¿Volveremos a pasar bajo las horcas caudinas del antro electoral? ¿Nos hundiremos aún más hondo en la tumba de la democracia? ¿No habrá quien detenga esta tragedia anunciada? Es el horror. Asistir a la agonía de un pueblo traicionado por sus élites. Creen haber desnudado a quienes llevamos un cuarto de siglo viéndolos caminar desnudos. Los desnudos son ellos. No hay andrajos que les cubran sus carnes. Son la desgracia de un pueblo bueno. Dios lo proteja.

Aprendí de la lectura de la Filosofía del Estado y del ferecho, de Hegel, que un crimen cometido reiteradamente y no castigado deja de ser un crimen para convertirse en uso y costumbre, hasta verse transformado en ley. Es lo que ha sucedido en Venezuela. La aberrante anormalidad impuesta a cañonazos por las pandillas que nos desgobiernan han adquirido la apariencia de normalidad y celebran sus crímenes electoreros, ya un uso y una costumbre, de las que todos sabemos que son fraudulentos, pero una inmensa mayoría de nosotros, por el puro hecho de desearlo, actúa con el anhelo de que esta vez no lo sean, volviendo a caer en la celada, pobres prisioneros del wish thinking, que llaman los anglosajones. Es el autoengaño, que conduce a la automutilación y al suicidio.

Es propio del pensar inconsecuente, que obviamente no es un pensar, sino una simulación de pensamiento, meras ocurrencias. Los venezolanos sufren de ese extraño síntoma que he llamado la eyaculación intelectual precoz: no terminan por concluir sus espasmódicos pensamientos con la debida síntesis. Y cuando lo hacen, actúan a redropelo de sus propias conclusiones. Ahora resulta que una defensora del derecho a ser estafado nos confiesa que ellos –se refiere, imagino, a quienes hacen vida en las direcciones de los partidos agrupados en la MUD– sabían perfectamente de lo que son capaces los gobernantes, sin por ello haber actuado en consecuencia. O no concluyen la ilación de sus reflexiones, si las tienen, o las tiran por la borda, como en este caso reciente de las regionales, como si de un juego de niños se tratara. Infantilismo político al por mayor.

Es la brutal y escandalosa guerra asimétrica –Chavez dixit– de la que somos víctimas los venezolanos. Nuestros enemigos hacen exactamente lo contrario: no reflexionan, que son el epítome de la barbarie, pero aplican sus principios dictatoriales hasta la destrucción total de sus enemigos, vale decir: nosotros. Lo confesó, según cuenta Norberto Fuentes en su simulada autobiografía de Fidel Castro, quien luego de golpear hasta la inconsciencia a un condiscípulo que lo llamara judío –por ser bastardo y llevar el apellido de su madre– y negarle al padre jesuita que viniera en auxilio de la víctima que el pobre infeliz se había rendido, a pesar de haber gritado su rendición a voz en cuello, le dijo a su compañero de andadas, quien le preguntara por qué había seguido golpeándolo si en efecto se había rendido: “Por eso, por eso. Porque ahí es que hay que darles, cuando se han rendido”.

Su hermano, amo, dueño y señor de esta desgraciada satrapía, lleva la enseñanza en la sangre. Sabe que los partidos de oposición con los que directa o indirectamente trata, se dejarán hacer. Y les da. Precisamente cuando se han rendido. Cuando yendo a contramano de lo que piensan, piden y exigen los venezolanos, dividen sus filas entre quienes aun sabiendo que serán víctimas de un fraude, participan en la comedia electoral. Y quienes, del lado correcto de la historia, saben que una dictadura castrocomunista no dejará el poder con la galanura de un versallesco proceso electoral. Con el agravante, esta vez escandaloso y generalizado, de que los estafados, aun a sabiendas de que lo fueron, defienden a los estafadores y se irritan si una autoridad internacional de la categoría del secretario general de la OEA, Luis Almagro, se los recrimina. Hacen como la esposa golpeada que gruñe y les escupe sangre a quienes vienen en su auxilio. “¡Este fraude es mío, no suyo, don Luis!”.

Golpeados y en el suelo, que los simulacros bélico-electorales también matan, Castro y Maduro han decidido seguir dándoles a los dirigentes de la MUD, porfiadamente leales al principio de la locura definido por Einstein: hacer una y mil veces lo mismo que los ha llevado al fracaso, esperando esta vez un éxito milagroso. Como si en la historia de Venezuela hubiera habido milagros. Estarán desconcertados ante la continuada ofensiva totalitaria electorera del castro-comunismo venezolano. Y pueden, esa es la insólita situación que enfrentamos, aceptar el envite de satisfacer la voracidad oportunista, maniática y miserable de los eternos candidatos a un puestecito que les permita sobrevivir sin trabajar, ganar sin producir, vestirse con los andrajos del poder de una concejalía o una alcaldía perdida en el Amazonas. ¿No es digno de la República de Costaguana, de la novela Nostromo de Joseph Conrad? ¿No es digno del Corazón de las tinieblas, del mismo autor? ¿De El reino de este mundo, de Alejo Carpentier? ¿O de los Cien años de soledad, de García Márquez?

¿Volveremos a pasar bajo las horcas caudinas del antro electoral? ¿Nos hundiremos aún más hondo en la tumba de la democracia? ¿No habrá quién detenga esta tragedia anunciada? Es el horror. Asistir a la agonía de un pueblo traicionado por sus élites. Creen haber desnudado a quienes llevamos un cuarto de siglo viéndolos caminar desnudos. Los desnudos son ellos. No hay andrajos que les cubran sus carnes. Son la desgracia de un pueblo bueno. Dios lo proteja.


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