«Esto da ganas de llorar» dice un joven que por su acento cantadito reconozco como venezolano cuando muestra en un video casero, que me llega por Whatsapp, los anaqueles de un supermercado en Nigeria completamente ocupados por mercancía de primera necesidad y que, según dice con total veracidad, no es posible ya verlos así en Venezuela.

Va mostrando de una manera muy rudimentaria las estanterías llenas de productos mientras narra con voz entrecortada y esa mezcla de dolor y rencor lo que desde hace algunos años hemos ido perdiendo en el país. Como si la realidad de los supermercados fuese una radiografía de un país enfermo y desahuciado.

Algunos lugareños parecen asombrados, quizás por el idioma que no entienden o quizás porque alguien esté grabando dentro del establecimiento. Se pasea por los pasillos soltando lo que su pasión le dice. No se siente orgullo ni prepotencia, es dolor lo que transmiten sus palabras. Las vulgaridades no son las malas palabras, sino esos estantes llenos de productos. Es ese espacio que se perdió en el país.

«Esto da ganas de llorar». Nunca  una expresión guardó tanto sentido. Impotencia, rabia y tristeza se siente tras esta frase lapidaria y real.

Sí, da ganas de llorar y con toda seguridad ya no solo lo hacen los que soportan de manera valiente en el territorio nacional sino también lo hacemos, sobre todo, los que hemos decidido, más por la fuerza que por convicción, emigrar.

Sí, lloramos. No allí, sino en la intimidad de la noche. Justo cuando vamos a cerrar nuestros ojos antes de dormir. Nunca el exilio encerró tantas ganas de llorar.

Algunos cantan, otros hacen videos, otros procuramos escribir, pero todos necesitamos contar las historias que vemos y que vivimos. Eso ayuda. Y es que en el exilio la importancia y el peso de la identidad adquieren peso y sustancia. Se hace presente bien sea en un tuit o en un mensaje de una cadena.

La soledad de estar acompañado en ciudades que nos reciben con sorpresa y con solidaridad, sobre todo cuando nos preguntan –al conocer nuestra nacionalidad– por qué hemos soportado tanto. Una sola pregunta y miles de respuestas que se nos atragantan como ese nudo en la garganta cuando «tenemos esas ganas de llorar»; esa interrogante que  inexplicablemente no sabemos aclarar. Que titubeamos al responder y explicar y que nos desarma en algunos casos.

¿Por qué hemos soportado tanto?

En una ocasión, durante mi primer exilio no forzado de casi dos años en Panamá, un amigo colombiano al que le tocó vivir esa experiencia en el istmo junto con su familia me comentaba que para entender la situación de su país había que ser colombiano.

Esa fue su respuesta cuando le pregunté: ¿por qué Colombia tiene tantos años en el conflicto armado? Eso dijo cuándo conversábamos sobre lo que vivía ese hermoso país neogranadino. Corría el año 2010 y desde entonces mucha historia se ha escrito en ambos países: uno, luego de 50 años, busca consolidarse en la paz; otro, comenzando lo que parece será un largo camino para la guerra cuando escuchamos esas declaraciones de altos funcionarios de la dictadura en las que gritan a viva voz que no van a entregar el poder político en Venezuela.

Para la época no se pensaba en la «firma» del tratado de paz que existe ahora, para la época Venezuela aún vivía de las sobras que dejaba el cupo Cadivi en una sociedad civil embriagada de viajes y selfies turísticos. Ese veneno que nos fue matando lentamente y que nos embriagaba de orgullo y hasta de placer.

Para la época nuestros videos no daban ganas de llorar. En algunos casos nos mostraban, quizás sin intención, como consumidores altivos que aprovechábamos lo que para mi generación sería la actualización del “ta’ barato, dame dos” de aquella era saudita petrolera de los años ochenta.

Frase que escuchamos en programas cómicos y que repetíamos para denunciar la corrupción del momento, solo que ahora lo sustituíamos por “tranquilo, que eso lo pagamos con el cupo Cadivi” al hacer referencia que lo que se cancelaba barato era “subsidiado” por el gobierno.

Rápido fue el efecto mortal que causó, como buen veneno,  y que ahora nos hacen entender esas expresiones en los videos caseros que provocan esas ganas de llorar. Bien sea cantado por una paisana con una guitarra en una plaza de Perú o por otro en un supermercado de Nigeria.

9.479 kilómetros separan a estos dos connacionales entre sí. Nunca tanta distancia se sintió tan corta y cercana en sus vivencias, tristezas y añoranzas. En ambos videos se nota ímpetu y deseos de continuar adelante. En ambos videos se espera un retorno a la patria.

La actualidad en Venezuela lastima y lesiona. Es un puñal clavado en nuestro corazón y se hace más doloroso cuando vemos que la mano que clava ese puñal en ocasiones es de algún dirigente de la oposición que pretende con jugadas de cálculos políticos electorales asegurar 6 años de gobierno para el dictador.

Dan ganas de llorar cuando lees en los diarios que la Unicef otorgó a los migrantes venezolanos estatus de refugiados, lo que genera incertidumbre en tantos que ya se encuentran fuera como en muchos otros que pretenden salir por la situación cada día más grave en la que encuentra el país.

Dan ganas de llorar cuando entiendes que la nueva opción creada y lanzada como la oportunidad de salir de la dictadura está conformada por los mismos voceros de la ya fracasada Coordinadora Democrática, que luego mutó a  la Mesa de la Unidad Democrática, con la que pretenden con los mismos métodos de acción y negando la participación ciudadana copar los espacios que ya fueron desperdiciados en negociaciones y fracasados diálogos políticos.

Es urgente que los actores de la sociedad civil comiencen a ocupar y a asumir los espacios necesarios que fueron desperdiciados y negociados por los partidos políticos, para que de esa manera se logre reconstruir desde la miseria y la destrucción total una nación que ha sido saqueada por esa clase política en la que en muchas ocasiones lo único que los diferencia es el color de una franela donde se resalta una foto de un líder ya desgastado, pero que sin lugar a dudas los une la pasividad de seguir creyendo que la dictadura es solo una palabra que utilizan en sus discursos proselitistas ya obsoletos en marchas de lo que ellos llaman pueblo.

Es urgente que quienes sienten esas ganas de llorar trasformen ese sentimiento en fuerza para construir una Venezuela libre, democrática y pujante en todos los aspectos necesarios.

Venezuela debe dar ganas de todo menos de llorar…

@andresvzla1975


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