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A mis alumnos ecuatorianos del Doctorado en Derecho de la UCAB

Hace apenas cuatro días, mientras dictaba un curso de Argumentación Jurídica a unos abogados que vinieron desde Ecuador a cursar el Doctorado en Derecho en la UCAB, surgió la idea de proyectar la película El juicio de Nüremberg para analizar los argumentos más resaltantes. La versión de 1961 es, en mi opinión, más rica en este aspecto que la del año 2000, además de contar con un elenco fuera de serie. Esa versión de 1961, centrada en los históricos juicios de Nüremberg, se desenvuelve en el año 1945 y comienza el 20 de noviembre de ese año, en un salón arreglado especialmente para instalar a decenas de personas entre los cuales se contaban los imputados, abogados, jueces, periodistas y un largo etcétera. El largometraje ha sido catalogado entre los diez mejores filmes estadounidenses dentro de su género, según el American Film Institute (AFI). Los detalles que menciono han sido consultados en la distinta bibliografía existente sobre esta cinta y constatados con la propia película.

Se enfoca en el punto de vista de jueces que imponían la ley nazi durante el Tercer Reich de Alemania, además de contemplar la potencial responsabilidad de todo el pueblo alemán en referencia con el Holocausto. El juicio que despliega el filme está basado en el caso Katzenberger, totalmente verídico, en el cual un hombre judío fue culpado de “relación impropia” con una joven aria y siendo condenado a la pena capital en 1942.

El juez Dan Haywood (Spencer Tracy), un juez estadounidense retirado, es el encargado de juzgar a cuatro jueces nazis por ser considerados cómplices en la aplicación de las políticas de esterilización y pena de muerte del Tercer Reich. Los argumentos y contraargumentos versan sobre si los jueces nazis tenían conocimiento del exterminio que realizaba Hitler con los judíos.

Maximilian Schell, en el papel del abogado de la defensa de los acusados, Hans Rolfe, esgrime duros argumentos mediante los cuales saca a relucir el apoyo de la Corte Suprema de Estados Unidos a la eugenesia, e incluso cita a Churchill en un elogio al Führer. El testimonio de Rudolph Petersen (Montgomery Clift), un joven con deficiencias mentales, quien fue esterilizado por orden de los nazis, de acuerdo con las leyes sociales del Tercer Reich, resulta de un impacto impresionante en la secuencia de los testigos llamados a declarar. En el interrogatorio a Karl Wieck (ex ministro de Justicia de la República de Weimar) sobre el problema de la esterilización, el abogado de la defensa acorrala al testigo al recordarle que no solo en Alemania se ha practicado la eugenesia, y le lee un decreto del estado de Virginia en Estados Unidos donde se la reconoce legalmente.

Por su parte, el fiscal, protagonizado por Richard Widmark, es un coronel que conoce de primera mano los campos de concentración en el momento de caída del régimen nazi y quien rescató los despojos humanos (porque eran despojos, terribles imágenes) que aún subsistían en Dachau. Presenta filmes de los campos y sus horrores. Son escenas dantescas que hieren la sensibilidad de cualquiera. El fiscal Lawson no goza de simpatía entre los estadounidenses, pues lo consideran un radical y resulta tremendamente incómodo para aquellos que creen que no deben humillar a los alemanes, pues “son necesarios en esta nueva etapa”.

El juez Ernst Janning (Burt Lancaster), un ilustre jurista, redactor de la Constitución de la República de Weimar, llega a exclamar: “Si no sabíamos era porque no queríamos saber. ¿O no escuchábamos los gritos en la noche?”. Ante esta actitud de Janning, Hans Rolfe se presenta en la celda de Janning y le dice: “No se deje quebrar. Si Lawson muestra las películas de los campos, yo puedo mostrar peores imágenes de Hiroshima y Nagasaki. Los norteamericanos no pueden juzgarnos. Nadie puede juzgarnos. Si Alemania es culpable, el mundo entero lo es”.

Pero, Lawson exhibe las películas de los campos; ello ocasiona que uno de los acusados le pregunte a un miembro de las SS también encarcelado: “¿Es verdad eso? ¿Son verdaderas las películas que mostró Lawson? ¿Cómo puede ser eso posible? ¿Cómo puede ser posible matar a millones de personas?”. El oficial de la Gestapo, con una actitud indiferente, casi de hastío, responde: “Es posible. Lo difícil no es la matanza. Lo difícil es deshacerse de los cadáveres”.

Mientras transcurre el juicio, Alemania emprende su recuperación y el bando aliado comienza a ver los inconvenientes de las relaciones con la URSS. Un general aliado le sugiere a Lawson que no se exceda en sus acusaciones y solicitud de condena: “Necesitamos a los alemanes. No podemos humillarlos”.

Cuando el juez Janning se declara culpable, interviene Rolfe, abogado de la defensa, y en una actuación que le vale el Oscar exclama: “Son muchos los culpables si Ernst Janning lo es. ¿No sabía el mundo entero quién era Hitler en 1933? ¿Nadie había leído Mi lucha? El Vaticano reconoció a Hitler y le dio prestigio. ¿Es culpable el Vaticano? Winston Churchill dijo en 1938, ¡en 1938!, que Hitler era un baluarte en la defensa de Occidente. ¿Es Winston Churchill culpable? Rusia firmó un acuerdo con Hitler y le permitió iniciar la guerra. ¿Es Rusia culpable? Los industriales norteamericanos vendieron acero a Hitler. ¿Son culpables los industriales norteamericanos?”

Las presiones sobre el juez Haywood son inmensas, pero, apartándose completamente de las coacciones, condena a cadena perpetua a los acusados. Al final de la película hay una escena memorable: Hans Rolfe, al día siguiente de la finalización del juicio, va a la residencia del juez Haywood, quien preparaba ya su regreso a Estados Unidos, y le dice: “Sabe, juez, puedo asegurarle que, en menos de cinco años, los hombres que usted ayer condenó a cadena perpetua… estarán libres. Esa es la lógica de los tiempos”. El juez Haywood responde calmadamente: “Sí, es posible que esa sea la lógica de los tiempos. Pero nunca será la justicia”. 

El filme puede que tenga imprecisiones históricas, pero es inmensamente rico en la argumentación y ello fue lo que quise destacar. Sobre todo, porque en los momentos que vive Venezuela, habrá muchos que dirán: “No sabíamos lo que ocurría” y otros querrán que no se aplique la ley en toda su rigurosidad, pues “muchos son necesarios”.


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