Con el mismo título que encabeza estas líneas, el 13 de octubre de 1989, publicó El Nacional una colaboración nuestra en la que hacíamos referencia a un mensaje presidencial. Más que un mensaje, aquello fue una exhortación o, más bien, una dura exigencia hecha por el presidente de la República de aquel entonces a todos los venezolanos, haciendo hincapié, fundamentalmente, en lo que respecta al cumplimiento de las obligaciones y responsabilidades que a cada quien correspondía.

Lamentablemente, hoy parece imposible lanzar un mensaje similar porque a quien correspondería hacerlo no tiene autoridad para ello. La primera y gran obligación constitucional del presidente de la República es “cumplir y hacer cumplir la Constitución y la ley”. Allí en la Constitución de 1999 están establecidas, claramente, todas las obligaciones en cuanto a la protección de la vida y del ambiente, de la salud y de la educación. Igualmente, la seguridad pública, el abastecimiento alimentario y medicinal; así mismo el desarrollo socioeconómico y cultural del país y la prestación de servicios generales que permitan a las personas el normal desenvolvimiento en su vida diaria. Sabido es que en la medida en que cada quien cumpla sus obligaciones más fuerza tendrá para reclamar sus derechos. En breves palabras, el presidente de un país debe actuar como un buen maestro: vocabulario adecuado, decencia en sus expresiones, ponderado en todas sus actuaciones, respetuoso de ideas ajenas y muy responsable en el cumplimiento de las obligaciones constitucionales. Esa deseada actuación sería admirable y, pedagógicamente, una gran lección, una excelente enseñanza, digna de ser imitada.

Envueltos en la tragedia que actualmente nos arropa, es urgente lanzar un ensordecedor grito clamando que se le juegue limpio a Venezuela. ¿Quién debe lanzarlo? Ya apuntamos que no el autor del desastre. Tampoco algún dirigente de la descalificada oposición, porque no sería escuchado. Corresponde a un verdadero político que se agigante como líder, sin ataduras partidistas, que tome la delantera y se convierta en auténtico representante del sufrido y hambreado pueblo. Ese verdadero pueblo está abandonado, sin dolientes, sin representante. Sus únicos activos son la miseria, las carencias en general, las enfermedades y, con todo ello, lo más grave y doloroso es la imposibilidad de alimentar y educar bien a sus hijos, que son las esperanzas del mañana. Sin embargo, allí, en ese pueblo, hay quienes nos dan lecciones de perseverancia, de echar pa’lante. Los modestos trabajadores de ese sufriente pueblo heroicamente salen a cumplir su responsabilidad corriendo muy serios riesgos, desafiando la inseguridad personal y de transporte. Ellos sí le están jugando limpio a Venezuela. Pareciera que nadie se sensibiliza ante el sufrimiento que están padeciendo los de abajo, los desposeídos, que solo se alimentan de sus malestares. No hablemos de los de arriba, ellos sí lo tienen todo, y de sobra (deberían hacerse hondas reflexiones, pensar en el futuro). En nuestra sociedad todos, absolutamente todos, tenemos obligaciones y deberes que nos corresponde cumplir, cumplamos sin rebuscadas excusas. También nos asisten ineludibles derechos que exigen absoluto respeto.

Ante las duras situaciones, por las que estamos pasando, debemos reflexionar. Venezuela es nuestra casa. Aquí cabemos todos, independientemente de credos políticos y religiosos. Somos seres humanos dotados de una misteriosa capacidad intelectual que nos ilumina para tomar firmes decisiones y resolver cuantos entuertos se nos presenten. Acomodemos nuestras cosas, organicemos la casa, pongamos orden y despertemos de esta horrible pesadilla. Para ello necesitamos un verdadero líder. ¿Dónde está?

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