El Libro de Josué en el que se cuenta la conducción del pueblo de Israel hacia la tierra prometida es uno de los más fascinantes de la Biblia, esa antología poética y política que ha trascendido siglos y costumbres. Josué sustituye a Moisés, después de la prevaricación de este, en el mando del pueblo de Israel una vez librado de la esclavitud de Egipto. (Es curiosa la permanencia en el tiempo de ciertas palabras como esta de prevaricación que aparece en la Biblia y la de la corrupción que se encuentra ya en el primer documento escrito del que se tiene noticia, el Código de Hammurabi, ambos vocablos hoy en plena vigencia).

Tal vez, una de las armas más importantes de Josué, además de las que llevaban los cuarenta mil guerreros, fue la de sacar partido al miedo producido en los enemigos por el paso del pueblo de Israel por el mar Rojo a pie enjuto, una vez separadas las aguas. Y ya en los dominios de la que sería la tierra prometida, la aparente inexpugnabilidad de la ciudad amurallada de Jericó. Para saber en qué ánimo se encontraban los ciudadanos de la ciudad, Josué envió a dos espías. Los espías se alojaron donde una ramera llamada Rajab, la cual se dio cuenta inmediatamente de quiénes eran y a qué venían. Prometió esconderlos, si ellos, a su vez, prometían salvar su vida y la de su familia cuando fuera tomada la ciudad por las tropas del pueblo de Israel en camino. A ese acuerdo llegaron. Al día siguiente, Rajab les ayudó con escalas a rebasar el muro y huir.

La información reportada por los espías al regreso fue clara. Hay miedo en la ciudad y sobre todo si Josué con ejército y pueblo logra atravesar el Jordán como sucedió en el mar Rojo, a pie enjuto. Y una vez a las puertas de Jericó y cercanos al muro, Josué recibió de Yavé la siguiente orden un tanto extraña: “Escoge siete sacerdotes que paseen, protegidos por soldados, el Arca de la Alianza alrededor del muro durante siete días. Siete hombres harán sonar junto a la comitiva durante el tiempo que dure la vuelta en torno al muro las trompetas hechas de cuerno de carnero. El resto del pueblo permanecerá en silencio. El séptimo día, junto con el sonido de las trompetas, se dejará escuchar el clamor del pueblo que gritará a pleno pulmón”.

 Así se hizo y al séptimo día los muros de la ciudad se derrumbaron como por arte de magia.

 Las guerras significaban entonces extermino y Josué salvó a Rajab y al resto de su familia, reunida en la que había sido casa de rameras, en virtud de la promesa con los espías.

Mucho años después, en los albores del siglo XIX, otro judío nacido en Alemania, cuyo verdadero nombre era Löwe Baruch, pero que él cambió por razones estratégicas por el de Ludwig Börne, de quien los críticos, cuando este se adentró en el mundo de las letras, dijeron de él que era un patriota sin patria, un tribuno popular sin pueblo, un político sin cargo y un escritor sin obras, hizo una afirmación cuya resonancia ha llegado hasta nuestros días.

Börne fue el más famoso de los periodistas de su tiempo, el más influyente en la opinión pública de su época, época, por lo demás, que pasaba por una situación de menesterosidad y cuando le preguntaron qué es lo que se lograba con tanto análisis escrito y oral sobre los acontecimientos que tenían desolada a Alemania respondió: El mismo efecto que lograron las trompetas bíblicas que sonaron previa a la caída de los muros de la ciudad de Jericó. Esas trompetas son la imagen más cabal de lo que significa la libertad de expresión en estos tiempos. Ante la libertad de expresión, debida y sinceramente manejada, no hay tiranía ni dictadura que dure. Uno de los más importantes premios de periodismo en Alemania lleva su nombre.

Pues bien, hace algún tiempo y ante un comentario de lo inútil que había resultado tanta letra escrita y voceada en contra de lo que significaba el tal Chávez y lo que vino después, una de esas viejas glorias del periodismo venezolano alertaba sobre el particular diciendo que cada uno de los artículos en procura de desvelar las intenciones del llamado socialismo del siglo XXI, en apariencia inútiles, no eran otra cosa que cargas de profundidad que en algún presente harían su efecto. O sea, el mismo que el sonido de las trompetas de los guerreros del pueblo de Israel ante los muros de Jericó, piensa uno recordando a Ludwig Börne.

”Al séptimo día se despertaron al despuntar el alba y dieron vuelta a la ciudad de la misma manera, solamente ese día dieron vuelta alrededor de ella, siete veces”. Se lee textualmente en el libro de Josué.

Y en eso andamos, en espera del séptimo día, con las trompetas sonando cada vez con mayor intensidad alrededor del muro y el pueblo vociferando sin alimentos que llevarse a la boca, de la que solo salen quejas… e imprecaciones.


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