Afuera y adentro. La crisis de contenidos de la televisión venezolana resulta la más obvia, porque solo requiere de voluntad para sentarse frente al aparato y, control remoto en mano, comprobar que prevalecen los espacios de entretenimiento con modestos presupuestos, nada de concursos, apenas alguno de corte musical y otro destinado al público infantil; escasean los programas de opinión relacionados con el acontecer nacional; aparecen telenovelas repetidas o de factura extranjera y, en términos generales, las grabaciones en exteriores responden a formatos muy específicos de origen independiente. Lo que se ve es el resultado de lo que no se ve: las crisis internas.

Las televisoras, como cualquier otro sector del país, padecen las consecuencias de una gestión gubernamental contundente en su objetivo de destrucción. El intencionado desmantelamiento del aparato productivo causa efecto directo en el sector publicitario –qué anunciar si no hay mercancía–, la principal fuente de ingresos de los canales. Además, el abuso de las cadenas impide cumplir con los pocos clientes que hacen peripecias para subsistir.

A esto se suma el trastorno generado por los indiscriminados aumentos de sueldo mínimo que, por sí solos, sin un plan económico global que estimule la inversión, solo han logrado que la mayoría del personal de las televisoras, sin importar cargo ni experiencia ni antigüedad, se haya quedado rezagada en cuanto a sus posibilidades de enfrentar la galopante hiperinflación. El rebusque apenas funciona como paliativo.

Consecuencias: renuncias masivas de recurso humano experimentado, desaparición de departamentos, recorte de presupuesto para pago de horas extras, desgaste físico y mental de quienes deben redoblarse para compensar las vacantes, agotamiento de quienes tienen dos o tres trabajos y asignación de responsabilidades a jóvenes en formación que carecen de herramientas para cumplir sus funciones. En fin, un ambiente en el que la mística ha cedido espacios a la tristeza, la frustración y la pesadumbre.

Sin embargo, no todo es malo. Precisamente en los rostros de quienes comienzan sus andanzas profesionales hay una fuente de ilusión, de frescura, de entusiasmo, que permite darle forma a la esperanza y encontrar argumentos para pensar que existe futuro. Solo hay que convertirlo en una gran meta colectiva y trabajar para cumplirla.


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