Lo que hasta ahora hemos visto, lo que hemos escuchado desde la propaganda oficial no deja lugar a dudas: estamos ante uno de los momentos más tenebrosos de nuestra historia patria, con el agravante de que mientras el discurso oficial grita y habla de paz, los militares que lo apoyan, sus fuerzas pretorianas, sus colectivos con francotiradores incluidos, matan a los manifestantes a bala sucia, con tanquetas, disparos de lacrimógenas, metras y plomo en sustitución de perdigones, sin piedad de ningún género y la cúpula del terror, de cara a la galería y para esconder su inmenso miedo, bailan salsa mientras con la represión derraman la sangre de un pueblo indefenso.

Basta ver cómo se ensañan contra un joven cuyo único delito es tocar el violín en las cercanías de un piquete de guardias transformados en criminales por el discurso fanático de la intolerancia, cómo obliga la represión a buscar el escape por las aguas putrefactas del Guaire, o cómo un soldado pasa la tanqueta con intención asesina sobre el cuerpo caído de un estudiante indefenso.

Aquel proyecto que denominaron años atrás revolución pacífica, nunca se cumplió y se convirtió con el tiempo de manera continua y acelerada en una dictadura militar no solo divorciada del planteamiento de origen, sino motivada por el lujurioso apetito con que algunos de sus miembros han ejercido el poder, el miedo a la justicia terrena que les caería en el caso de perderlo por tanto crimen cometido y la imposibilidad de irse con sus respectivas fortunas a otro lugar del planeta.

Por lo tanto, esta circunstancia nos hace pensar que nada detiene el proyecto de destrucción iniciado hace más de veinte años. Las pruebas, contabilizadas todas y cada una de ellas por la opinión pública, tanto nacional como internacional, son suficientemente claras e irrefutables. Allí los vemos desconociendo a una AN elegida libremente por el pueblo, declarada en desacato por un TSJ que está al servicio del autoritarismo en ejercicio y que actúa fuera de los linderos que le marca la Constitución. Allí está el rosario de trampas y fraudes cometido para impedir la celebración de un referendo revocatorio que habría puesto punto final a la mal llamada crisis nacional que es en realidad una tragedia y que habría cambiado para bien el curso de la historia. Allí los vemos intentando matar la Constitución, y con ello la democracia, y ahora pretendiendo montar una constituyente sin la participación del pueblo y prometiendo unas elecciones que nunca celebrarán porque el propósito de esa constituyente, que pretende montar como un tributo a la indecencia constitucional, es establecer un régimen totalitario que no creerá en elecciones y que si las celebra las hará a la medida y en los términos deseados por quienes detentan esta dictadura. Y es necesario recordar que todo comenzó cuando Fidel supo, con la llegada de Chávez a su salida de Yare, que el destino de este país lo podía manipular a su antojo.

Nadie puede negar que desde su llegada al poder Hugo Chávez y la camarilla cívico-militar que lo acompañó subordinaron la soberanía de Venezuela a los intereses y directrices castristas, ese mismo grupo que de manera deliberada convirtió a la FAN en un partido político dispuesto a hacer de Venezuela un territorio de su exclusiva propiedad, meta que hasta ahora van logrando, a pesar del repudio de la inmensa mayoría de los venezolanos.

Desde un primer momento uno de los grandes propósitos del modelo dirigido por Fidel y adoptado por Chávez fue poner en el camino de los hombres de armas los tentáculos abrazadores de la intolerancia, de la corrupción, de la arbitrariedad y el abuso de poder, hasta traerlos a esta orilla en la que los militares han decidido declarar la guerra contra el pueblo y muy especialmente contra la juventud venezolana en una represión con órdenes de extinción.

Y allí los vemos con ese tono propio del autoritarismo militar del cual en nuestra América Latina tenemos ejemplos para regalar, tratando de montar un estado de conmoción nacional, forzando escenarios extremos animados por el acoso permanente a una oposición que solo está pidiendo elecciones generales para definir hacia dónde quiere ir el pueblo, verdadero soberano de su propio destino. Mucho más que un acto de provocación, el comportamiento y el lenguaje de los animadores de la violencia y el terrorismo de estado, nos está diciendo que poco les importa llegar a una guerra civil, como método para lograr el exterminio de la oposición democrática y mantenerse en el poder. A la vista de todos está el funesto y luctuoso plan Zamora con sus fatales resultados obtenidos hasta ahora. En fin, lo que esta actuación ordenada por el grupo militar que detenta el poder persigue es montar el estado de conmoción con el cual pretenden castrar los derechos de todos los venezolanos, disidentes o no. Allí está demostrándolo cada día la grosera y degradante verborrea militar acompañada de actos criminales que violan todos los derechos humanos, incluido el derecho a la vida.

Desde luego que ante esa realidad a la sociedad civil no le queda otra opción que luchar y resistir, hasta donde sea posible. Nuestra realidad política de hoy se sintetiza en un mural construido en ya casi veinte años por el castro-comunismo en Venezuela con todas las armas negras de la intolerancia fascio-comunista, esta vez manejadas por un sector militar que no se distingue por su apego a la ética y a las buenas costumbres constitucionales. Ese es el verdadero escenario de este estado prebélico en el que nos encontramos, con el agravante de que no se ve en el horizonte la solución política que requiere con alta urgencia el momento histórico que vivimos, para evitar eso que a mi modo de ver se va acercando cada día para convertirse en una tenebrosa realidad y que lleva el nombre de guerra civil.


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