Ya es hora de que la oposición incoherente, complaciente, amorosa en el cohabitar y coquetear con la dictadura escuche al pueblo y entienda que en un castrismo obediente como el venezolano las elecciones son solo simulacros con todo previsto. Es momento de que sus dirigentes entiendan que no son aquellos líderes del siglo XX ni en calidad ni en la realidad, que la tecnología dejó para la historia la vieja conseja de caudillos. En el siglo XIX y parte del XX las organizaciones políticas llegaban directo al pueblo y se organizaban con los vecinos, los electores que sabían leer, que no era tantos, revisaban las secciones de Deportes y Sucesos en los pocos periódicos, escuchaban música, radionovelas y breves noticias en las emisoras de radio, a mediodía y por las noches comían y descansaban con telenovelas. Esos medios, sus dueños y jefes determinaban lo que era la opinión pública.

Hoy en el mundo crece explosivamente una verdadera revolución comunicacional. La batalla de las redes sociales. Es cada persona la que forma opinión pública, y los políticos deben aprender a escuchar el ruido de la calle, el murmullo que no está en los cientos de militantes, sino en Twitter, Facebook, Instagram, YouTube, Periscope y muchos otros que desconocemos, pero que están allí. Cada ciudadano es opinión pública, al mismo tiempo que comunicador.

Los políticos de frentes amplios y mentes estrechas aún no logran superar ni les bastan las experiencias de lo acaecido en 2014, lo que pasó en 2016 y sucedió en el 2017. Desconocen, se apartan de las mentes y anteponen sus intereses, al mandato claro y contundente del 16 de julio, del cual se burlaron poniéndose a espaldas de los ciudadanos, quienes a la hora de la verdad son los que los colocan en el poder y los quitan como sucede en cualquier democracia. No hay espacios sin los ciudadanos, esos mismos que en la actualidad son información y opinión.

Las contradicciones partidistas de convocar hoy a lo que rechazaron ayer y viceversa, el doble discurso y la doble moral los castiga porque la multitud cambió, pero los políticos no.

Es tal el desprestigio de Manuel Rosales que son muy pocos los que tienen la osadía de retratarse con él. Eso mismo pasa –en mayor o menor grado– con Ramos Allup, Borges, Capriles, Falcón, López, Aveledo, Zambrano, Márquez, Torrealba, entre muchos otros. Y no se excusen en la maraña de intrigas políticas. Perdieron aprecio y consideración ciudadana por oír, privilegiar sus egos y componendas, creer que siguen viviendo en 1960 y no escuchar a las redes sociales, que menosprecian y subestiman. Quien vaya a estas elecciones convocadas por la dictadura, perderá estrepitosamente contra Maduro, así algunos encuestadores traten de dar sustento y afirmen lo contrario. Las dictaduras son expertas en bribonadas, convocan y controlan procesos electorales tramposos y fraudulentos.

Un ejemplo contundente de la influencia de las redes es el nacimiento de un líder en el año 2014, Leopoldo López, un preso político que muchos llegaron a comparar –nada menos– que con Mandela. Su esposa Lilian fue un modelo admirado en las redes sociales; la pareja no solo era presidenciable sino respetada, deslumbraba al mundo. La señora Tintori de López era recibida por reyes, príncipes, jefes de Estado, primeros ministros, parlamentos, artistas, personajes famosos, en fin, parecía que todo brillaba; Leopoldo era una voz considerada con autoridad y firmeza, certificó que no aceptaría salir de la cárcel, que sería el último en hacerlo.

Sin embargo, la debacle. Bastó una pequeña sombra, un titubeo en la negociación dudosa de cambio de cárcel por casa, la aceptación de un diálogo ambiguo, equívoco, incierto y su liderazgo se esfumó, se perdió en las redes y razones similares de incoherencia, hablar para adelante y para atrás, contradicciones, dieron al traste con él como con Capriles y los partidos Primero Justicia, Acción Democrática, Avanzada Progresista y Un Nuevo Tiempo, entre otros.

El régimen ha puesto su mejor empeño en controlar a los medios escritos, audiovisuales y, en general, las comunicaciones en Venezuela; los que no han podido comprar los han asfixiado sin publicidad o negándole el papel hasta cerrarlos. Pero con las redes sociales no han podido ni podrán; ese es el miedo que los angustia y no los deja dormir con tranquilidad.

El fenómeno de la antipolítica –que ciertos interesados satanizan y califican de maligno– se apoderó de las redes, se sembró, se difundió. No todo puede ser malo y para nuestra suerte existe en Venezuela una dirigencia y líderes coherentes, decentes, honestos, que han sacrificado su interés en aras de la colectividad, han actuado como estadistas visualizando el futuro y alertando sus consecuencias para la democracia y el sistema de libertades.

La República democrática agoniza y serán ellos, ciudadanos con principios éticos, voluntad moral y buenas costumbres ciudadanas, los llamados a derrotar esta desazón que se prepara con encubridores cómplices al servicio del régimen aparentando unas elecciones que no son tales, acompañadas por coautores y colaboradores en la trastada, simulación y estafa de esta convocatoria hecha por la indigna, írrita y despreciable constituyente castrocomunista.

Las palabras de las redes sociales se amplían como la voz del pueblo. Quienes las repulsan y minimizan, deberían considerarlo mejor; actualizarse, sincerarse con el tiempo y la realidad en la que sobreviven ciegos y con mentes autobloqueadas.

La primavera árabe acabó con terribles dictaduras, pero no fueron politiqueros ni políticos los que las derrumbaron, tampoco los medios tradicionales de comunicación. Fue la voz del pueblo en las redes sociales. La dirigencia árabe tradicional quedó rebasada y confundida, pero los inteligentes con astucia, se montaron sobre la ola y la surfearon con éxito.

Donald Trump, sin apoyo de la mayoría de los medios escritos ni de las grandes cadenas televisivas, solo con escuchar y manejar adecuadamente las redes sociales para comunicarse con los estadounidenses, llegó a la Presidencia y hoy es el líder del mundo occidental ante el asombro e incredulidad del orbe.

En Venezuela existen líderes que interpretan este nuevo fenómeno y que no tardarán en aparecer. La vieja política quedó atrás, los medios de comunicación para ser escuchados tienen que ir a Internet y usar las redes sociales, ya el dominio de la opinión pública no es privilegio de pocos sino de las mayorías que la construyen y conforman personalmente.


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