Tengo una amiga que vive en el 23 de Enero y canta en un orfeón el Stabat Mater de Palestrina y obras de Orlando di Lasso. Me dijo que tiene una hija de apenas 7 años capaz de distinguir cuándo los tiros que escucha por las noches son causados por la policía, el ejército o grupos violentos armados por Miraflores y cuándo se trataba de enfrentamientos entre malandros. La niña, ya a temprana edad, domina la cultura de la violencia en la modesta vivienda en la que resuena con frecuencia el nombre de Pierluigi da Palestrina.

Las armas en Venezuela solo las tienen el ejército y la policía. ¡Los malandros las rebuscan! Se dijo alguna vez que el policía “alquila” el arma y el delincuente se beneficia con el trato. O es el malandro el que arrebata el arma a la autoridad. Pero allí están visibles y peligrosos los colectivos civiles, criminales, armados por el propio régimen. Todos nos preguntamos ¿de dónde sacan ellos y el hampa armas sofisticadas, explosivos y granadas que solo utilizan las fuerzas armadas? El resto de la población somos una masa humana inerme, desfavorecida, aterrorizada porque no sabemos si es el soldado, el guardia nacional, el policía o el hampón atolondrado el que va a apretar el gatillo en la calle, a pleno mediodía, para robarnos el celular, los zapatos, la moto o la batería del automóvil.

Pero ¿qué ocurre cuando el delincuente es la propia autoridad? ¿El propio gobierno? ¿El militar o el mandatario cuyo nombre no solo aparece implicado en el narcotráfico, sino que da la orden para torturar y asesinar a unas gentes en cualquier descampado; el funcionario, el enchufado, el patriota cooperante, el sapo que me acusa, roba al Estado y queda impune; el boina roja al acecho como cualquier maleante?

Las armas se usan contra el enemigo pero con ellas intimidamos también a nuestros amigos y a los vecinos. Son ambivalentes porque sirven para imponer justicia, pero también para oprimir. ¡Matamos pero nos defendemos! Hacemos justicia, pero suprimimos vidas.

¡Existen armas de muy difícil manejo! Son aquellas dirigidas a combatir al monstruo, al dragón que escupe fuego dentro de nosotros, al enemigo que llevamos dentro. Se tornan eficaces si nuestra psiquis y algo de voluntad lo permiten y lo ordenan; pero de lo contrario, resultan inútiles e inservibles. Para muchos, el arma es un crucifijo; para otros es un fogonazo moral, un caballo encabritado.

Sin embargo, las verdaderas armas son los propios regímenes perversos cuando persiguen las ideas, llevan a prisión a quienes defienden su derecho de disentir y torturan y martirizan los cuerpos y socavan el alma; militares de botas pulidas y pulcro uniforme y narcos atrincherados en la política; la canalla de la calle armada por el propio régimen y los boinas rojas que disparan y echan fuego como los dragones en tiempos de San Jorge y asesinan salvaje e impunemente aunque el régimen sostiene que es uno quien dispara y asesina al compañero durante las manifestaciones.

La palabra escrita, bien empleada, puede convertirse en un arma eficaz. Juan Montalvo adversó duramente al ferviente católico y dictador Gabriel García Moreno durante sus dos períodos de gobierno (1861-1865; 1869-1875), asesinado en 1875 a manos de la masonería internacional cuando salía de misa a la que asistía todos los días. “¡Mi pluma lo mató!”, exclamó al conocer la muerte de su enemigo. Más torpe y ridículo resultó el pequeño lapsus cometido por Ángel Biaggini, candidato presidencial del PDV medinista en 1945, en la dedicatoria de una salutación para los lectores del diaro Últimas Noticias que entregó el periodista Nelson Luis Martínez, en la que escribió la palabra entusiasmo con c (entuciasmo). El error ortográfico ayudó a sus adversarios, quienes públicamente lo acusaron de ignorante. La Esfera, en particular, editorializó el hecho con la pluma incisiva del periodista Ramón David León y un radio-periódico ridiculizó a Biaggini llamandolo “candidato ABC: A de Ángel, B de Biaggini y C de Entuciasmo”.

¡Las únicas armas que poseo son las palabras y trato de utilizarlas atinadamente!


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