalinista. La izquierda se escindió entre Rómulo Betancourt y Jóvito Villalba; es decir, entre la concepción de dirigencia compartida –hábilmente disimulada desde el principio por el primero; con la aparición del nuevo “caudillismo” moderno representado por el segundo. La troika se consolidó con Rafael Caldera y con los jóvenes conservadores que luego mutaron a la democracia cristiana. Lo cierto es que luego del declive del partido de Villalba, las dos organizaciones más fuertes tuvieron un freno significativo por parte las “cabezas fundadoras”. Las que impidieron el despliegue y desarrollo normal de los cuadros de dirección emergentes. Este fenómeno de contención lo encarnó Rómulo Betancourt en AD y Rafael Caldera –en menor proporción– en Copei. En las postrimerías del pasado siglo emergió un “neocaudillismo”. Con las características peculiares sobrevenidas a raíz del 4 de febrero de 1992.

Muerto Chávez en 2013, el caudillismo ha regurgitado novedosamente. Maduro es apenas la cuota inicial de un caudillo en ciernes; pero genéticamente pasmado desde su inicio, a pesar de su inocultable contextura rolliza. Sobremanera porque contrasta de forma provocadora en época de galopante hambruna y de ruina moral y material generalizada en todo el país.

El estado Lara fue testigo del nacimiento, despliegue y ocaso de un dirigente político cuya trayectoria y balance ecuánime de su gestión político administrativa ya ha sido establecida bajo parámetros de objetividad. En cuanto a su obra y gestión de gobierno ininterrumpido de 8 años podríamos –parafraseando a la Biblia– señalar que “por su obra lo conoceréis”. Lo único resaltante de la misma fue su monumental salto de talanquera. Cuando aún permanecía dentro de las huestes más conspicuas del chavismo –con todo el apoyo oficial del gobierno central– no produjo nada que pudiera ser catalogado como ejemplar. Cuando se ubicó diagonalmente –no de frente– ante Maduro, tampoco hizo gala de obra alguna que merezca la pena ser resaltada.

Fue por carambola, producto de simplísimas consideraciones políticas, que se convirtió en una especie de “mínimo común denominador”. Proveniente de chavistas arrepentidos, de la vieja izquierda representada en diversos matices, por partidos variopintos y reforzados por otros grupos desesperados por pescuecear. Un goloso social pagano recordaba recientemente que para él era parecida a la duda vivida por Guzmán Blanco, en la que la alternativa entre federación o centralismo era de mero carácter decorativo. Se trata simplemente –aplicando pragmatismo oportunista y para nada ético– de hacer uso como estandarte de la única figura regional que ejercía la gobernación. Pareciera ser que desempeñar el cargo de gobernador o alcalde confiere una especie de “derecho de pernada” (muy medieval) que autoriza como patente de corso el sacrosanto derecho de ser presidente de la república. Lo peligroso y ejemplarizante de esta inaudita modalidad de aventura la tenemos con lo consumado por los dos últimos presidentes que hemos soportado y padecido.

El próximo 21 de mayo amaneceremos –si no hay tempestad de rayos y truenos– con el anuncio oficial del “pulcro” triunfo electoral del continuismo totalitario. Vociferado por la arpía mayor del CNE… Lo que le permitirá al paisano (según Pastrana) mangonear sin freno hasta 2024.

Así las cosas, debemos responder públicamente a la pregunta formulada por el jefe y estratega mayor de la campaña del “taparrabo de Maduro”. Quien tiene razón –en parte– porque hasta ahora ninguna de las autoridades de la MUD ni de Soy Venezuela; con sus dos frentes públicamente constituidos, han expresado de manera diáfana en qué consiste la estrategia asumida. ¿Se trata de abstención pura y simple como acto único? En cualesquier de las opciones esta estrategia se presenta como chucuta si no se desarrolla como corresponde. De manera valiente y responsable. No de permanecer con los brazos cruzados “a ver qué sucede”. La ilegitimidad ya palpable, tanto del proceso electoral como de su resultado, son conocidos por la comunidad nacional e internacional. Para enfrentar esta ilegitimidad se debe acudir a la protesta sin abandonar la calle hasta la constitución del nuevo gobierno. Haciendo uso de todos los métodos democráticos conocidos y, por supuesto, con todos sus riesgos. Amparados y cobijados de manera exclusiva –por ahora– con los restos de la moribunda Constitución Nacional vigente.

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@CheyeJR

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