De acuerdo a la definición aristotélica, por oclocracia se entiende una de las tres formas en las que degenera una democracia. ¿Cómo se llega a esta degradación? Una vez que el concepto de pueblo, manoseado hasta la saciedad, cambia su significado y pasa a significar e identificarse con la plebe, y esta se caracteriza por tener una suerte de voluntad llena de vicios, incoherente, a veces hasta irracional, que se hermana con las supercherías, en ese mismo instante la democracia deja de serlo para convertirse en oclocracia.

Quienes asumen la representación de esa plebe dicen actuar en nombre del pueblo, cuando en realidad es plebe, y para convencer a esa masa confusa e irracional usan todo tipo de mecanismos demagógicos; apelan cotidianamente a los sentimientos más primarios del ser humano, atacan la razón como su peor enemiga, manejan el miedo como arma de sujeción y prometen todo aquello que a esa plebe le falta.

En esa táctica para ejercer un fuerte dominio, el lenguaje se convierte en un arma poderosísima. Es probable que muchas veces no se tenga plena conciencia del poder de las palabras. Ellas no son ingenuas; al contrario, detrás de ellas hay una forma de entender el mundo y al ser humano, hay una cosmovisión.

Se comienza a usar las palabras de manera distinta a la que poseen originariamente. Y ello va creando una manera de ver la realidad. Por ejemplo, ¿creen inocente el cambio de la palabra “profesor”, “docente” u otro equivalente por “trabajador universitario”? Demonizan la “derecha” a tal punto que muchos se sienten insultados si son catalogados como derechistas. Hablan de invasiones o de magnicidios en sus arengas y con eso consiguen levantar los sentimientos nacionalistas. De manera que el lenguaje debe ser conocido para evitar caer en las trampas y falacias de los discursos demagógicos.

Hay otra degeneración de la democracia llamada kakistocracia. Este vocablo es un neologismo acuñado en los años cuarenta por el profesor Michelangelo Bovero, quien le dio como significado “el gobierno de los peores”, atendiendo a su etimología. Al buscar la explicación de esta denominación de una forma de gobierno, se puede acudir al Dictionary of Sociology y allí se dice expresamente que es: “Gobierno de los peores; estado de degeneración de las relaciones humanas en que la organización gubernativa está controlada y dirigida por gobernantes que ofrecen toda la gama, desde ignorantes y matones electoreros hasta bandas y camarillas sagaces, pero sin escrúpulos”.

De tal manera, que la aparición del neolenguaje revolucionario no es de extrañar. Su peor característica es el uso y abuso de los vocablos soeces. El uso coprológico del lenguaje que ellos creen que es la mejor manera de llegarle al corazón de la masa.

Muchos de estos ignaros creen que están actuando como lo hicieron los revolucionarios franceses cuando introdujeron nuevos vocablos. Para los revolucionarios franceses era indispensable que el pueblo francés hablase la lengua nacional, pues de lo contrario no comprendería la democracia en toda su importancia. La política lingüística francesa duró siglos y su objetivo primordial fue sustituir el latín y, con ello, ir disminuyendo el impacto de la Iglesia Católica dentro de los poderes gubernamentales. Sin embargo, era la gente culta la que usaba el francés, mientras que la población rural continuaba ignorando la lengua nacional.

Así que, cuando en la los días de la revolución se cambian los nombres de los meses, por ejemplo, obedece a una política pensada y articulada. Veamos algunos ejemplos. Brumario (Brumaire), segundo mes del calendario revolucionario, es un vocablo con una gran poesía encerrada en sus caracteres; se refiere a “las neblinas y las brumas bajas que son la trasudación de la naturaleza de octubre en noviembre”. Igual pasa con Floreal ( Floréal) que se refiere a “la apertura de las flores de abril en mayo”. Los días se asocian con una planta o mineral, un animal, o una herramienta. Así el primero de Brumario es Pomme (manzana); el segundo día de Floréal es Chêne (roble) y podría dar más ejemplos de unos vocablos llenos de sentido y lirismo.

Nada que ver con las obscenidades escuchadas en boca de los nuevos revolucionarios nacionales, cuya neolengua es una desfiguración de nuestro idioma y una expresión de mal gusto y procacidad.

¿Kakistocracia u oclocracia?


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