Si existieran sismógrafos sociales medibles con la escala de Richter, hubieran registrado el pasado 23 de enero la profundidad del mayor seísmo conocido en la historia del continente. No hubo cabecera de municipio a lo largo y ancho del territorio nacional que no manifestara su rechazo a la tiranía madurista. Tan solo ver las marchas del páramo en Mucuchíes, las de la Costa Oriental del Lago a 40° bajo sombra, le paran los pelos al más pintao; destaco incluso lo sucedido en Turén, territorio de la otrora próspera colonia agrícola de Venezuela, su historia registra un alzamiento en mayo de 1950, con la rebelión campesina ahogada en sangre por la dictadura perezjimenista, y ahora en enero 2019, con una marcha cercana a las 20.000 personas, que recorrió las calles y carreteras del municipio, en zonas rurales que solo conocían la rutina diaria del cantar del gallo y el rugido del tractor.

Y como estos ejemplos citados se conocieron la semana pasada cientos de movilizaciones, cuya cúspide tuvo en Maracaibo, Valencia, Barcelona, resto de capitales regionales y específicamente en Caracas el epicentro que conectó a todo un país con la decisión de un hombre, del diputado Juan Guaidó, de reconocerse, con base en la vigente carta magna, como presidente encargado, y al mismo tiempo servir como válvula de escape a la rabia, la frustración acumulada de una población reducida a la indigencia y a ver partir a sus hijos a horizontes lejanos de su patria, como consecuencia de la gestión del mandatario usurpador despreciada y descalificada en todos los rincones del planeta, a través de las exigencias de elecciones libres de la comunidad internacional y las manifestaciones de la diáspora venezolana.

Ante la aplastante realidad, los dictadores responden en medio de su agonía con la más cruel represión desatada en Caracas desde el alzamiento del 21/01/2019 en Cotiza y extendida a escala nacional durante más de una semana, con el lamentable registro de 39 fallecidos y un millar de detenidos. Creyendo que podría detener la marea de cabildos abiertos, asambleas ciudadanas, marchas y protestas por servicios sociales que acentúan el hundimiento del régimen conocido como la mayor estafa política que ha hundido a una nación en América Latina.

Por tanto, ¿donde está la tecla que apurará el desenlace y la caída de la dictadura? Lo estamos viendo a diario con el goteo militar. A pesar de los ejercicios militares realizados en el Fuerte Paramacay en Valencia el pasado fin de semana, el régimen no podrá impedir la erosión causada por las ondas sísmicas, en este caso sociales, que han penetrado la institución militar, donde capitanes, tenientes coroneles, es decir, mandos medios, perciben el sufrimiento de la tropa y sus familias; lo de Cotiza, el agregado militar en Washington, video de tropas en Vargas emplazando a sus superiores no son hechos aislados, son el reflejo del sacudón de conciencia que afecta hoy a las FABN.

Esta es un principio universal inexorable del fin de las tiranías, el quiebre del estamento militar, cuando las placas tectónicas que lo sostienen se derrumban, ya que el pueblo no tiene armas, si las tiene, están en los cuarteles, que deberán manifestarse en el corto plazo para definir este difícil trance que ha ahogado en sangre, sudor y lágrimas durante dos décadas a una nación herida que aprendió a vivir en libertad y democracia.


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