“¿Pájaros de mal agüero en mi casa? ¡Yo no los quiero! ¡Ni que canten como un canario ni que parezcan jilgueros!”. 

Más bien son los zamuros los que revolotean en el cielo de Caracas y cada vez se acercan más a la zona donde vivo. No me gustan. Cuando era niño, en una Caracas provinciana de apenas 200.000 almas, los zamuros eran  llamados limpiacasas porque las familias arrojaban al techo las vísceras de las gallinas, trozos de carne incomibles, desechos y los zamuros acudían al festín. 

Pero nadie podía imaginar siquiera que en lugar de los zamuros fuésemos nosotros, los humanos,  quienes íbamos a arrojarnos ávidos y hambrientos al festín de la basura bolivariana. 

Desde lo alto, los zamuros sienten el olor la basura en que nos ha convertido el régimen militar bolivariano. El Zamuro Mayor, sin embargo, se ofende y  se encabrita cuando le dicen que hay aves humanas que al igual que los zamuros escudriñan en busca de algún desperdicio para comer. Manda a poner preso a quien le muestre un video. Pero él sí puede masacrar a la gente y sentarse luego a comer, como si fuera Vlad Tepes, aquel empalador de todos los turcos de la comarca que se convirtió en Drácula el vampiro. El  Zamuro Mayor come a gusto, fuma  un tabaco enorme y baila. ¡Los zamuros comen bailando! Mientras más cruel es la embestida contra sus enemigos demócratas, más pimientoso es el baile y las nalgas se mueven como las aguas del mar. 

Dos meses antes de morir, ya la enfermedad comenzaba a marcar surcos en su cuerpo y hendiduras en el alma, Belén me miró a los ojos, una mirada que tuvo que viajar desde muy lejos sin perder su intensidad y me dijo: “Mi amor, yo he  hecho de ti un águila y un relámpago. ¡No dejes que esta gente bolivariana te estropee la vida!”. Al día siguiente escribí este breve texto que no me canso de divulgar cada vez que se ofrece una ocasión de hacerlo:

“Cada uno de nosotros arrastra su propia memoria. ¡En nosotros viven el águila y el relámpago! Somos la fuerza y el propósito de transformar al mundo. Si queremos, si aceptamos y decidimos enfrentar los desórdenes políticos y económicos que obstaculizan los caminos del país, lograremos rescatar nuestra dignidad.

Pero si nos negamos a ver el aire sagrado que corre por nuestras almas será poco lo que avanzaremos y los obstáculos permanecerán. Si lo hacemos, si lo logramos, nos encontraremos de nuevo en esa línea que creíamos perdida, la línea imprecisa del horizonte que confunde el azul del cielo con las profundidades del mar y me veré a la salida del laberinto con la sangrante cabeza del minotauro en mis manos y entonces, juntos, ustedes y yo, navegaremos hacia el sol!”. 

¡No soy zamuro! Tampoco soy un buitre. ¡Soy un águila real!, rapaz y de gran tamaño. Abro mis alas y la envergadura mide más de 2 metros. Vivo en pareja y mi plumaje es de color pardo, pero tira a ser rojo amarillo y nadie puede acercarse a mis nidos porque los construyo en riscos y ramas de árboles muy altos. Y capturo yo mismo a mis presas estando vivas. Es muy diferente a los buitres; su comportamiento es el de los zamuros. No son familiares míos y se alimentan de cadáveres. No tienen garras porque no las necesitan, se lanzan sobre la carne muerta, podrida. Y el Zamuro Mayor baila. No son cazadores rapaces. Son aves abominables. El cóndor, en cambio, es el verdadero soberano de los aires y  puede elevarse hasta los 6.000 metros. Podría ver la cumbre del Everest; además, puede planear kilómetros sin mover las poderosas alas. 

¡Soy águila! No necesito de nadie para vivir y en tanto que águila soy altivo y orgulloso. Soy relámpago, es decir, el resplandor que ilumina nuestras vidas,  la intensa luz que invita a que entremos con ímpetu en el torrente de la vida que nos espera para que la deslumbremos.

Veo revolotear a mis congéneres: el halcón que es audaz y le gusta la cetrería y convertido en ave humana se apasiona por la política y acicateado por gente de armas y uniforme actúa de modo brutal e indecoroso, despiadado. Si alcanza el poder se transforma en un ave inferior, no obstante pretender ser el soberano de todos los aires y riscos escarpados; se convierte en un Zamuro Mayor, en caricatura del halcón que creía ser. Zopilote le dicen en México; Platanote en Venezuela.

Los zamuros revolotean cerca de mi casa. Posiblemente funcione algún vertedero de basura. Es evidente que no obedecen en nada al Zamuro Mayor y los buitres no se dejan ver. Pareciera que se comportan como las ratas que abandonan la nave cuando comienza el naufragio.

Los peores buitres no son los chupamedias, los sumisos del cuartel y los de la orden áspera y aniquiladora de cualquier contrariedad. Los peores son los patriotas cooperantes: buitres despojados de cualquier presunto encumbramiento. Zamuros de ínfima categoría; zopilotes de plumaje sucio y nauseabundo. Hombres-aves anteriores al hombre del valle del Neanderthal. Aves del fascismo que celebran y ponderan al Zamuro Mayor y a los devoradores de carroña que bailan con risas y entusiasmos después de cometer atrocidades contra el país que alguna vez fue águila en los más altos riscos.

En la hora actual, para júbilo del propio país, ¡las águilas han vuelto!


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