¿Qué hace que las democracias persistan en el tiempo? Juan Linz, politólogo de la Universidad de Yale, dedicó grandes esfuerzos a responder esa pregunta. Para Linz la respuesta está en el diseño institucional de las democracias. Argumenta que para tener una democracia duradera se requiere un sistema parlamentario y no presidencialista. En otra oportunidad, me dedicaré a reflexionar sobre si Venezuela requerirá de una reestructuración de su sistema de gobierno, pero, por ahora, quiero resaltar una de las varias críticas que han surgido a los planteamientos de Linz.

Antonio Cheibub, otro politólogo brillante, nos explica que a lo largo de las últimas décadas hemos malinterpretado el impacto que tiene el presidencialismo sobre la democracia. Si bien concuerda con Linz que las democracias presidencialistas son de corta duración en comparación con las parlamentarias, este resalta que lo que desestabiliza la democracia no es el presidencialismo per se, sino el contexto en el cual surge una nueva democracia presidencialista. Para Cheibub, lo que causa la inestabilidad democrática en un cierto país es el legado autoritario que antecede una transición. Explica que las democracias precedidas por dictaduras militares son más inestables que aquellas precedidas por dictaduras civiles. Y a su vez, resalta que las dictaduras militares son más probables en sistemas presidenciales. Aplicando este argumento al caso de Venezuela, tenemos que considerar el legado militar que nos deja nuestra historia republicana para reconstruir y estabilizar nuestra democracia en un futuro.

Ecuador es un convento, Colombia es una universidad y Venezuela es un cuartel, así lo decía nuestro libertador Simón Bolívar en el siglo XIX. Desde siempre Venezuela siempre ha sido un país con un alto grado de influencia militar. Sin embargo, lo trágico es que nuestra nación, hoy en día, involucionó en cuanto a la cuestión militar. Imaginemos que las élites políticas y económicas hubiesen tomado otras decisiones a lo largo de los cuarenta años de democracia y que la población nunca hubiese tenido que elegir a Hugo Chávez para solucionar sus problemas. ¿En qué estado estaría nuestra institución militar? Aun cuando no podemos responder esa pregunta, creo que podemos asumir que 1) no estarían de facto cogobernando, 2) no controlarían el sector eléctrico, el Metro de Caracas, las empresas de aluminio, hierro y acero en el sur del país, así como los puertos y las aduanas 3) no tendrían el Banco de la Fuerza Armada Nacional Bolivariana (Banfanb), un canal de televisión (TVFANB), y empresas como Emiltra para el transporte de carga por aire, mar y tierra o la empresa agrícola Agrofanb, 4) no se hubiesen adueñado del sector alimentación o los recursos extractivos 5) no sería el brazo ejecutor de la brutal represión en contra de la población.

Cheibub nos diría que, dado nuestro legado militar, una futura democracia en Venezuela será frágil y propensa a recaer en una dictadura. Entonces, ¿cómo hacemos para que la futura transición sea duradera? Me temo que la respuesta no será popular y que estará lejos de lo que consideraríamos ideal. Pero en este contexto, en el cual los militares controlan gran parte del Estado y sus recursos y violan los derechos de los venezolanos con plena impunidad, no podremos quitarle su influencia de un día para otro. Y peor aún, creo que tenemos que asumir una dolorosa realidad: no podrán pagar por completo el daño que le hicieron a nuestra Venezuela.

Podemos quizás encontrar consuelo en la historia de otros países. Los militares o agentes de seguridad en las peores dictaduras o incluso en regímenes totalitarios, no pudieron ser todos justiciados. Y los que fueron procesados, pagaron condenas cortas o gozaron de libertad por mucho tiempo antes de ser encarcelados. Por ejemplo, el ex dictador guatemalteco Ríos Montt, uno de los militares más sanguinarios de Latinoamérica y quien controló a su país entre marzo de 1982 y agosto de 1983, falleció sin conocer la cárcel, pese a haber cometido delitos de lesa humanidad, como torturas, desapariciones forzadas y terrorismo de Estado. Ni siquiera en la Alemania post-Hitler, que no se puede comparar en lo absoluto con nuestra historia, se pudo enjuiciar a todos los miembros o participantes del aparato de seguridad del Estado. En Chile, el dictador Augusto Pinochet permaneció como comandante en jefe durante los primeros 8 años de la democracia chilena.

En nuestro caso, también será imposible procesar a todos los militares violadores de derechos humanos y corruptos. Con alta probabilidad, aquellos altos mandos que decidan cooperar con la transición, también tendrán que recibir inmunidad. Lo que sí será posible y necesario es la exposición de todas las violaciones cometidas por los militares. Será esencial una comisión de la verdad independiente que investigue y aclare el rol de los militares en el desfalco de la nación, las torturas, las desapariciones, el reclutamiento forzoso de venezolanos, la promoción de la esclavitud moderna en los sectores mineros, la participación en la trata de personas y por supuesto en el narcotráfico. Necesitaremos escuchar a las víctimas de todas estas violaciones y tendremos, por lo menos, que exigir el perdón oficial de los militares para poder reconstruir nuestra historia y nuestra democracia.

Sí, tendremos que tragar grueso. Pero qué vale más: ¿una transición pronta con el apoyo de los militares o una transición ideal, sin militares corruptos, que, por cierto, nunca llegará? ¿Vale la pena seguir amenazando y con ello aislando al sector militar, mientras miles de venezolanos huyen por la frontera? ¿Seremos capaces de decirles a las jóvenes venezolanas que violan o reclutan forzosamente en la frontera con Colombia que no aceptaremos un acuerdo con los militares porque buscamos una salida ideal? O, por lo contrario, ¿tendremos la madurez de asumir los costos de una transición dolorosa, pero necesaria?

Por último, recordemos que Venezuela siempre ha sido un cuartel y por ello el tema militar definitivamente es una de las causas de nuestros males. En el futuro, tendremos que lidiar con un legado militar de más de doscientos añospara construir una democraciaverdadera y duradera.


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