Según Luka Modric, capitán del equipo de Croacia y ganador del balón de oro, el éxito alcanzado en la Copa del Mundo se debe a la “unidad y buena atmósfera en el equipo”. El gran centrocampista fue capaz de armar jugadas brillantes, de hacer pases precisos sin pretender ser el héroe de cada gol. El fútbol es un deporte en el cual el sentido de equipo y la búsqueda del logro compartido es la clave. Así lo demostró Croacia en el mundial que acaba de finalizar y por eso fue finalista ante Francia.

La unidad croata no solo ha funcionado para obtener éxitos futbolísticos; también fue necesaria para vencer el ataque militar serbio durante el año 1991, luego de declarar Croacia su independencia. En el fútbol, ante una situación de confusión, se congela el balón para organizar el ataque a partir de las opciones brindadas por la ubicación de los jugadores.

Es el espíritu de unidad, más que las habilidades futbolísticas, lo que explica los logros del equipo Croata, según lo afirma Dario Brentin, especialista en los Balcanes, citado por The Economist el 13 de junio pasado. Este compromiso no se sacrifica ni en las dificultades políticas ni deportivas.

Igualmente, Croacia dio un ejemplo con la conducta de su carismática presidente Kolinda Grabar-Kitarovic, quien viajó a Rusia para apoyar a su equipo y pagó el pasaje con dinero propio. Esto también debe servir de referencia a los países en crisis económica, en los cuales los gobernantes viajan con comitivas y se desplazan en ostentosos vehículos blindados. Croacia es un país de crecimiento económico sostenido y prosperidad, pero su presidente vive sin lujos.

En lo que atañe a Francia, además de sus méritos futbolísticos, hay otra circunstancia que no puede pasar inadvertida: es un equipo multicultural y multirracial. No es poca cosa que en el país que hizo norma constitucional su divisa “libertad, igualdad y fraternidad”, acuñada por “el incorruptible” Maximilien Robespierre, se haya integrado una selección bajo ese principio.

Los franceses descendientes de los inmigrantes africanos que llegan desde las ex colonias son parte fundamental de su selección nacional. Esto debe servir de referencia a los xenófobos y racistas desparramados en el mundo. Los chovinistas sufren al ver el éxito del mestizaje cultural en un país tan civilizado como Francia. El futuro de la democracia es la convivencia de distintas culturas. Pensar y ser diferente no es razón para ser excluido.

El ejemplo del mundial de fútbol debe servir de referencia a la oposición venezolana, hoy dividida, confundida, intolerante y desorientada en la acción política. En estos momentos tenemos la oportunidad de demostrar la capacidad de acoplarnos en función de un objetivo concreto. Ahora, por ejemplo, hay diversas manifestaciones gremiales; enfermeras, médicos, transportistas, educadores, profesores universitarios y demás grupos afectados por la hiperinflación y la intolerancia reclaman por el desmejoramiento de su calidad de vida. Los distintos sectores deben, al menos en este punto, poner de lado sus intereses y respaldar a los gremios como un solo bloque.

El futuro de la democracia requiere la inclusión de todos, sin distingos de ninguna naturaleza. En Venezuela, pensar diferente al modelo revolucionario no es razón para ser tildado de “traidor a la patria”, “agente del imperio”, “escuálido” e insultos de la misma guisa. La lista Tascón y demás variedades de la discriminación son la regresión al pasado. Esto lo padece el gobierno, pero es aún más dañino si lo hace la oposición, como cuando se califica de “colaboracionista” o “vendido” a quien exprese una opinión distinta.

Este patrón de conducta aleja la posibilidad de recuperar la libertad. Para ello la unidad es el primer paso. Romper esta tendencia es el reto de quienes creen que se puede vivir de otra manera. Pensar distinto no es razón para descalificar ni agredir a nadie. Por eso, hago mía la frase de Albert Camus, símbolo de la inteligencia francesa: “Debería existir el partido de los que no están seguros de tener razón. Sería el mío”.


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