I

El movimiento en la emergencia del hospital no era normal. A pesar de que se trata de un centro asistencial grande, que recibe a pacientes de una de las zonas más populosas de Caracas, el ruido y el trajín no eran característicos. Y, sin embargo, los que estaban llegando no requerían atención médica.

Por el contrario, los funcionarios pasaban por los pasillos vociferando al personal que se mantuviera en su puesto, a los médicos que no salieran de sus consultorios, a los pacientes recluidos que no se asomaran y a las enfermeras y camilleros que despejaran el paso.

Muchos de los que ingresaban tenían la cara cubierta con pasamontañas e iban fuertemente armados. Detrás de ellos venía la procesión macabra. En parejas, los agentes del grupo de acciones especiales cargaban por las extremidades o a veces arrastraban cuerpos ensangrentados que dejaban un rastro espantoso de sangre en el ya sucio suelo del hospital.

No fueron un muerto o dos, fueron más de diez. Al que se aventuró a preguntar le dijeron que eran hombres que se habían enfrentado con un grupo especial de la policía de esos que mandan a los barrios y zonas populares a hacer una especie de limpieza mortal. Ninguno herido, todos directo a la morgue.

Ya estas matanzas son tan recurrentes que poco se reseñan en lo que queda de prensa.

Juntos, todo es posible

II

En ese mismo hospital las camareras debieron limpiar los rastros de sangre de la misma manera que lo hacen todos los días, es decir, con la poca agua que consiguen juntar. Desde hace tiempo no hay detergentes ni desinfectantes.

Las enfermeras y el personal poco pueden hacer sino ser testigos del exterminio macabro que llevan a cabo los que nos gobiernan, ahora sí claro y raspao, como parte de una venganza personal. Como matones de barrio, como sociópatas.

Pero las enfermeras, los médicos y todo el personal hospitalario además de testigos son víctimas. Que una licenciada en Enfermería egresada de la Universidad Central de Venezuela con 32 años de servicio cobre cada 15 días 600.000 bolívares es un crimen. Y sin embargo lucha en la misma trinchera. También el genuino instinto de supervivencia los hace abandonar su profesión, como el colega que dejó su puesto en la salud pública para dedicarse a cualquier otra cosa porque esa paga no le alcanzaba para mantener a sus tres hijos.

Pero en medio de esta tragedia es cuando se levantan los héroes anónimos. Como el médico septuagenario que en una cola por el pan se atreve a hacer recomendaciones a una muchacha con un dolor en el pie. Venía de guardia del Hospital Universitario. “Para mí no hay paro, tampoco me voy del país. Busco donaciones de yesos y materiales para poder trabajar. Mientras haya enfermos, allí estaré yo”.

Para ellos, víctimas y héroes, no hay justicia roja. Juntos todo es posible

III

¿Cuánto le pagarán a la cantidad de hombres famélicos que se dejan disfrazar con las franelas del presidente y que deambulan por calles, avenidas y autopistas cortando el monte, barriendo y pintando? Los trasladan en camiones y lo que comen es mango que ellos mismos bajan a pedradas de las matas.

¿No se dan cuenta de que lo que realmente reparte el gobierno es hambre? ¿No entienden que las migajas no son suficientes y que vivir como viven no puede ser un objetivo de vida? No lo saben, el hambre no los deja pensar, y por eso van como ganado al matadero.

¿La caja CLAP? 800.000 bolívares. ¿Y con qué te la comes? Imposible que vean que los autores de esta tragedia se juntaron para hacernos pagar sus propios errores y los de sus padres. No entienden que somos objeto del más brutal odio al prójimo.

Juntos, todo es posible, hasta la más cruel venganza, el exterminio.


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