El nivel de descomposición del Estado venezolano, la opacidad de todas sus actuaciones, el oculto manejo de las finanzas públicas ha llegado a niveles nunca vistos, desde que se estableció el sistema de cuentas nacionales. Desde los tiempos en que Román Cárdenas creó la hacienda pública nacional, la administración no había conocido un manejo más irregular de los ingresos nacionales.

El desorden, la discriminación, la subjetividad, la corrupción y la impunidad sustituyeron la legalidad presupuestaria, la racionalidad, el equilibrio fiscal y la procedimentalización del gasto público. 

Ese camino a la ruina del país lo inició y le dio sólido fundamento la mente y el espíritu desordenado y autoritario de Hugo Chávez. Un militar ajeno a una formación en el campo de la administración y muy especialmente en el manejo de la administración pública. Un hombre desconocedor por completo del régimen jurídico de la hacienda pública y de los sistemas de control fiscal, que el Estado de Derecho moderno ha forjado como resultado de años de experiencias y conocimiento en los procesos de desarrollo del arte conductor del Estado.

Un militar cuartelero como Chávez, imbuido de un espíritu autoritario y populista, se llevó por delante todo ese ordenamiento, encontrando una corte de adulantes y serviles, ignorantes muchos, formados otros, que dejaron a un lado sus conocimientos y deberes, (en los casos de letrados que se le plegaron) para complacer aquel raudal de soberbia e impulsos. 

Chávez liquidó la autonomía del Banco Central, dispuso de sus reservas y burló la letra, el espíritu y razón de la normativa constitucional en el manejo de los ingresos fiscales del país. Tengo la serena tranquilidad de haber levantado mi voz, desde el Parlamento, desde los medios de comunicación de entonces, desde el estrado judicial. El país no nos oía. Estaban, unos embelesados con el discurso fatuo, inútil y farragoso del comandante; otros buscando conectarse con el poder para aprovechar el festín, que ya en ese momento se apreciaba en el horizonte.

Chávez convirtió el dinero de nuestro petróleo en su patrimonio particular. Lo manejó a su antojo. La mayoría socialista del Parlamento acataba órdenes de palacio. Todo lo permitía, todo lo aprobada. La Contraloría y la Fiscalía han sido y son dependencias subalternas de Miraflores, de poca monta, en la nomenclatura del militarismo reinante, dedicada a perseguir opositores en funciones administrativas, y no hubo forma que nada, ni nadie lo controlara.

Dilapidó aquella fortuna, permitió que su entorno, y el entorno del suyo, asaltaran en masa, aquella colosal riqueza. En paralelo, de manera irresponsable, nos endeudó hasta niveles alarmantes. 

Ahora aparecen Jorge Giordani y Rafael Ramírez señalando a Maduro como el único responsable de la tragedia que padecemos. Ambos personajes, cada uno desde sus respectivas posiciones, cooperaron directamente con ese proceso destructivo de la administración sana, y en consecuencia en la ruina nacional.

Con Maduro, esos vicios han llegado a su clímax.

Nadie hoy en Venezuela, ni siquiera el propio Maduro, conoce en realidad cuál es el presupuesto cierto de la República. Por supuesto que la legítima Asamblea Nacional no tiene ni la más mínima idea no solo de la cuantía, sino de todo lo relativo al presupuesto, al endeudamiento externo, a los manejos internos de ese laberinto de ministerios, institutos autónomos, empresas del Estado, entes descentralizados, gobernaciones y alcaldías.

Tampoco conocen el monto y distribución del presupuesto, los integrantes de la ilegítima asamblea constituyente, donde no hay un solo personaje que se atreva a solicitar, ni siquiera, el presupuesto de una simple dependencia de un ministerio. Nadie les pone atención a estos personajes de ese circo, a quienes para nada les interesa el manejo y destino del presupuesto nacional y, por consiguiente, de nuestras finanzas públicas.

La brutal, desmesurada e incontrolada creación de dinero inorgánico ha producido un colapso en toda la contabilidad presupuestaria. Nadie sabe, con certeza, cuánto es el presupuesto de cada organismo. Créditos adicionales se decretan sin ningún control y, por supuesto, se gastan sin que nadie puede revisar con profesionalismo y eficiencia, su pertinencia.

Lo cierto es que hoy las finanzas públicas venezolanas son un oscuro y sórdido laberinto. Y por supuesto ese es el clima ideal para que la corrupción se enseñoree y haga estragos, profundizando el caos de toda la administración y con ella el caos que vivimos la inmensa mayoría de los ciudadanos, que cada día nos enfrentamos a la tragedia socialista y bolivariana.

Salir de las finanzas ocultas a una administración profesional, honesta y transparente, será una tarea colosal que le espera al país una vez hayamos recuperado el Estado de Derecho.


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