Según la mayoría de los estudios de opinión pública recientes, los sentimientos más frecuentes hoy en los venezolanos que sobreviven a la tribulación oficialista son la frustración, la molestia y la incertidumbre. No estamos hablando de un país entregado, abúlico, que ya decidió rendirse. Lo que se registra es un pueblo imposibilitado de alcanzar niveles mínimos de subsistencia digna, que expresa a diario su disgusto por la situación de explotación en la que le han obligado a vivir, y que se resiste a vivir bajo la esclavitud.

Una muestra de la no aceptación de la devastación militarista es la presencia recurrente, en las conversaciones cotidianas entre la mayoría de los venezolanos, de tres preguntas que se repiten en búsqueda desesperada de respuestas: ¿qué hay que hacer para salir de esta tragedia?, ¿qué viene después? y ¿quiénes van a hacer esto?

Frente a la primera han surgido a su vez tres respuestas, dependiendo de la orientación estratégica del sector opositor al cual se consulte. Así, hay una fracción que considera que el sujeto de cambio no es el pueblo sino un agente de naturaleza externa, no porque no sean demócratas, sino porque piensan que cualquier otra posibilidad está agotada. En ese caso, lo que hay que hacer es esperar que algo ocurra. Hay otro sector que cree que la salida electoral no está obstruida, y que incluso con las condiciones actuales se debe insistir en ese camino. Para esta posición, la estrategia es votar en cualquier oportunidad que se presente. Y, finalmente, hay una oposición mucho más grande que plantea que ninguna salida es viable si no se generan las condiciones de presión popular y se activan todas las formas de lucha cívica para precipitar una salida constitucional de la dictadura.

Para este vasto sector, agrupado bajo el paraguas del Frente Amplio, el cual reúne una heterogénea convivencia de factores políticos y sociales, la pregunta de qué hay que hacer conlleva a una respuesta concreta: estimular, cada uno de acuerdo con su especificidad, la movilización social cívica y la protesta social democrática, no violenta, permanente y creciente, para que estas, en conjunto con el resto de las formas de presión y lucha cívica, logren generar las condiciones que precipiten lo más pronto posible una salida constitucional del gobierno, primer paso para la construcción de una realidad distinta.

Con respecto a la segunda pregunta, es necesario tomar las múltiples y muy interesantes propuestas sobre el país posible que han formulado desde sectores académicos hasta partidos políticos y diversas organizaciones sociales. Una vez agrupadas, el siguiente paso es identificar las cada vez más evidentes áreas de acuerdo entre todas estas propuestas, y a partir de sus elementos de consenso integrarlas en una propuesta unitaria de políticas públicas para la reconstrucción de Venezuela que las recoja a todas en sus contenidos comunes, y pueda –una vez discutida con el país– constituirse en la agenda básica de acción de gobierno luego de superada la dictadura.

Finalmente, y ante la tercera pregunta, es necesario insistir en que el único sujeto de un cambio real y sostenido es el pueblo. Por tanto, una tarea prioritaria e ineludible para apurar y hacer viable el cambio es acelerar y profundizar todos los procesos de organización popular, tanto la de los ciudadanos entre sí como la de sus sectores de pertenencia.

No hay cosa que tema más el gobierno que la unidad y la organización de quienes se le oponen, que es casi todo el país. Porque no es lo mismo mucha gente –dispersa, desagregada, cada quien en lo suyo– que una mayoría articulada que pueda coordinar acciones para avanzar con eficacia y direccionalidad política hacia su objetivo común que es salir del miserable cuartel para poder tener un país.

Las preguntas de la gente están allí. Las respuestas también. De lo que se trata ahora es de pasar de la angustia sobre lo que puede venir al trabajo articulado sobre lo que hay que hacer. Y eso es tarea de todos, porque de todos es el país.


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