Desde hace unos cuantos años la humanidad que conocemos ha debatido el derecho de los ciudadanos a un mundo mejor, “aquí en la tierra como en el cielo”, pero además de la elaboración de la propuesta, también se ha combatido por ella con esfuerzos apoyados con la participación de la población en las luchas por su derecho a la libertad y a la igualdad.

Las propuestas religiosas desarrolladas por los seres humanos en el transcurso del proceso civilizatorio, podrían considerase como los primeros esfuerzos conscientes y orgánicos para presentarle a las poblaciones instrumentos consistentes destinados a su organización y a su conducción, que incorporaban de diversas formas la perspectiva de una sociedad más justa.

Aspectos tan caros y sensibles como la libertad y la equidad, siempre estuvieron presentes en esas convocatorias, independientemente de que en buena medida, al igual que en el presente, se mantuvieran estrechamente vinculadas a la prosperidad de las comunidades de la época, porque “sigue siendo imposible progresar repartiendo miseria y violencia”, como se pretende en la Venezuela del siglo XXI.

Unas cuantas centurias más adelante, como producto de las numerosas y laboriosas transformaciones económicas, sociales y culturales experimentadas por los pueblos presentes en el planeta, la oferta y proposición religiosa modificaron sus prédicas afinando sus proyectos en consonancia con una sociedad más avanzada, que progresivamente abandonaba el politeísmo y el esclavismo.

En Occidente, unos siglos después tanto el cristianismo como el islamismo presentaron a las poblaciones proyectos religiosos muy superiores, en los que se aceptaba definitivamente que los seres humanos éramos iguales, pero solo frente a Dios, no obstante, el premio a la virtud, al trabajo productivo, continuaba fuera del alcance de la vida cotidiana, seguía siendo inalcanzable para el hombre común.

A la sombra del cristianismo desaparece la preeminencia del esclavismo y un sector importante de la humanidad emprende un tránsito histórico más terrenal, pero en el tiempo pudo apreciarse que no bastaba con la solidaridad entre los pobres y la bendición divina, para acceder a condiciones de vida aceptables para los ciudadanos enfeudados.

Y en el caminar de los siglos y bajo la influencia cultural y social de la técnica y la productividad, emerge una nueva reformulación utópica, la que no viene de la mano del hijo de Dios, sino que surge del desarrollo intelectual de los herederos de Jesús, a quienes el conocimiento, la ciencia y la técnica les permiten comprender el replanteamiento del destino humano.

Las Cruzadas cierran la capacidad de convocatoria de la Iglesia, pero les dan paso al intercambio entre Occidente y Oriente, al progreso en las ideas, al intercambio de los conocimientos, emergen los griegos rescatados por el mundo árabe, y los avances en la tecnología harán posible que la producción de bienes se extienda a las poblaciones urbanas en crecimiento sostenido, hay menos hambre por lo que se le puede dar gracias a Dios.

Reducir el poder del absolutismo monárquico, aliado permanente de atraso clerical, barrera a vencer y a superar en función del progreso científico-técnico y, de paso, asumir la superación en nuestras condiciones de vida, son exigencias que ilustran de nuevo a la humanidad, las reformas religiosas hacen posible reemprender la búsqueda de “un mundo mejor”.

Las utopías del mundo moderno reaparecen con Tomás Moro, Campanella y Bacon, quienes encabezan el listado de la inteligencia europea que formula la superación del viejo orden feudal, elaboración en la cual resulta indispensable rescatar la milenaria aspiración del homo sapiens a disfrutar del paraíso terrenal, propuesta muy humana redimida por la reforma protestante que dirigió el sacerdote Martin Lutero.

La revolución industrial se desarrolla en la sociedad inglesa y en el mundo occidental del brazo del proyecto liberal, “eres libre y serás premiado tanto en la tierra como en el cielo por los resultados de tu trabajo”, camino trazado para que de una manera productiva, puedas alcanzar por la vía de la acumulación, el dinero suficiente para que disfrutes del “paraíso terrenal”.

Tu fuerza de trabajo y el salario que por ella recibas, te permitirá conquistar el bienestar, promesa que el capital le hace al universo del trabajo, contrato que se formaliza en las grandes batallas revolucionarias europeas del siglo XIX, a partir de la Revolución francesa.


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