La carta de Andrés Manuel López Obrador a Donald Trump, divulgada el domingo en la tarde, merece un largo, detallado y pausado comentario, para el que no hay condiciones hoy. Entre tanto, me parece que los datos publicados por el Secretariado Ejecutivo del Sistema Nacional de Seguridad Pública el viernes en la tarde –para que se note lo menos posible– ameritan un breve análisis.

De acuerdo con las cifras de esta fuente –que a lo largo de los últimos 20 años arroja datos inferiores a los del Instituto Nacional de Estadística y Geografía en 10% a 15%– en el mes de junio de este año se produjeron  2.294 homicidios dolosos en México. Junto con los números de los primeros 5 meses de este año, en México en 2018 han ocurrido 13.738 homicidios dolosos durante el primer semestre, es decir, un incremento de 15% en relación con el año anterior. Se trata de un monto superior al de 2011, el año de mayor violencia en la historia moderna del país. De seguir la tendencia hasta fin de año, nos ubicaría en 23 o 24 homicidios dolosos por 100.000 habitantes, no solo la cifra más elevada de los últimos 30 años –y probablemente de la historia moderna del país– sino a niveles superiores a los de Brasil y cercanos a los de Colombia. Conviene recordar que en 2006-2007, los años de menor violencia en la época moderna, alcanzamos una tasa de entre 7 y 8 homicidios dolosos por cada 100.000 habitantes. Ese es el verdadero saldo de la guerra del narco.

Especialistas más autorizados que yo escudriñarán los datos con mayor detalle: geográfica y generacionalmente, y a propósito de sus orígenes. Por lo pronto conviene derivar algunas conclusiones políticas para el próximo gobierno. Fox le heredó a Calderón cifras de violencia en pleno descenso, a pesar de lo aparatoso de las cabezas de Uruapan y del operativo en Nuevo Laredo. Calderón le entregó a Peña Nieto una verdadera hecatombe, pero con una tendencia descendente a partir de 2012. En cambio, junto con sus demás desastres, el nuevo presidente recibirá en diciembre grados de violencia, medidos de esta manera, en pleno ascenso, cualesquiera que sean las explicaciones de este comportamiento de las estadísticas. Como ya se ha dicho en múltiples ocasiones, por múltiples comentócratas, bajo el sexenio de Peña Nieto se habrán generado más muertes que en el de Calderón. Huelga decir que a cambio de nada.

A menos de que algo suceda de aquí a noviembre –y si suscribimos la tesis expuesta en este espacio la semana pasada, podría acontecer– López Obrador recibirá un país con umbrales de violencia nunca vistos en tiempos modernos. Obviamente los muertos no son suyos; tampoco son ya de Calderón. Su autoría es otra: Enrique Peña Nieto. Pero a partir de diciembre le pertenecen a AMLO. Es la ley de la vida, de la política y de la muerte. Devolver al ejército a los cuarteles es una manera de acotar la hecatombe, rápidamente. Legalizar la marihuana y el cultivo de amapola es otra. Elevar la puja, y destinar muchos más recursos humanos y financieros a la guerra contra el narco es otra, aunque únicamente, en el mejor de los casos, a mediano plazo. Supongo que los colaboradores de AMLO han estudiado todo esto y tenían perfectamente previstas las cifras de junio. Ya contemplan respuestas. Suerte.


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